VALÈNCIA. Cada familia es un mundo, pero Los Miralles son un universo entero. Kike Cherta los presenta en su primera novela, editada por Navona. Un árbol genealógico saluda al lector antes de empezar la historia. No es porque haga falta para no perderse en la historia, sino para advertir de la dimensión total de una familia singular que asegura ser la guardiana del Árbol del Bien y del Mal desde hace siglos… en un pueblo de Castellón. La identidad, los ritos y toda la cosmología que les rodea está construida en torno a la tarea de vigilar las 24 horas del día un manzano que han supuesto sagrado. Moisés, el primogénito que huyó de su casa, vuelve ahora cuando el patriarca está en su lecho de muerte.
Cherta, que viene del relato corto, despliega este fresco de personajes verosímiles pero incomprensibles, que están tan cerca y tan lejos de la realidad. Un contexto que multiplica los vicios estructurales de la familia, un universo encerrado en medio millar de páginas. Aprovechando la presentación de su libro en Arribada Llibres, Kike Cherta responde a las preguntas de Culturplaza.
-Dices en los agradecimientos que esto empezó como un relato de 5 páginas. ¿Qué había en él que lo ha convertido en una novela de 600?
-Estaba la idea. Normalmente el relato lo que tiene es la potencia de sintetizar ideas potentes en muy pocas frases. Estaba la idea de una familia que vigilaba el manzano, el Árbol del Bien y del Mal. Mientras escribía la novela estuve preocupado comprobando que a nadie se le hubiera ocurrido preguntarse qué había pasado con el Árbol del Bien y del Mal. Era una idea que flotaba por ahí y que a cualquiera se le podría haber ocurrido.
Era la historia de una familia que vigilaba un árbol y se descubría al final que era el Árbol del Bien y el Mal. Me di cuenta de que había mucho que contar… Y empecé a hacerlo más largo. 15 páginas, no funcionaba, 30 páginas… Y yo seguía notando que ahí detrás había una historia grande.
Es curioso como notas cuando un tema necesita una historia grande y no ser un cuento. Me obsesionó mucho desde el principio.
-La religión está en la base de esa historia. ¿De dónde te viene ese interés?
-A mí la fe me ha obsesionado toda la vida, y me ha seguido obsesionando. Ya estaba en muchos cuentos míos desde el principio. Me interesa mucho la gente que cree en cosas que son aparentemente imposibles. La fe en el sentido más amplio del término, que se aplica a la religión, pero también a la superstición.
Y concretamente sobre la religión católica: yo fui a un colegio de monjas, fui monaguillo muchos años, y era monaguillo aunque no creía porque me interesaba mucho todo lo que ocurría ahí, la liturgia.
Yo dejé de creer muy joven, en el momento en que me empezaron a hablar en la escuela de los mitos griegos y todo esto. Yo decía, "si Zeus no existe, por la misma Dios tampoco". Pero la gente no llegaba a esa conclusión, y a mí eso me fascinaba. -En estas coordenadas de los conceptos de religión, teología, fe, que son tres cosas totalmente distintas, ¿de qué está lleno tu libro y de qué no hay nada?
-Está lleno de fe, en el sentido más puro de la palabra, y está desprovisto de la teología. Los Miralles creen que el Árbol del Bien y del Mal está en su patio, que son los guardianes, algo que aparentemente a todo el mundo le parece absurdo, pero que sigue siendo menos estrafalario que una persona que se está azotando en Semana Santa, u otros ritos que se realizan con normalidad.
Y está sobre todo lleno de la fe, en el sentido de la fe pura. Había una versión previa en la que sí había más reflexiones teológicas. Yo sí he intentado informarme, pero había dos cosas que me llevaron a quitarlas del libro. En primer lugar, que ellos son una familia rural y a mí me interesaba mucho retratar un mundo costumbrista y hacerlo lo más realista posible. Para hacerlo lo más realista posible, yo tenía que ser más realista que el mundo real. Y lo otro es que el protagonista está contado en primera persona, y él ni lee ni le interesa la teología. Si a la voz protagonista no le interesa la teología, a mí tampoco me interesa. Yo tengo que centrarme en la fe y en la familia.
