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nostradamus ya lo sabía / OPINIÓN

Diccionario urbano para políticos de ciencia en apuros

30/05/2022 - 

En el ámbito científico, unos se dedican a investigar y otros a gestionar, a migrar, a divulgar o a vigilar lo que escriben en las redes sociales o lo que dicen en foros públicos los gestores de las políticas de ciencia. Esto último, por barato, es probablemente lo que más cerca esté de abundar, si el gasto en ciencia no lo remedia. Uno de los que más recientemente lo ha vivido como diana es el físico teórico Domènec Espriu en calidad de director de la Agencia Estatal de Investigación (AEI), el instrumento que fomenta con financiación con fondos públicos la investigación científica y técnica que se desarrolla en España.

El catedrático Espriu se ha tenido que escuchar estos días críticas que como mínimo le recriminan no conocer la realidad de la ciencia española. Otras voces desde la ciencia tuiteada y exigente le han pedido la dimisión por decir en un acto sobre la precarización de las condiciones de trabajo de los investigadores que “precariedad es la vida del señor que viene en cayuco”, recogido en un vídeo de ocho segundos por el que organizaciones de jóvenes investigadores, sindicatos y algunos partidos en el Congreso han pedido explicaciones. Toda una hoguera virtual por confundir precariedad y miseria, berenjenal conceptual que la física teórica no está obligada a conocer, aunque tal vez sí quien maneje cuentas públicas.

El fragmento procede de un vídeo de más de una hora y veinte minutos de duración de un debate impulsado por la red de divulgación científica en catalán Neurones Fregides. De paso, cabe celebrar que fuera un debate de verdad y no un conjunto de ponencias yoistas tan de pandemia. En la conversación con jóvenes investigadores, Espriu reconocía la infrafinanciación y la falta de más contratos en el sistema de investigación y la dificultad de alcanzar el objetivo del 3% del PIB en 2030, afirmando a la vez que hoy estamos mejor que hace diez años “porque los sueldos en ciencia han subido” y lamentando que no lo haya hecho el número de ayudas para los jóvenes investigadores.

Defensor de la internacionalización para superar los males del modelo español, al que califica de “un poco endogámico” y no abierto, en el que persiste en algunas áreas de conocimiento la tendencia histórica de colocar en la carrera científica a quien empieza y sigue trabajando mal pagado, el director de la AEI afeó a los jóvenes la falta de ilusión por la ciencia y el error de pensar que un doctorado garantiza la cátedra. Es decir, Espriu no dijo nada nuevo en el argumentario científico conocido desde Ramón y Cajal, y la falta de imaginación no va a movilizar a estas alturas de democracia el recambio en el cargo.

Con apenas unos días de diferencia, otro de los conceptos dorados del diccionario urbano de la ciencia, la transferencia del conocimiento, ha encendido las cuentas sociales de investigadores a raíz de un nuevo tuit de la ministra de Ciencia, Diana Morant, en el que celebraba que “el futuro no se entiende sin la ciencia, sin el conocimiento y sin la innovación, que impulsarán la transformación de España gracias a los fondos @P_Recuperacion. Esta será la primera experiencia de transferencia de conocimiento real entre la ciencia y los sectores productivos”. Si a Espriu le han criticado la falta de realismo, a Morant no le iban a perdonar que utilice con tanta libertad el adjetivo “real”, ahora que está tan mal visto.

La ministra de Ciencia, o quien gestione sus redes sociales, ha olvidado que la transferencia se viene presupuestando (otra cosa es evaluar) en este país desde hace más de tres décadas —ahí están las oficinas de transferencia de las universidades—, como fruto de las tendencias internacionales de unir academia, empresa y sector público y que requiere muchas actividades y recursos, como bien los describen en Cambridge.

Ahora bien, la transferencia no se ejerce en la universidad desde sus orígenes medievales, como algunos críticos han pretendido reprochar a Morant. Ni la transferencia es de toda la vida ni Colón es el padre de la globalización. Hay que tener siempre cuidado con estirar por encima de sus posibilidades los orígenes de las categorizaciones, entre otras cosas porque distinguir el intercambio de conocimiento y transferir conocimiento y tecnología solo queda reservado a las mentes privilegiadas de la ingeniería nórdica. Necesitamos que alguien se anime con un diccionario para políticos (de ciencia y más allá) en apuros.

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