Seguro que usted también fue sorprendido con ese mensaje donde la popular red de mensajería instantánea Whatsapp, le advertía de que sus comunicaciones serían protegidas por un sofisticado sistema de seguridad: encriptándolas. Podrían inventar un sistema para descifrar el lenguaje de los líderes políticos que dialogan y no llegan a acuerdos
Hace más de una década, especialmente desde que empezó el siglo XXI, leemos reportajes, escuchamos entrevistas y vemos programas sobre la importancia del impacto que tienen las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en nuestras vidas tanto a nivel personal como profesional. Sinceramente, tengo la percepción de que no acabamos de tomarnos en serio este hecho, o al menos las generaciones adultas han mantenido distancia, cuando no rechazo, frente a una realidad que a veces les supera. Pero la transformación en las formas de comunicación condiciona –quizá en exceso– nuestro entorno.
Mucha gente sigue pensando que las redes sociales y especialmente las de mensajes son cosas de adolescentes. En muchos casos, se banalizan considerándolas un artilugio para el ocio y entretenimiento –creo que más bien debemos decir ‘atontamiento’– de los más jóvenes. Hasta que ha ido surgiendo una generación adulta que sufre una potente adicción a los diferentes dispositivos móviles y sus ‘seductoras’ aplicaciones. Y al margen de la esfera personal, su uso a nivel profesional, se ha extendido y generalizado suponiendo agilidad y fluidez a la hora de resolver un problema de trabajo pero también creando situaciones incómodas y quebraderos de cabeza donde no los había.
En el último año, muchas de las informaciones publicadas en los medios relativas a casos de corrupción, tenían como prueba conversaciones bien telefónicas, bien a través de SMS o incluso de Whatsapp. Prueba de esa reticencia de algunas personas a implementar las nuevas tecnologías la tenemos en el propio presidente del gobierno en funciones, Mariano Rajoy, quien en una reciente entrevistareconocía no tener Whatsapp y seguir usando lo que denominó “SMS normal”. Quizá con el nuevo sistema de cifrado sería recomendable que lo utilizara, al menos si envía mensajes a (ex) compañeros de partido.
También ha sido motivo de portadas en los últimos meses, una conversación a través de la plataforma de mensajería instantánea de Apple (iMessage) donde el actual Rey Felipe VI y la Reina Letizia dialogaban, antes de ser Reyes, en términos amigables con el empresario Javier López Madrid, mostrándole ella su apoyo explícito. Dicho empresario se ha visto envuelto en diferentes casos de corrupción. Los nuevos ‘diálogos encriptados’ donde supuestamente sólo podrán leer los mensajes el emisor y receptor de los mismos, aumentan la seguridad pero siempre existirán filtraciones vía delator o vía pantallazo.
Como ven hasta las más altas instancias del estado se han visto en apuros como consecuencia del uso de redes de mensajería, las redes sociales las suelen dejar en manos de expertos en comunicación on line, gracias a Dios. Pero la importancia no sólo de lo que “hablamos” en nuestros dispositivos, sino también de cualquier expresión o comentario, ha llevado a un juzgado de Moncada a condenar por daños morales a un acusado porque tuvo durante dos meses en su estado de Whatsapp –algo que no suele leer todo el mundo pero existe– la frase “No te fíes de Javier Gutiérrez” (nombre ficticio) y la sentencia dicta que para reparar el honor de la víctima deberá publicar durante ese mismo tiempo otro estado de Whatsapp. Así que les aconsejo que vigilen lo que publican, lo que envían y casi hasta lo que piensan, la era del ‘gran hermano’ que todo lo controla ha llegado.
Y si en lugar de proteger nuestros chats nos descifraran el lenguaje que utilizan nuestros representantes públicos, pues llevan meses y meses debatiendo y no alcanzan un acuerdo, y lo que es peor, tampoco se atreven a mostrar a las claras su desacuerdo y por lo tanto convocar nuevas elecciones. Tal vez los diálogos de nuestros diputados también están cifrados y entre ellos se entienden poco y los ciudadanos ya no entendemos nada. Que vuelvan al género epistolar, se lo dice ‘El Tintero’.