-Si hablar de una familia ya es hablar de un universo entero, ¡en esta incluso se casan entre ellos!
-Yo quería hablar de la fe y seguramente acabé hablando sobre todo de la familia. Lo que me interesa del tema es esa relación de amor-odio (o imposible) que es constante y en el que todos podemos sentirnos superidentificados. Y que la familia es prisión y al mismo tiempo es abrazo.
Y que los Miralles se cuidan, se ríen juntos, se dan amor; pero al mismo tiempo se vigilan, se obligan y se juzgan continuamente. Juzgar es la labor de una familia, vigilar que no salgas de lo que debes hacer de acuerdo a las coordenadas de la familia.
-¿Tu novela es una crítica a la familia concreta o a la familia como estructura?
-Es una crítica a la familia como estructura, pero pondría entre comillas la palabra crítica. Es una reflexión sobre la familia.
Me parece que cuando dices crítica quieres decir que hay otra opción y yo no sé si eso existe. La familia es dura y es difícil y romper con ella, que es algo muy liberador, también hace que te pierdas otras cosas necesarias.
-Intercalas a lo largo de toda la novela los recuerdos de Moisés con el presente. ¿De qué sirven estos viajes al pasado, para construir una épica de la familia o para contar más a los personajes?
-Estos recuerdos me sirven para meterme aún más en el protagonista. Además, me permite perfilar la historia, hay muchas cosas que contar, muchas verdades que ir contando, y eso me sirve.
También para descansar, porque la novela está contada en presente. Es el mejor ritmo para enganchar, es energía pura, pero también es muy difícil mantenerlo a lo largo de la novela.
-Una historia tan coral, de una familia entera… ¿Qué fue primero, las tramas o el árbol genealógico y la construcción de los personajes?
-Yo empecé a escribir pensando que era un relato corto, y ya cuando pasó a ser una novela, necesité un árbol genealógico.
Un momento importante fue cuando me di cuenta que hacían falta dos casas. Los personajes fueron un proceso previo, pero seguramente porque yo ya tenía la historia en la cabeza desde hacía mucho tiempo. Llevaba mucho tiempo escribiéndola sin escribir una palabra.
-Es muy interesante el contraste entre la capacidad que tenemos de empatizar con Moisés (siendo un personaje difícil) con la incomprensión que nos generan los demás personajes de la familia, indescifrables.
-Mira, me alegra mucho que digas que he generado empatía con Moisés porque es un gilipollas y además es un personaje que no tiene las cosas claras.
Atenta, dijéramos, con una de las primeras reglas de la literatura, que es que el personaje tenga un deseo y una misión. Él tiene un deseo, pero es un deseo... escondido y que él se está negando continuamente. Va de un lado a otro todo el rato: amo a mi familia, odio a mi familia; la necesito, la desprecio; no creo en el árbol, pero no me atrevo a coger una manzana y morderla, porque, ¿y si sí?
Supongo que he conseguido esa empatía poniéndome en su piel. Yo también soy una persona que duda mucho y seguramente yo vivo lleno de contradicciones. La primera es que esta novela es un canto de amor a la terreta y llevo huyendo de ella muchos años.
-Vienes del relato corto. Ahora has hecho esto, tu primera novela, que tú mismo dices en los agradecimientos que ha sido un viaje importante para ti. ¿Qué huella te ha dejado?
-Pues mira, ahora tengo el trabajo de quitarme a Moisés Miralles de la cabeza, que es una voz muy golosa. Yo le agradezco mucho a esta voz, porque me ha cogido de la mano y me ha ido llevando.
Ahora quiero intentar alejarme. Estoy escribiendo algo corto, también porque es lo mejor para desintoxicarme, pero ya tengo ideas para continuar y son muy distintas.