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CRÍTICA DE CINE

'Déjame salir': El terror como modo de denuncia social

19/05/2017 - 

VALÈNCIA. Desde que se creó en 2007, la productora fundada por James Blum, Blumhouse, no ha parado de generar éxitos de taquilla, consiguiendo revitalizar el cine de terror hasta situarlo en un lugar de privilegio dentro de la industria, demostrando así a través de cada proyecto, las posibilidades que todavía sigue albergando el género y su capacidad de reinvención. Las señas de identidad de la factoría son muy claras: películas de muy bajo presupuesto, rodadas en su mayor parte en un único escenario, al que se le saca todo el partido posible, e ideas frescas y originales puestas al servicio de algunos de los directores más imaginativos y personales que operan en la actualidad. 

Blumhouse comenzó su andadura con Paranormal Activity, la ópera prima de Oren Peli que seguía la senda del falso documental y el metraje encontrado abierto por El proyecto de la bruja de Blair (1999) para contar una historia de fantasmas a través de una serie de grabaciones registradas por las cámaras de seguridad en una casa encantada. La película se convertiría en un auténtico suceso y en uno de los fenómenos económicos más rentables de Hollywood. De un presupuesto inicial de 15.000 dólares, se obtuvo una recaudación de 193 millones. El filón no se podía desaprovechar, así que no es de extrañar que alrededor de la película se organizara toda una franquicia que intentó explotar la rentabilidad de la idea originaria hasta terminar agotándola después de cinco entregas a modo de precuelas y secuelas. 

Pero no ha sido la única saga a la que le han sacado partido. En realidad, cada nuevo éxito generó inmediatamente una serie de continuaciones y réplicas a su alrededor. Es el caso de Insidious, La purga o Sinister, que poco a poco han ido ampliando su universo gracias a la empatía de los espectadores. 

 
Blumhouse ha contado entre sus filas con directores tan importantes como James Wan o Scott Derrickson, pero quizás su mayor logro (además de participar en la producción de Whiplash, de David Chazelle), haya sido incorporar a su catálogo la figura de M. Night Shyamalan, justo en un momento en el que el autor necesitaba cambiar el rumbo de su carrera después de haber perdido su esencia dentro de superproducciones cada vez más pretenciosas y menos satisfactorias. La visita (2015) nos devolvió al Shyamalan más juguetón y chispeante capaz de recuperar toda su dimensión creativa y de generar misterio, terror y diversión a partes iguales, algo que continúa estando presente en su última obra, también adscrita a Blumhouse, Múltiple (2016) y seguramente en su ya anunciada secuela Glass, un crossover con El protegido. 

Ahora vuelven a la carga con otro descubrimiento, el de Jordan Peele, actor y cómico reconvertido a director que utiliza la ironía como mecanismo para criticar el racismo latente en Estados Unidos precisamente en la era post-Obama. A Jordan Peele lo hemos visto en pequeños papeles en películas como Ahora los padres son ellos (2010) pero es más conocido en el entorno televisivo sobre todo gracias al programa de sketches que lo lanzó a la fama junto a Keegan-Michael Key, Key & Peele, donde ya demostraba su capacidad para reírse de los estereotipos de la sociedad estadounidense a ritmo de humor corrosivo. 

La unión de sátira, mala leche, crítica social y terror cotidiano, es la mezcla explosiva ganadora de su ópera prima, Déjame salir, que ya ha sido número uno en Estados Unidos con una recaudación de más de 200 millones de dólares.  

En ella, un joven afroamericano, Chris (Daniel Kaluuya) es invitado un fin de semana a la mansión familiar de su novia blanca, Rose (Allison Williams, Marnie en Girls). Nada más llegar se percatará de un cierto ambiente enrarecido. Podría ser por los nervios del primer encuentro, pero lo cierto es que las alarmas comienzan a dispararse poco a poco: los dos criados del servicio son negros y se comportan de una extraña manera, casi como autómatas, la madre de Rose, Missy (la gran Catherine Keener), está empeñada en hipnotizarle para que deje de fumar, y son constantes las alusiones a Obama, Tiger Woods, a que “lo negro está de moda” y a la capacidad física superior de su raza. 

¿Qué pasa en realidad en casa de los Armitage? Los acontecimientos se precipitarán cuando reciban en su casa a un grupo de amigos que mirarán a Chris en todo momento con intenciones poco amigables. 

Joordan Peele sabe de qué manera ir modulando la tensión a través del misterio y el tono paranoico, convirtiendo algunos chistes en auténtica bilis macabra y demostrando hasta qué punto una situación aparentemente civilizada puede saltar por los aires cuando se rasca bajo su subsuelo y se extrae de ella todo su poder subversivo, en este caso, desenterrar los fantasmas de la esclavitud y convertir ese miedo irracional en pesadilla contemporánea. 

Déjame salir mezcla multitud de referencias, desde La invasión de los ultracuerpos a Los padres de ella, pasando por la literatura de Ira Levin, responsable de títulos como “El bebé de Rosemary”, de la que saldría La semilla del diablo (1968) o “Las poseídas de Stepford”, el germen de películas como Las mujeres de Stepford (1975) o su remake Las mujeres perfectas (2004). De la primera toma la idea de las sectas y de la segunda, la obsesión por conseguir seres superiores, aunque sea a través del control mecánico o mental, que se traduce en este caso al dominio de la raza blanca sobre la negra por medio de la lobotomía. 

El resultado es una película gozosa, perturbadora y rupturista a la hora de mezclar el cine de denuncia social con la escabechina gore de una película de terror que no necesita utilizar el elemento fantástico para certificar que la realidad puede ser espeluznante.


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