La estulticia se nos está inoculando desde hace unos años despacito y a sorbitos, y así estamos llegando al límite del ridículo, asumiendo una falsa culpabilidad y auto-exterminando nuestra cultura y nuestros valores
Hemos comenzado junio con las noticias del atentado de Londres el pasado fin de semana y con la amarga sensación de que este tipo de informaciones empiezan a ser rutinarias, nos vamos acostumbrando a ellas. Me refiero, lógicamente, a los atroces atentados que el islamismo radical comete en territorio europeo. Y como reza el título de este Tintero, esa maldita costumbre la asimilamos despacito, poco a poco, sin percibirla de un día para otro. Prueba de ello es como los atentados –con decenas de muertos y heridos y macabramente espectaculares– que suceden en países lejanos geográficamente, sobre todo en Oriente Medio, nos parecen algo cotidiano y ni cambiamos nuestra foto de perfil ni nos compungimos como cuando vemos el suelo de Niza, París, Manchester o Londres ensangrentado.
El último atentado nos deja, además de los muertos y heridos, un español desaparecido, Ignacio Echeverría, un auténtico héroe. En 2017 y en un país como Gran Bretaña, es realmente curioso cuando no preocupante, que no puedan averiguar la situación y el paradero de este compatriota. Sospechoso ha resultado lo despacito que las autoridades británicas se han tomado la búsqueda no solo de nuestro héroe sino de otros cuatro desaparecidos –dos australianas y dos franceses–. Si fuera responsabilidad de la policía española, llevaríamos días nosotros mismos machacando y criticando a nuestros políticos y a nuestras fuerzas de seguridad. Debemos exigir con responsabilidad y firmeza que se clarifique esta dramática situación que es difícil de entender en estos tiempos.
El gran reto de esta época es sin duda el nuevo orden internacional, especialmente el mantenimiento de la paz, la seguridad y los derechos en las democracias occidentales mientras hay zonas que llevan inmersas en guerras varias décadas. Ese escenario tiene como telón de fondo un choque real de civilizaciones –en contraposición con la perversa alianza zapateril–. La tolerancia y el respeto se dan cuando se pueden dar, cuando las condiciones culturales, sociales y legales así lo permiten, no se dan sin más y en cualquier situación. Un sencillo e ilustrativo ejemplo: si un pit bull ataca a tu hijo de cinco años ¿qué harías? En aras a que los animalistas –nombre muy explicativo– no te critiquen, deberías retirarlo suavemente o quizá hacerle ver que no está bien arrancarle el brazo a tu hijo con amables palabras. Y acto seguido, aunque tu hijo perdiera una extremidad, recordar a todos que los pit bull son pacíficos y quienes tengan hijos pequeños deben acercarse a ellos y acariciarlos.
La estulticia se nos está inoculando desde hace unos años des-pa-cito y a sorbitos, y así estamos llegando al límite del ridículo, asumiendo una falsa culpabilidad y auto-exterminando nuestra cultura y nuestros valores. La multiculturalidad es por ejemplo, lo que publicaba una buena amiga en su perfil de Facebook: subirse a un taxi en Moscú y que el conductor vaya escuchando y cantando 'Despacito', en perfecto castellano. Como esos jóvenes italianos que criticaban ese tipo de música y luego la cantaban gozosamente. Que no se asusten los que piensan que multicultural sólo es probar la comida árabe en tu verano londinense o ver cine checo, porque si algo une al mundo libre, donde se respetan los derechos de las personas y cree en la igualdad entre hombres y mujeres, es la música y especialmente la comercial, la que todos critican y todos bailan.
Y curiosamente mientras pensaba en esta columna veía en las paredes de los antiguos cines Martí, en la avenida del Reino de Valencia, un cartel que anuncia la próxima actuación del cantante Luis Fonsi, sí, el de Despacito. Y se pueden imaginar la música que sonaba en el bar donde fui a comer después. El mundo libre tiene una batalla que dar, mientras los más jóvenes bailan Despacito; nuestro líderes deberían preocuparse por acelerar las ideas, propuestas y decisiones que más pronto que tarde nos coloquen en el rumbo correcto para que nuestra sociedad pueda vivir en paz y libertad, y por supuesto bailar y disfrutar.