1984 fue un año de medallero, de plata olímpica, de mirra e incienso para los pupilos de Antonio Díaz Miguel, que consiguieron alzarse con un metal en el cielo de unos Ángeles Olímpicos. Una época en la que hasta la intimidad se paseaba con discreción por los rincones de la ciudad.… Años después de aquella épica jornada volví a resarcirme una noche de verano, en la ociosa y libertina avenida de Aragón, en el dorado nocturno, viejo oeste del cubata, viendo en las pantallas habilitadas en el Pub New York el combate que enfrentaba al púgil de Vallecas Poli Díaz vs Whitaker, crónica de una derrota anunciada. Años después Miguelón -sin olvidar a Perico- con sus cinco maillots a su espalda, consiguió aplanar la curva de lo imposible. Los Corbalán, Epi, Solozábal, Fernando Martín, estuvieron a punto de cambiar el rumbo de la historia del baloncesto español. Al tiempo, tuve el privilegio, el honor, junto a un compañero de la EGB, Carlos Busutil, de poder saludar, abrazar y fotografiar a una plantilla de jugadores, héroes de mi infancia, equipo de mucha altura, en una visita realizada a una València plomiza, en plena reconstrucción por los obreros de la democracia, con un capataz al frente, Ricardo Pérez Casado, que dirigía las obras como buenamente podía demostrando ser un buen gestor municipal. La larga plantilla fue alojada en el antiguo hotel Rey Don Jaime, a pocos metros de distancia de mi casa natalicia, tan solo debía cruzar, sin miedo, armado de valor, el puente del Ángel Custodio, trampolín a un vacío existente que mediaba entre la incertidumbre de poder ser asaltado al cruzar las filas de una cortina de humo que soplaba intermitentemente, proveniente de las alturas de unas chimeneas que hoy forman parte del mobiliario y patrimonio urbano de la ciudad. Aún conservo de mi vieja Kodak todas las instantáneas rodeado de mis ídolos de la canasta. Lloré a mansalva la necrológica de Fernando Martín. No todo en la vida es fútbol. Es lo que tiene la fotografía analógica y el pan doble, que suelen conservarse bien.
Al mismo tiempo, el intrépido detective Axel Foly hacía del chiste fácil reír a carcajadas a medido planeta, al occidental por supuesto, con sus peripecias por las urbanizaciones del lujoso barrio de Beverly Hills. Ese mismo año, en 1984, nacía un nuevo mesías, de una nueva era, la punto.com, en el pesebre de Wall Street. Y George Orwell se aventuraba al futuro datando 1984, una novela, situada la escena en este mes de abril. En la actualidad, Mark Zuckerberg es un lobo de las finanzas, propietario de una compañía que hoy cotiza al alza en bolsa, y digo compañía porque Facebook no es una red social, Facebook es capitalismo de vigilancia. La empresa norteamericana controla todas nuestras emociones, sentimientos y comentarios personales a través de sus tres negocios en liza. Ha sabido fijar la chincheta, azotando al inestable mercado que creía controlar el todopoderoso Bill Gates. Otro gran benefactor a la causa, como el que dirige el imperio mundial del textil gallego. ¡Bienvenidas las donaciones! Algunos de estos gerifaltes de la economía han puesto más ímpetu, a través de sus fundaciones, en salvar los muros de Notre Dame que en rescatar vidas humanas. Cada cual que piense lo que quiera. El ADN de esta empresa tecnológica, casa para muchos, segunda residencia para otros, y trampa emocional para el resto de los confinados, complica aún más su salida que la de una multinacional sueca ¡ojo al dato! Y aún persisten muchos de los usuarios en creer que disfrutan de una supuesta legitimidad y libertad en el libre ejercicio de la palabra como sagaces sabuesos, evitando a toda costa ser perseguidos por la censura o reprimenda pública. Se equivocan estos incrédulos que viven atrapados como una araña en su propia red. Agazapados en una mentira capital, sin poder vislumbrar el horizonte bursátil de una vigilancia constante, que con sus comentarios algunos vecinos de esta comunidad rozan el propio narcisismo.
Sin el fútbol en la cancha, hemos mandado a la reserva el título de entrenador e iniciado una carrera de reportero gráfico, enarbolando la bandera de la supuesta razón o verdad, narración que nos es gratificada por la autocomplacencia de un simple like, el aplauso digital. Y por si fuera poco, vendiendo al lado oscuro la intimidad de uno mismo y la de sus compinches tras pulsar un simple emoticono. ¡Benditos pulgares! Si me leen, les advierto, como ya lo hizo Orwell, solo hay que paginar su novela 1984, escrita a finales de la década de los cuarenta, que esta red social es el auténtico Gran Hermano, y no el reality show que presentaba en la pantalla televisiva la desposeída de título nobiliario, Mercedes Milá, mejor conductora que periodista. Facebook nos vigila, cada acción descrita se archiva, cada fotografía se revisa, cada like se almacena en el disco duro. Así la tele pantalla va construyendo un perfil más preciso del usuario registrado adecuándolo a un mercado persa en espera de recibir la ”donación” de filias y gustos, haciéndoles el trabajo más fácil, convirtiendo la información en un producto procesado y a la vez reciclado para darle una vida útil, que acaba auto consumiéndose. Pero lo más anecdótico, en estos desconocidos y singulares días en los que el tiempo es oro, me he detenido unas cuantas horas a observar aleatoriamente el comportamiento humano y las pautas de algunos de mis parroquianos. No escribiré sobre ellos con la misma dureza, porque es molesto, ni es mi estilo, ni estoy ni de lejos a la altura de otros intelectuales de la talla de Umberto Eco o Emili Ledó, entre otros, que lo han hecho acerca del plan diario de algunos usuarios de las redes. Existen ciertos patrones, conductas y paralelismos tras el clima creado en la caverna del Gran Hermano diseñada por Zuckerberg con la obra de Orwell.
La mecánica del usuario pasa por doblepensar escribiendo en una neolengua muy hablada en la comunidad, la ideología del absurdo, en algunas ocasiones, el cerebro no habla, escribe el pulgar, no necesitando de la lógica para funcionar, ni mucho menos contrastar la metáfora recibida en el muro, a veces de las lamentaciones, y compartiéndola a la velocidad de luz, propagándola como un virus que puede dañar mas que incluso el propio Coronavirus. Un muro que cada vez más reaviva el levantamiento del ya derruido de la ciudad de Berlín. Occidentalistas vs Orientalistas. Capitalistas contra Comunistas, escépticos frente a incrédulos, la comunidad ha fabricado estos perfiles. Si se detiene antes de escribir en ¿qué piensas en este momento? Pienso que algunos no piensan lo que piensan escribir. Confirmando a voces lo que Orwell a través del Ministerio de la Verdad retrató en las páginas de 1984, los dos minutos del odio, incitando a la hordas al linchamiento diario a Pablo Iglesias por ser bolivariano (Venezuela, cuando interesa, es una provincia más de la España autonómica eclipsando a la propia Arabia Saudí, otro territorio que ha hecho méritos para pertenecer a la Corona,) o a Santiago Abascal el patriota, y entre medio un desgobierno represor social y comunista. Y para sobrellevar un poquito más el confinamiento en Facebook voy a recordar la lengua del Orwell sobre el doblepensar de las cosas: Saber y no saber, hallarse consciente de lo que realmente es verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas, emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras recurres a ella, creer que la democracia es imposible y que “Facebook” o sucedáneos son los guardianes de la democracia. ¡Despertemos conciencias con un clic!