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Dejé mi corazón en San Francisco

Foto: EUROPA PRESS/CONTACTO/LI XUEREN
3/12/2023 - 

Arrancamos con esta antigua y romántica canción (que forma parte de los grandes éxitos del gran crooner Tony Bennet) para evocar lo que nos habría gustado que hubiese sucedido en el muy importante encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y de China que tuvo lugar hace dos semanas a pocos kilómetros de la bellísima ciudad de San Francisco, en la localidad de Woodside y más concretamente en el Jardín Filoli donde, coincidencias del destino, se rodó una de las más emblemáticas series de los 80, Dinastía.  Un lugar perfecto para las intrigas, los reproches velados (y no tanto) y como dice también la memorable “As time goes by”, banda sonora de la mítica Casablanca, la lucha por el poder y la gloria (“the fight for love and glory”). Como ya he dicho en esta columna con anterioridad, la relación entre los Estados Unidos y la República Popular China es la relación indispensable. Una de las relaciones más relevantes que contribuyen al diseño de nuestro mundo y de la que está resultando el nuevo orden mundial que empieza a aflorar. Si su dinámica es positiva, el efecto para todos será benéfico. Por el contrario, si las fricciones entre las dos grandes superpotencias se complica el impacto para el mundo puede ser devastador.

La evolución de la relación no ha estado exenta de momentos complicados. Recordemos las proféticas palabras del Presidente Nixon, en lo que podríamos calificar la fase previa del comienzo de la relación, cuando explicaba las razones que le habían impulsado a enviar secretamente a su entonces secretario de Seguridad Nacional, Henry Kissinger (recientemente fallecido con 100 años y en plena forma) en julio de 1971 al Pekin de Mao Zedong: “Los habitantes de la República Popular China representan un cuarto de la población del mundo. No son todavía una potencia militar pero en 25 años, su importancia será decisiva”. La economía china durante este periodo de fines del siglo XX y las dos primera décadas del XXI ha crecido de forma vertiginosa volviendo a ser lo que siempre fue, el motor industrial del mundo. China siempre ha fabricado cosas. Durante estos años, China ha contado con el apoyo constante de los Estados Unidos ya que también los Estados Unidos han sido el principal beneficiario de esta situación al poder producir en el gigante asiático productos de forma muy competitiva y así consolidar su potencia comercial planetaria. Esto ha hecho que la imbricación entre las dos economías es intensa y compleja.

Sin embargo, este enorme impulso de China y el declive aparente de los Estados Unidos parecería que les condenase inevitablemente al conflicto.  China es el challenger (el que reta) al que está situado en el primer puesto, los Estados Unidos. Y el que reta siempre va con ganas, con hambre, con más dinamismo y energía que el que está en el pódium. Es esa fuerza la que puede permitirle sobrepasarlo. Y en cierto modo, en la crisis financiera las previsiones iban en ese sentido. En 2011 Goldman Sachs predijo que en 2026 el PIB de China alcanzaría al de Estados Unidos. Tras la pandemia las cosas no están tan claras. Así Goldman Sachs en 2022, cambió su pronóstico y apuntó que China sobrepasaría el PIB americano en 2041. Uno de los grandes problemas de China, que ya he señalado en este columna, es que China se está haciendo vieja antes de hacerse rica y eso es una fatalidad. Si a ese cataclismo demográfico se le añade una crisis inmobiliaria brutal (como la española en el 2007 pero a lo grande), es evidente que la situación económica no es buena para China. 

Además, no es fácil desbancar a los Estados Unidos que tiene una de las economías más creativas, vibrantes, innovadoras y potentes del mundo. Se le ha dado por muerta en numerosas ocasiones y siempre vuelve con fuerzas renovadas, con nuevas fórmulas. Y hay una gozosa satisfacción en esa atractiva institución americana del come back. Uno puede fracasar, caerse, ser derrotado, incluso humillado. No pasa nada, so what? Pero su deber casi existencial es reponerse y volver a tratar de recuperar posiciones y conseguir la victoria nuevamente. Y eso es lo que siempre sucede con Estados Unidos.  El asunto es que en la actualidad se ha llegad al fenómeno del llamado proceso de “decoupling” o de disociación o desacoplamiento entre las economías chinas y occidentales (porque en esto los Estados Unidos y Europa han hecho un frente común). Esto implicaría una progresiva eliminación de los intercambios comerciales, de la inversión y de los movimientos migratorios entre ambos bloques que tendría como resultado que una parte del mundo pertenecería a la economía occidental y otra parte dependería de la economía china. 

Sin embargo, los que abogan por estas medidas, que supondrían el fin de la globalización tal como la hemos entendido hasta ahora, no son conscientes de las dificultades reales de su implementación. El mundo es demasiado pequeño para la convivencia, en lo económico, de dos sistemas diferentes y enfrentados. Por lo tanto, no parece que sea algo practicable ni viable por los tremendos costes que supondría para ambas economías al producirse una ralentización de la inversión global que, según datos de la Reserva Federal de Nueva York, provocaría unas pérdidas de 1,7 trillones de dólares junto con un impacto en las economías de los hogares americanos cercano a los 850 dólares por año. Es cierto que esta idea del decoupling parecía estar tomando cuerpo, al menos en cierta retórica gubernamental, pero no parece que vaya a poder realizarse nunca.

