La marca en el rostro de una mujer dura como el acero, un joven genio con la clave para una revolución tecnológica: una historia sobre cómo sofocar los fuegos del pasado
VALENCIA. Simon tiene algo grande entre manos, el prototipo de una nueva tecnología con un potencial tan inconmensurable como el valor que puede alcanzar en el mercado. Sin embargo está arruinado, al borde del desahucio. Su sistema de reconocimiento de imágenes LISA, un complejísimo algoritmo que ha tardado años en depurar, puede hacer mucho más que cualquier otro software existente hasta la fecha. Él lo sabe, como lo sabe Zachary Myers, la leyenda al frente de la gigantesca corporación Infinity, su última baza. Myers sabe además otra cosa, que Simon y su compañero Tom no tienen demasiado de su lado para una negociación justa, por eso les ha ofrecido asociarse a ellos a cambio de una condición: que logren mejorar los resultados de la aplicación en un plazo de noventa días. De lo contrario, lo perderán todo e Infinity se adueñará de la que puede llegar a ser considerada la mejor o más terrible creación del siglo. A Simon le parece tremendamente difícil alcanzar el objetivo, aunque es cierto que nunca ha sido demasiado resolutivo en situaciones límite. Salvo tal vez años atrás, cuando tuvo lugar El Accidente.
Irina tiene una cicatriz en el rostro, un recuerdo físico del pasado. Dispone también de un halo enigmático que ha cautivado vía mail a un hombre joven de aspecto inofensivo residente en Chicago. Irina ha viajado desde Ucrania hacia una nueva vida en EEUU y no quiere preguntas de nadie, ni siquiera de aquel que desea ser su marido. En su maleta, principalmente, incógnitas, misterios y motivos velados. A su pretendiente, un aspirante a estrella de Silicon Valley de nombre Simon, le importa poco lo que haya de verdad o mentira tras todo lo que ella le ha contado. Él solo busca sentirse amado por una vez en la vida. Si Irina lo quiere realmente o no es algo que comprobará próximamente, mientras tanto, desea disfrutar de una felicidad que no ha conocido nunca. Todo va a salir bien, según parece. Hasta que su socio Tom aparece muerto en un callejón en medio de un charco de sangre a pocos días de la prueba decisiva con Infinity.
Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) no es un éxito en cuarenta países por nada, es fácil de imaginar. Sus novelas han cautivado a una enorme masa de lectores a lo largo y ancho del globo. Trepidantes, entretenidas, escritas de un modo sólido y efectivo; Jurado es sin lugar a dudas uno de nuestros autores más conocidos y leídos, entre otras razones, por un mérito muy importante: sabe despertar la curiosidad y las ganas de leer en un público masivo y heterogéneo. Cicatriz, su última novela publicada, cuenta también con este sello de la casa. Una inquietante marca en la piel, una mujer dura como el acero de Magnitogorsk, la Mafiya y sus terribles y crueles métodos, la realidad tras el mito romántico de los vory v zakone y sus tatuajes, un programador tan brillante como aparentemente pusilánime, una cuenta atrás hacia el desastre: las piezas necesarias -ensambladas con habilidad mediante la argamasa Gómez-Jurado- para que esta novela desaparezca a toda velocidad de los estantes de grandes superficies y librerías.
Otra de las piezas que determinan que una historia nos atrape y otra no, es el ritmo. Muchos narradores con gran talento cometen el fallo de descuidar el ritmo, y sus novelas o relatos se desinflan, corriendo el riesgo de ser abandonadas prematuramente por el lector. Estos abandonos, además, se han agravado al aumentar la velocidad a la que vivimos y al disminuir, a su vez, nuestra paciencia y capacidad de concentración. Gómez-Jurado debe ser muy consciente de esta realidad y de sus objetivos a la hora de construir una novela, porque si algo no le falta a Cicatriz es ritmo y suspense, así como ganchos al final de un capítulo que harán que dejes para luego lo que podrías hacer ahora si no fuese porque estás leyendo -lo cual está muy bien-. Junto a todo lo mencionado, el humor también juega un papel fundamental en la novela; se trata de un humor bien suministrado, inteligente, que se manifiesta en los momentos en que la historia, que dispone de pasajes realmente duros, exige un poco de desahogo emocional. Porque vérselas con unos tipos capaces de cortar orejas (humanas) y comérselas sin perder la sonrisa de tiburón, no es precisamente un camino de rosas, y afortunadamente, el autor no ha querido protegernos en exceso de las salpicaduras.
Por otra parte, el apartado tecnológico de la novela es interesante, además de por su forma de sostener la trama, por el hecho de obligarnos a pensar acerca de los rastros que dejamos en internet, las posibilidades que existen actualmente de ser realmente anónimos, los peligros de las puertas traseras de un sinfín de contenedores de información donde volcamos nuestra intimidad a diario y del futuro que nos espera en los años venideros si la tendencia hacia la exposición absoluta y descarnada sigue como parece que va a seguir. En una era en la que los anuncios no acosan persiguiéndonos de una página a otra, en una época en la que ni siquiera sabemos qué sabe quién de nuestra vida y nuestras relaciones, está bien sentirse un poco asfixiado antes las nefastas posibilidades del progreso amoral durante unas cuantas páginas.
Si quieres regalar literatura el día de Reyes y no sabes qué título escoger, suma esta nueva novela de Juan Gómez-Jurado a la lista de propuestas que compartimos la semana pasada ahora que toda vía estás a tiempo. Si la lees y como toda buena historia te deja una agradable cicatriz en la memoria, puedes hacérnoslo saber tanto a nosotros como al artífice de la misma, que en la última página del libro incluye un par de vías contacto: su perfil en Twitter y su correo electrónico. Quién sabe, tal vez tu mensaje o las circunstancias que lo acompañen sean la materia prima de su próxima obra. Todo es posible. La realidad en la Red siempre supera a la ficción.