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Discos Amsterdam: cuarenta años al filo del vinilo

«Vender discos es circunstancial; lo más importante es disfrutar hablando de música». Así es como resume Juan Vitoria las razones que le llevaron a montar en 1982 su propia tienda de discos. Un establecimiento que, ya nos avanza, jamás traspasará. «Esto nace y muere conmigo»

| 25/09/2022 | 9 min, 28 seg

VALÈNCIA. Las tiendas de discos son negocios singulares. A veces encuentras detrás del mostrador a una persona impenetrable; de esas que solo están dispuestas a intercambiar opiniones con su parroquia habitual o con aquellos clientes a los que presuponen, a ojo de buen cubero, un criterio adecuado. Pero en otras ocasiones ocurre todo lo contrario: el vendedor resulta ser un animado conversador que baliza tu visita con recomendaciones, anécdotas personales, risas. Decimos que las tiendas de discos son negocios peculiares porque la necesidad de vender está muchas veces supeditada a otro tipo de consideraciones: intuitivas, románticas, caprichosas incluso. 

«No solo se trata de vender discos; eso es circunstancial. Lo más importante es hablar de música», nos responde Juan Vitoria cuando le preguntamos por las razones que le llevaron a abrir su propia tienda en València, allá por 1982. Él, por aquel entonces, era un joven melómano que llevaba años alimentando su obsesión por el rock y la música negra en todas sus declinaciones. Coleccionaba vinilos, se empapaba de información en revistas especializadas extranjeras y visitaba con frecuencia tiendas londinenses de pedigrí. «Hoy en día la mayoría de estos establecimientos ya no existe», se lamenta. 

Vitoria también colecciona cómics desde muy corta edad. De hecho, nació con un talento natural para dibujar que llegó a encauzar profesionalmente hacia el diseño gráfico. Su destino, sin embargo, acabó en otros derroteros. La memoria enciclopedista de Juan Vitoria, sumada a una notable fluidez verbal, le ayudaron a convertirse en un destacado divulgador musical (o «ideólogo musical», como él prefiere referirse a sí mismo). A lo largo de las últimas décadas, Vitoria ha escrito libros (Los 100 mejores discos del Rock, Discos ocultos), ha colaborado en diversas revistas musicales locales y nacionales y ha sido presentador y locutor del longevo programa radiofónico Los 39 sonidos (hoy reconvertido en podcast), que todavía se mantiene en activo. Tampoco es raro encontrarlo por la noche dentro de una cabina de DJ, pinchando vinilos bajo el pseudónimo de Jon Gasteiz. El último lío en el que se ha metido ha sido comisariar la exposición permanente de la casa-museo de Camilo Sesto en Alcoy. 

Efectivamente, Juan Vitoria tiene muchas facetas, aunque la cabecera que mejor le representa es la tienda Discos Amsterdam, que este otoño celebra su cuarenta aniversario. Todo un hito dentro de un gremio instalado en una crisis permanente. Esta pequeña guarida, especializada en la música de guitarras facturadas desde los años cincuenta hasta la actualidad, ha resistido los envites del tiempo y los drásticos cambios que han experimentado los patrones de consumo de la música. Siguió ahí cuando el CD desplazó al vinilo, y continuó resistiendo cuando el mp3 amenazó con llevarse por delante todo formato físico.

La revolución del streaming —un tipo de escucha que detesta con todas sus fuerzas— tampoco ha podido tumbar este negocio, que sigue en pie no solo gracias a los clientes de toda la vida, sino también a los jóvenes que se han sumado al renacer del vinilo durante la última década. Por aquí pasan a diario tanto veteranos coleccionistas de sesenta años en busca de rarezas, como chicas de diecisiete fascinadas con el descubrimiento reciente de Frank Zappa o David Bowie. 

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Por mucho que las plataformas de venta online como Discogs hayan abierto una vía de ingresos complementaria para este tipo de establecimientos, lo cierto es que las tiendas de discos físicas son un negocio cada vez menos rentable. Los márgenes comerciales son muy estrechos, y aunque el coleccionismo ha experimentado un cierto auge en los últimos años, no deja de ser un fetichismo minoritario. ¿Cómo explica Vitoria que Discos Amsterdam continúe su andadura?

«Creo que lo más importante no es el producto que vendemos, sino cómo lo vendemos. Quise reproducir la complicidad y empatía que encontraba en tiendas de Madrid como Toni Martin o Escridiscos». «Por cierto, Pepe Escribano, de Escridiscos, se jubiló, y ahora vive en València —nos informa—. Traspasó la tienda a un chaval, que ha decidido conservar el nombre, aunque llevando una línea muy distinta en el catálogo. A mí eso me parece una aberración. Yo ya te avanzo que Discos Amsterdam nace y muere conmigo. Jamás la traspasaré. La identidad de una tienda está íntimamente relacionada con la gente que la forma», afirma con vehemencia Juan, cuyo «núcleo duro» se completa con otras dos personas que le han acompañado en esta aventura desde los inicios: su mujer, Margarita González, inseparable acompañante de conciertos, viajes y festivales, y responsable de la administración y la contabilidad de la tienda y su mejor amigo, Miguel Ángel Galán, que durante cuatro décadas se ha alternado con Vitoria detrás del mostrador, y ahora está a punto de retirarse.