El presidente Xi y el presidente Biden. Foto: RAO AIMIN/XINHUA NEWS/CONTACTOPHOTO

La reunión entre el presidente Xi y el presidente Biden era muy importante en este momento debido al deterioro en los últimos tiempos de la relación. Algunos hechos han contribuido a ello como el derribo en febrero de 2023 del globo espía chino que sobrevolaba territorio americano o las medidas adoptadas por los Estados Unidos de limitación drástica de exportación de tecnologías a China encaminadas a minar su desarrollo y a impedir que pueda alcanzar una posición tecnológica de dominio. China tampoco ha dejado de ser asertiva en ningún momento habiendo anunciado el año pasado la más importante construcción de silos atómicos de los últimos 60 años. 

De hecho, ambos líderes no se habían visto en persona desde hacía más  de un año cuando tuvieron una reunión bilateral con ocasión de la cumbre de G20 en Bali. Se conocen bien y tienen una relación personal desde que ambos eran vice-presidentes de sus respectivos gobiernos. Ambos llegan en un momento debilitado de sus presidencias. Biden por el posible resultado de las elecciones del 2024 que, aunque es evidentemente prematuro, parece apuntar a un regreso triunfal del presidente Trump con lo todo lo que esto implica. Este (y volvemos) come back de Trump en 2024 ha sido calificado por The Economist como la mayor amenaza para la situación global el año que viene. Biden sabe que su mayor baza para ser reelegido es la bonanza de la situación económica y un deterioro de las relaciones económicas con China no contribuiría a ello. La economía del mundo ya tiene puntos de incertidumbre de sobra (Ucrania, Gaza ) como para añadir más frentes.  

Por esta razón, en el año 2023, algunos de los integrantes más prominentes de su gabinete, el secretario de Estado, del Tesoro y de Comercio han visitado Pekín.  Y Xi está sufriendo la ralentización de una economía que contra todo pronóstico no se ha recuperado de la pandemia. Esto ha hecho que, algo insólito en la política china, hayan aflorado manifestaciones de desencanto por su liderazgo. Por lo tanto el presidente Xi quizás está menos contundente y, sobre todo, empieza a darse cuenta que Taiwán tendrá que esperar. Ambos saben igualmente que lo esencial es que las reglas de juego estén claras entre ambos y evitar que cualquier evento pueda generar situaciones fuera de control cuyas consecuencias resultarían muy negativas para el mundo.

El presidente Biden y el presidente Xi. Foto: WHITE HOUSE/ZUMA PRESS WIRE/DPA

 En este sentido, lo bueno de que las expectativas de los resultados de esta reunión fuesen muy bajos, ha permitido considerar dichos resultados (que los ha habido) de una forma más benevolente y positiva. Y, si bien es cierto que no ha habido ninguna revelación que apunte hacia grandes cambios, sí que se han recuperado determinadas prácticas y dinámicas que son esenciales para tratar de evitar que un incidente fortuito pueda generar una crisis de efectos imprevisibles. Así, entre los logros más destacados del encuentro está el restablecimiento oficial de las comunicaciones entre su respectivos ejércitos. Desde la provocadora visita de la incombustible ex-presidente de la Cámara de los Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, las relaciones se rompieron de forma abrupta. Solo por este acuerdo la reunión entre ambos líderes ha valido la pena. Otro tema que a Estados Unidos preocupaba especialmente es conseguir de China la cooperación en la guerra contra el fentanilo que tan terribles efectos está teniendo en Estados Unidos. En efecto, el consumo de dicho opiáceo está literalmente matando a miles de jóvenes americanos. 

En mi último viaje a Boston en agosto pasado, me sorprendió tremendamente el espectáculo dantesco de esos drogodependientes que andaban en calles centrales de la ciudad como verdaderos zombis. No eran peligrosos pero sí constituían la triste prueba de vidas destrozadas. ¿Porqué el apoyo de China es importante en esta guerra? Porque es la industria China la que produce, ironías de la vida, los productos químicos o precursores que permiten la elaboración del fentanilo que no se produce en China pero sí en México desde donde se exporta a través de redes ilegales de narcotráfico a los Estados Unidos. Finalmente destacar también como resultado del referido encuentro, el compromiso de ambos gobiernos de recuperar igualmente la cooperación en la lucha contra los gases invernadero para conseguir paliar la cris climática y potenciando así el despliegue de las energías renovables.

Por todo lo anterior, el saldo de dicho encuentro, y a pesar de que los resultados han sido simbólicos, no deja de ser muy positivo. Es cierto que, en referencia al título de la columna, ambos líderes no ha llegado a dejar sus corazones en San Francisco (eso quedó claro cuando la misma tarde del encuentro, Biden, a preguntas de una periodista volvió a calificar a Xi con el incómodo, poco diplomático y honesto apelativo de dictador) pero, otra vez volviendo a Casablanca, puede ser el principio (o la continuación) de una bonita amistad que debería beneficiarnos a todos.

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