Diseño e ilustración

TRES GENERACIONES: DEL QUINQUI AL ECLECTICISMO

Estas son algunas de las tatuadoras 'valencianas' por las que merece la pena dejarse la piel

Desde la más veterana, Andrea Hacon, hasta las de la generación del nuevo milenio. Sus testimonios nos ayudan a perfilar la historia más reciente de un sector que en España ha estado prácticamente copado por hombres hasta finales de los años 90

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 VALÈNCIA. Aunque la primera tatuadora profesional de la que se tiene constancia –Maud Stevens Wagner (en la foto lateral)- vivió entre finales del siglo XIX y mediados del XX, lo cierto es que la plena introducción de la mujer en el arte de la tinta es muy reciente. Hoy, metidos ya de lleno en el siglo XXI, los estudios de tatuajes están llenos de ellas, tanto cediendo la piel, en la faceta de clientas, como en el de ejecutoras. Pero en los años ochenta del siglo pasado –lo que en términos históricos es un “antes de ayer” en toda regla-, en España apenas existían referencias femeninas en este campo profesional. De hecho, es muy probable que la primera tatuadora en España fuese Andrea Hacon, propietaria del estudio Tatuarte de València, fundado en 1984 junto a su entonces marido, Antonio Yepes. Nacida en Arabia, criada en Inglaterra e instalada en la capital del Turia hace más de treinta años, Andrea aprendió el oficio de la mano de su padre, Will, quien a su vez había empezado a tatuar durante sus años de servicio en la Real Fuerza Aérea Británica (RAF) en Irán e Irak. [Will eventualmente se instalaría también en València, donde abrió su propio estudio durante diez años, antes de volver de nuevo a su país natal].

“Siempre me había gustado dibujar, y me atraía el mundo del tatuaje, así que yo y mi marido decidimos viajar a Inglaterra para que mi padre nos enseñara. Poco después volvimos y empezamos a trabajar en un piso. Eran principios de los años ochenta, y por aquel entonces en España nadie tatuaba. Solo había un estudio en la base militar norteamericana de Rota (Cádiz), el de Mao&Cathy”. Al principio, nos cuenta, chocaba eso de ver a una mujer blandiendo la aguja: “Alguna vez, cuando el cliente veía que me sentaba en el taburete de tatuar me decía: ¿Pero me lo vas a hacer tú? Yo les contestaba: “Claro, ¿por qué no?” (ríe).

 Como hija y madre de tatuadores (su hijo Jerónimo ha continuado la tradición familiar), Andrea ha sido testigo del enorme desarrollo experimentado en el mundo del tatuaje durante la última década. Para empezar, es obvio que la actitud social hacia esta forma de modificación corporal ha cambiado radicalmente. Los dibujos endelebles sobre la piel han pasado de ser un estigma quinqui a convertirse en un complemento estético común tanto para el “macarra” como para el más pijo de la uni. “Ahora incluso viene gente que no tiene ni un tatuaje en el cuerpo y se tatúa directamente la mano o el cuello; algo que antes era impensable”, agrega Hacon, matizando que “no hay que despreciar a nadie por tatuarse, aunque sea solo por moda. Cada persona tiene su razón para hacerlo, y todas son igualmente válidas”.

“El perfil de cliente ha cambiado absolutamente –continúa-. Siempre ha sido algo típico de gente marginal, carcelarios, legionarios, marineros, etcétera, aunque en los años ochenta ya se vivió un pequeño boom con la aparición de punks, rockeros, skinheads, moteros… la gente moderna de entonces. Como no había internet, las tarjetas de visita las hacíamos a mano, aunque principalmente nos dábamos a conocer por el boca-oreja. Venía gente a València a tatuarse desde toda España, así que por ejemplo no cerrábamos en Pascuas, porque venía mucha gente de Madrid aprovechando las vacaciones”.


A nivel técnico y artístico, la profesión también ha dado un giro de 180 grados “Antes comprábamos diseños en Inglaterra y Estados Unidos, y solo alguna vez lo customizábamos. Ahora prácticamente todo lo que se hace es personalizado. Por otra parte, tanto las máquinas como los colores han evolucionado muchísimo, y vemos cómo la gente joven (entre ellos muchas chicas) hace cosas increíbles. Yo por ejemplo empecé a hacer retratos por aquel entonces, pero ¡guau!, nada que ver con el realismo que se hace hoy en día”.

A lo largo de sus tres décadas de historia, Tatuarte ha tenido varias sedes en la capital del Turia: en la calle San Ramón, Ripalda, Museo, Blanquerías y finalmente Plaza dels Furs. Allí dieron sus primeros pasos algunos de los tatuadores más consolidados de la actualidad. Uno de ellos fue Sento, quien tras más de diez años trabajando en su estudio privado, abrió el año pasado en la calle Lepanto No Land Tattoo Parlour, un estudio de amplias dimensiones donde llama la atención la presencia de mujeres tatuadoras, tanto en el equipo de residentes (Isa Santana, Mónica Kiddo) como en el de artistas invitadas habituales (Paz Buñuel, Esther de Miguel, María Roca). “En España, las mujeres se incorporaron bastante tarde a la profesión. En los años noventa había muy pocas en València, pero después del boom del tatuaje del año 2005, y sobre todo a partir de 2010, se puede decir que se meten en ella tantas chicas como chicos”, opina Sento.  

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