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mar abierto / OPINIÓN

Diario del Sin-Abrazo

29/09/2020 - 

Podría extenderme esta semana escribiendo sobre la parodia del concejal Galiana, que ha puesto la credibilidad de Valencia en ‘cuarentena’ internacional. Porque, además del daño emergente de convertirnos en el hazmerreír mundial, va a provocar -y esto se está valorando poco- una expectativa cesante, por las oportunidades que, en castigo a la impostura, vamos a perder durante no-se-sabe-cuánto-tiempo, desde luego ante la Comisión Europea.

Eso, con la enésima espantada del alcalde más ausente que ha tenido esta ciudad: Ribó, que no está donde debería estar en los momentos importantes. Y que si sabía lo que iba a hacer su concejal en nombre de Valencia, mal. Pero si ni siquiera se preocupó por saberlo, peor. 

Podría analizar también la ofensiva al statu quo constitucional, que una parte del Gobierno de España impulsa ya sin disimulo, y la otra cuando menos consiente, con irresponsable complacencia o imperdonable equidistancia. 

Cuando los contagios y las muertes, lamentablemente, están de nuevo aumentando, en una segunda ola que, pese a ser reiteradamente anunciada, nos ha vuelto a encontrar sin los deberes hechos. Cuando la incertidumbre sobre los ERTES, el temor fundado a cifras alarmantes de parados, el traumático cierre de comercios, la asfixia de los autónomos, la ruina del turismo al que Sánchez olvida, una y otra vez... 

Cuando lo que España necesita es concentrar los esfuerzos en combatir los múltiples  misiles noqueantes de la pandemia, el gobierno anda entretenido en buscar votos, contentar radicales, ‘sorpassar’ la transición democrática y blanquear delincuentes. Suena duro, duele hasta escribirlo, pero es lo que hay y hay que decirlo. 

Las cesiones a Bildu, incluyendo el lamento ‘profundo’, en sede parlamentaria, por un terrorista; la reforma del Código Penal para liberar, ora BOE, ora indulto, a condenados que confiesan abiertamente que su objetivo es disgregar España y que lo volverán a hacer; el ataque furibundo al Jefe de la Nación, el Rey Felipe VI, apuntando a la línea de flotación del Estado mismo; las instrucciones de la Fiscal General del Estado para que se archiven todos los procesos por responsabilidades en la gestión de la covid... Sean cuales sean las circunstancias enjuiciadas. Quién los ha visto, exigiendo masivamente  responsabilidades políticas; y quién los ve, ahora, impidiendo investigarlas.

A pesar de todo ello, que no es poco, hoy quiero escribir sobre algo más, y distinto. De la pandemia, sí, pero de un ‘efecto colateral’ del que se habla poco: que el coronavirus, además de la salud y la economía, nos ha privado, sine die, de los abrazos. Y de los besos. Son millones los que hemos perdido. Como el tiempo, irrecuperables. 

Descolocan esos encuentros inesperados con conocidos o amigos, en que aún no sabemos ni cómo saludarnos. Porque, de pronto, ya no se debe confraternizar con los codos, aunque durante meses ha sido recomendación universal. Sin que sepamos el por qué de estos vuelcos volátiles, ahora sí ahora no, con saludos, guantes, mascarillas o test. Cumplimos las instrucciones y pasamos con disciplina del codo al corazón. Hasta nueva orden. Pero seguimos, desconcertados, sin abrazos. Y menos mal que la frialdad de su privación, provoca que las miradas sean, sobre las mascarillas, más expresivas.

Especialmente difícil es encontrarnos con el dolor, tristeza, enfermedad, preocupación,  angustia o tragedia de los demás. Porque entonces percibimos, con consternación, que la mano al corazón no basta. Que nada alcanza ni de lejos a la empatía de un intenso abrazo. Y nos queda la frustración de no haber podido, siquiera, reconfortar.

O con las personas más mayores que están aisladas, en casa y sobre todo en residencias, sin poder sentir, desde hace demasiado, el bálsamo de los abrazos cercanos. Para ellos, con el contador vital en marcha, los días, meses, a solas, son años extraviados y anormalmente envejecidos. 

La covid ha segado vidas, cuyo número, además, se nos oculta. Esta  maldita pandemia, de final incertus an incertus quando, sigue dejando cicatrices y secuelas, algunas aún por descubrir. Está devastando, sin antídotos eficaces, las defensas de la economia y el empleo. Pero, además, nos está robando los abrazos. Aplicando asepsia a los sentimientos y provocando heridas en el alma. 

Así que otro día escribiré más sobre este virus desconcertante y letal, que tiene a España entre los lugares con peores registros sanitarios y económicos. Pero hoy permítanme que me quede en el abrazo. Los que hemos dejado de darnos desde el 13 de marzo. Los que, esperamos, no hayan de guardar aún largos períodos de carencia. Porque no hay mejor vitamina que la del afecto. Ni energía con más luz que la emoción. Pero la realidad es que, ahora mismo, nuestro menú diario es el del sin-abrazo. Y se nota. Cada vez más. Que pase pronto. Que vuelvan los abrazos.

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