VALÈNCIA. Es fácil. Una vez llegas a la superposición de capas blanquiazules que conforma la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y te aproximas a su finisterre, el Oceanogràfic, hay que dirigirse en dirección a la iglesia de La Punta. Entonces tendrá lugar una descompresión. Cambio brusco de ánimo y de paisaje. Puede que incluso se perciba un leve taponamiento de los oídos, aunque no variación en la altitud. Siguiendo recto el Camí del Salinar, habrá que desviarse la derecha. Estará el Bar Cristóbal, cuyo letrero funciona como un obelisco en mitad del horizonte. Avenida Morante Borrás hacia arriba y allí, en una de sus intersecciones, aparecerá Makea.
Mireia Juan y Alberto Flores acaban de llegar a una nave que actúa como si fuera un recipiente de Ready Player One, la película postapocalíptica de Spielberg ubicada en el 2045. Ahora, unos años antes, uno de sus compañeros está pintando un container que servirá de caja de operaciones. Hay infinidad de cachivaches y maderas. Están situándose. Su emplazamiento, en uno de los principales patios traseros de la ciudad, es una primera declaración de intenciones. Después de cerca de una década en Barcelona, aunque con presencia constante en València, la apertura de su espacio en la ciutat pretende tomar las cicatrices de las que está repleto el entorno más inmediato, utilizarlas como rendijas.