Una de las particularidades de Discos Amsterdam es su ubicación. En lugar de buscar un local céntrico y con mucha visibilidad para el peatón urbanita, Vitoria se decantó por un emplazamiento más bien periférico. «Nuevo Centro es el segundo centro comercial que abrió en España, y en aquellos años, los ochenta, yo me había fijado en que las tiendas de discos que había en los malls de Estados Unidos funcionaban bastante bien. Nunca me he planteado trasladarla a otro lugar; de hecho, para nosotros ha tenido muchas ventajas estar aquí. Hay mucha más seguridad frente a robos, y además nos han dado siempre muchas facilidades para montar exposiciones, presentaciones y conciertos. Aquí no ha venido nadie armado con una navaja para asaltar la caja». 

Pioneros en discos de importación

Vitoria rememora cómo se trabajaba antes de internet. «Empecé comprando por catálogo a tiendas de todo el mundo que se anunciaban en revistas como el New Musical Express y similares. Era un sistema básicamente epistolar. Trabajar con discos de importación nos diferenciaba del resto de las tiendas. Estaba también la que luego se convertiría en Harmony; ellos sí traían algo del extranjero, pero sobre todo bootlegs, es decir, discos piratas, referencias raras, directos y cosas así. En aquellos años, las tiendas vendían sobre todo discos de segunda mano. El problema es que había discos, como los de los Cramps, que solo se podían encontrar de importación; no como ahora que te encuentras sus reediciones en todas partes». 

En estos momentos, el stock de Discos Amsterdam se compone de cerca de un 70% de discos nuevos y un 30% de segunda mano. En algunos casos el cliente puede elegir, para un mismo título, entre original y reedición. Los precios de los primeros son por lo general más elevados, pero eso no significa que la calidad de escucha sea necesariamente mejor. «El propietario de una tienda tiene que saber qué edición tiene mayor calidad en cada caso. Los discos originales norteamericanos o japoneses, por ejemplo, suelen tener más calidad que las ediciones españolas o italianas. Las reediciones de ahora los superan en todos los aspectos».

Aunque el precio medio de la mayoría de los vinilos ronda los 20 euros, en las cubetas encontramos también algunos incunables, con precios superiores a los 200 euros. Por ejemplo, una primera edición de The Blues and the Abstract Truth, publicado por el jazzman Oliver Nelson en 1961 y otra de The Piper at the Gates of Dawn, el primer álbum de Pink Floyd, datado en 1967. Las plataformas digitales como Discogs son el verdadero destino de este tipo de ejemplares. Ahí es donde se mueven los coleccionistas dispuestos a pagar por ellas. «En cualquier caso, el disco más vendido, año tras año, sigue siendo la reedición del primer álbum de la Velvet Underground. Funciona mejor que cualquiera de los modernos», desvela Vitoria.

Había otra razón para trabajar con vinilos nuevos en la primera etapa de Discos Amsterdam. «Hasta los años ochenta, la gente maltrataba mucho los vinilos. La gente se deshacía de ellos porque estaban muy deteriorados, mientras que los que tenían discos de los sesenta y setenta bien conservados todavía no habían empezado a vender sus colecciones. Eso vino después».

A partir de los años noventa creció notablemente el número de personas interesadas en vender sus colecciones —el amoroso trabajo de hormiguita de toda una vida— de un solo plumazo. Las razones son diversas: falta de espacio, un traslado de residencia, o incluso porque, llevados por un concepto extraño de lo que debe significar la madurez, hay personas que dejan de escuchar música habitualmente. Vitoria reconoce que hay argumentos que le cuesta oír. «Me parece aberrante que alguien te diga que se deshace de sus discos porque lo puede tener todo en Spotify o descargado. El mp3 es un formato funcional, pero lamentable desde el punto de vista del sonido. Y Spotify lo odio porque estafan a los músicos. Me enerva que alguien me diga que poner y quitar el disco es perder el tiempo. ¿Perder el tiempo con la cultura?».

Más de 23.000 elepés

Vitoria nunca ha dejado de acudir como cliente particular a otras tiendas de discos. «Siempre he seguido buscando cosas que me interesan para mi colección particular, que supera ya las 23.000 referencias de elepés y más de 30.000 singles. Creo que soy el mayor coleccionista de Valencia», concluye. Además, añade, a esto habría que sumar miles de cómics y revistas musicales que atesora desde hace décadas. 

Musicalmente hablando, Vitoria es un firme defensor de la melodía y el estribillo. Un forofo del pop. «Me gusta la canción como emblema. Son nuestras mejores amigas, nuestras amantes, nuestras compañeras, las que nos hunden, las que nos levantan. Todo lo que le pido a un grupo es que sea capaz de hacer buenas canciones», nos dice este beatlemaníaco, que cuenta entre sus hitos profesionales haber pinchado en el emblemático Cavern Club de Liverpool. «Sí, soy muy de los Beatles, aunque si me dices qué es lo que más te gusta del mundo mundial… te digo que David Bowie».

Por muy recurrente que sea el paralelismo, no podemos evitar recordar las palabras de Rob, el protagonista de la novela de Nick Hornby Alta Fidelidad, interpretado en la gran pantalla por John Cusack: «Lo que realmente importa es lo que te gusta, no cómo eres. Libros, discos, películas: estas cosas importan. Llámame superficial, pero es la maldita verdad». 

* Lea el artículo íntegramente en el número 95 (septiembre 2022) de la revista Plaza

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