VALÈNCIA. Cuando volvemos de nuestros viajes solemos hablar mucho de lo que hemos comido en los diferentes países que hemos visitado: que vaya atracones de sushi que me metí en Japón, que menudo asado me zampé en Argentina, que si probé la carne de ballena en Islandia y sabe a atún rojo... pero poco hablamos de lo que ocurrió después con esa comida. De adónde fue a parar exactamente. Porque si cada país tiene una cultura gastronómica distinta, no podemos esperar que la cultura depositiva (permítanme el neologismo) sea idéntica en todo el planeta. Cualquier viajero experimentado sabe que hay diferentes tipos de váteres y diferentes formas de limpiarse tras hacer aguas mayores: desde la simple letrina hasta los váteres superinteligentes de Japón, pasando por los retretes comunitarios chinos o los elija-su-propio-urinario de la estepa mongola.
Ahondemos un poco en este escatológico asunto...
Desde el principio de los tiempos hay constancia de distintos métodos de limpieza anal más allá del agua y la nieve, los más usados por razones obvias: hojas de árbol o de lechuga, musgo, piedras, algas, corteza de coco... Se sabe -por ejemplo- que la clase alta de la antigua Roma se limpiaba con una esponja atada a un palo, que dejaban tras su uso en un recipiente con vinagre o agua salada. O que fueron lo chinos los primeros en producir hojas de papel orientadas al aseo rectal, método que en el siglo XIX copiaríamos los occidentales, siendo Estados Unidos el lugar donde comenzaron a comercializarse los rollo de papel higiénico similares a los que hoy usa gran parte del mundo.
A pesar de que he escuchado a mucha gente criticar -e incluso llamar guarros- a los musulmanes por limpiarse con la mano y por usar inodoros a la turca (un agujero en el suelo) en lugar de inodoros pedestal como los nuestros, los expertos en higiene aseguran que su cultura defecativa es superior a la nuestra. La postura que el cuerpo adopta al usar el retretes sin taza es mejor para la deposición. También dicen que la limpieza con agua es mucho más eficaz para limpiar las grietas en profundidad evitando hemorroides, fisuras, infecciones...
Si hacemos un ejercicio de empatía y nos ponemos en su lugar, descubriremos que lo que ellos ven al mirar nuestros urinarios -gente que se sienta en la misma taza, a veces sucia- y se limpia con trozos de papel, no es exactamente algo que alguien poco acostumbrado desee imitar. De hecho, muchos se niegan a usar este tipo de váteres europeos y, si se los encuentran en un baño público, se acuclillan sobre la taza, por lo que no es extraño encontrar carteles de “prohibido acuclillarse sobre la taza del urinario” (con dibujitos, claro) en países donde conviven las dos tradiciones más populares en el mundo para hacer de vientre: la letrina con manguera y el pedestal con papel higiénico.
¿Nunca se han preguntado por qué los musulmanes no usan la mano izquierda para comer, para saludar, para tocar a los demás...? Pues aquí tienen la solución: esa es la mano empleada para la limpieza íntima... Y no pongan cara de asco, el bidé es lo mismo... Recuerdo que hace varios años en Senegal nos invitaron a comer en una fiesta. Había una gran olla de arroz con carne y todo el mundo cogía con la mano la comida haciendo una bola ates de deglutirla. Mi acompañante, zurda, estuvo a punto de meter la mano izquierda en el plato cuando varios de los asistentes miraron la escena con repugnancia: ¡No, no!, gritó la persona que nos había invitado. Entonces nos explicó que esa mano era impura, que no se podía meter en el plato -y menos en un plato que era para mucha gente- aunque nosotros no nos limpiásemos de la misma forma que ellos. Según su costumbre (extendida en gran parte del mundo) la mano izquierda es mejor mantenerla apartada de lo público.
Sin lugar a dudas es Japón el país que ha dado en el clavo y ha puesto de acuerdo a la mayoría de culturas del mundo en la forma correcta de usar el baño. Sus urinarios electrónicos, con diversas aplicaciones, son por sí solos una razón para viajar al país asiático. Puedes regular la temperatura de la taza y lanzar chorritos a diversas partes de tu anatomía (aunque es recomendable que el dibujito de una chica sea usado solo por chicas, pues el agua a presión dirigida al sexo de un hombre puede ser incluso doloroso, y lo digo por experiencia). Algunos urinarios no solo te limpian con un chorrito regulable (temperatura del agua, presión, dirección) sino que incluyen una función secadora que hace que no necesites ni tocarte... en teoría, porque la secadora es lentísima y no creo que nadie tenga paciencia para esperar que se le seque el pompis. Un invento muy adecuado para una cultura donde la pulcritud es a veces extrema: servilletas con jabón antes de comer, guantes y poco contacto físico, pastillas para que los viejos no huelan...
Podríamos hablar de muchos otros excusados, como los retrete-ducha que encontramos en gran parte del mundo (en Tailandia, por ejemplo, son todos así, puedes hacer de vientre mientras te pegas una ducha: ¡voilà! ¡limpio por fuera y por dentro!) pero voy a acabar con dos tipos de baño público que llamaron mi atención. El primero es propio de la estepa y el desierto de Mongolia. Cuando el conductor paró en un pequeño bar en medio de la nada -en Mongolia la mayor parte del tiempo hay nada, 360º de nada, ni siquiera montañas- y pregunté dónde estaba el servicio, el conductor del autobús comenzó a reír: Mongolia es un gran servicio, dijo. Elige el lugar que más te guste y adelante... Comencé a alejarme. Por desgracia en Mongolia no puedes esconderte ni siquiera detrás de matorrales, como ocurre en la India (donde he visto más culos de los que quisiera dando un simple paseo: culo por matorral, no falla), así que te vas alejando hasta hacerte pequeñito. Entonces te acuclillas y miras a lo lejos, a la gente pequeña como figuritas de Belén. Te acuclillas y te ves desde su mirada: un diminuto caganet. Lo sé porque vi a varios mongoles alejarse en ese vacío perfecto donde el horizonte es plano y los váteres son cualquier lugar alejado de las yurtas donde viven las familias de pastores.
Mi otra experiencia curiosa fue en los baños públicos de China. Algunos de ellos son una sala grande con varios agujeros en el suelo. Yo entré en uno donde había dos filas de cinco agujeros cada una. Allí se colocaba la gente a hacer sus necesidades, enfrentados, mirándose unos a otros. Recuerdo mear con un anciano acuclillado frente a mí -a unos metros- haciendo fuerza. Mucha fuerza. Él me observaba fijamente y yo miraba para otro sitio, aunque jamás olvidaré la tensa escena. Supongo que para una cultura donde varias familias vivían juntas en muy poco espacio, sumado al comunismo que fundó al moderna China, es algo normal compartir la intimidad del desahogo estomacal.
Si les apasiona el tema, Lonely Planet ha sacado un par de libros de fotografías sobre los retretes más interesantes del mundo. El último apenas tiene unos meses...