VALÈNCIA. A menudo usamos los términos 'ahorro' e 'inversión' como equivalentes. Sin embargo, no lo son: 'ahorro' es la parte de nuestros ingresos que no se gasta, 'inversión' es lo que hacemos con ese dinero hoy para generar riqueza mañana. ¿A qué se debe esta confusión? En el caso de España, la razón principal es clara: durante la mayoría de la historia moderna del país, ahorro e inversión ocurrían a la vez sin necesidad de mover un dedo. ¿El secreto? Las cuentas -corrientes y a plazo- y depósitos de toda la vida, que siempre han sido (y siguen siendo) el activo de preferencia del ahorrador español. En España, el 95% de los adultos posee una.
Durante décadas, estos productos, los más sencillos del mundo financiero, han sido capaces de remunerar de manera generosa a sus titulares. En los 40 años que van desde la apertura de la economía española, en 1959, a la entrada en el euro, en 1999, el tipo de interés de referencia del Banco de España fue, de media, un 9,7%, mientras que la inflación, aunque elevada, con una media del 7,8%, estuvo por debajo de la remuneración media de dichas cuentas. Es decir, los sueldos llegaban a la cuenta del banco y ésta, no solo protegía a los ahorradores de la elevada inflación, sino que generaba rentabilidades reales positivas, aumentando el poder de compra de esos ahorros. De este modo, las cuentas y depósitos bancarios transformaban el ahorro en inversión de manera automática.
Sin embargo, esta situación cambia con la llegada del euro. La política monetaria pasa a ser fijada por el Banco Central Europeo, y ésta se diseña para satisfacer las necesidades de la mayor economía europea. A diferencia de España, Alemania se enfrentaba a un problema de estancamiento del crecimiento y los precios. En los cinco años anteriores a la introducción del euro, el país germano creció una media del 1,6% (España 3,9%) y sus precios subieron un 1,2% de media (2,8% en España). En este contexto, nuestro país empezó a disfrutar -o a sufrir, si se mira desde la perspectiva del ahorrador- tipos de interés más bajos de lo que le corresponderían si tuviera un banco central propio.
En los 20 años que han transcurrido desde entonces, el tipo de interés de referencia ha caído al 0%, con una media del 1,8%. La inflación también ha bajado, con una media del 2,2% en estos 20 años. Pero ahora, y este dato es fundamental, está por encima de los tipos de interés. Es decir, desde 1999, la remuneración de los productos bancarios más comunes entre los españoles ha estado, en términos medios, por debajo de la inflación.
¿Cuáles son las consecuencias? Básicamente, la remuneración de las cuentas bancarias tradicionales no solo no bate a la inflación, sino que genera rentabilidades reales negativas. En nuestro país, la remuneración media de las cuentas en mayo de 2019 ha sido del 0,04% mientras que la inflación-a pesar de haber caído de manera espectacular desde el 1,5% en abril debido a la reducción en el precio de los carburantes- fue 20 veces superior: un 0,8%. Esto significa que, en el último año, cuentas y depósitos han tenido una rentabilidad real negativa de 0,76%. No es un problema menor. Los españoles tenemos aparcados 880.000 millones de euros en estos productos, que en los últimos 15 años han perdido un 18% de su poder adquisitivo, el equivalente de 160.000 millones de euros, que es, a modo de referencia, el tamaño de la economía de Andalucía.
En resumen, durante décadas, las cuentas y depósitos bancarios han transformado de manera automática el ahorro en inversión. Este mecanismo ha dejado de funcionar gradualmente a lo largo de los últimos 20 años. Y, sin embargo, no estamos buscando alternativas. En 2018, la cantidad de dinero en cuentas y depósitos subió un 2,8%, unos 24.000 millones de euros. ¿Por qué? Primero porque los ahorradores españoles no hemos asumido esta transformación del entorno económico y financiero, y seguimos convencidos de que puede ser algo temporal. Pero además, porque, para el ahorrador medio, la mayoría de alternativas que existen en el mercado son complejas de entender, caras, y de difícil acceso.
Francisco Quintana es director de Estrategia de Inversión de ING