Don Felipe se juega su destino en el Principado. Si Cataluña corta su cordón umbilical con el resto de España, la monarquía habrá dejado de tener sentido. La Corona será como un par de zapatos rotos y desgastados que habrá que tirar a la basura. Después de la independencia de Cataluña llegaría la República
Desde que Felipe VI fue coronado rey de España en junio de 2014, en más de una ocasión me he visto tentado de coger el Auto-Res para plantarme en Madrid con una ilusión bajo el brazo: convertirme en el José Luis de Vilallonga del nuevo monarca, el periodista independiente que registra, con prosa audaz y ánimo templado, todos los movimientos y tribulaciones del jefe del Estado. Mi falta de arrojo siempre me había impedido dar ese paso, pero la situación ha cambiado tras conocerse la sentencia benévola sobre la Infanta Cristina y su consorte delincuente. Es más, me hallo en el deber patriótico de ofrecer a Don Felipe mis conocimientos de periodista analógico, católico y sentimental.
Como antecedentes monárquicos en mi familia, puedo esgrimir la adhesión inquebrantable de mi tía Remedios a la Corona española, vinculación que quedó acreditada, hace muchísimos años, cuando ella se carteaba con el marqués de Mondéjar, entonces jefe de la Casa Real de Don Juan Carlos. Al pedigrí de una tía monárquica puedo añadir no haber tenido un solo desliz o veleidad republicana en mi ya lejana juventud, y eso que fui compañero de promoción de Antonio de la Torre y Alberto San Juan, que de monárquicos tenían —y tienen— muy poco.
Por tanto, sin haber sido un fuera de serie en este oficio criminal del periodismo, creo reunir el perfil para ser el gacetillero de confianza de Don Felipe. Sinceramente, considero que la mejor manera de empezar nuestra relación profesional sería escribir un reportaje para Hola o Vanity Fair con mucha foto y poco texto, titulado algo así como 24 horas con el Rey de los españoles o Felipe nos abre las puertas de su casa. Se trataría de un reportaje de interés humano para acercar la Corona al pueblo, que tan pocas alegrías se ha llevado en estos años. Para hacerlo más ameno, hablaría con Doña Letizia, la fría y distante Doña Letizia, y con las dos infantas, dos niñas que son una verdadera monada.
En el texto se omitiría cualquier referencia a la política nacional porque el Rey está por encima de las querellas partidistas. Pero sería inevitable —si al final se diese la suficiente confianza entre nosotros— que hablásemos de Cataluña en la intimidad. Llegado ese momento, le cantaría mi verdad, que es la de otra mucha gente, la verdad que sus consejeros áulicos no se atreven a susurrarle al oído, la verdad necesaria y dolorosa.
Porque Don Felipe se juega su destino en el Principado. Puede ser su 23-F, del que salga reforzado como su padre, o tocado de modo irreversible. Si Cataluña cae definitivamente en manos de los maleantes que la gobiernan, esa partida de facinerosos que se hacen llamar demócratas; si Cataluña corta su cordón umbilical con el resto de España, la monarquía habrá dejado de tener sentido. Será como un par de zapatos rotos y desgastados que habrá que tirar a la basura. Después de la independencia de Cataluña llegaría la República.
Ojalá el Rey acierte con la tecla adecuada para Cataluña. Si no lo hace será el primero en lamentarlo. De fracasar, España vivirá otro 98
Es muy sencillo de entender, Señor. Si usted como jefe del Estado no garantiza la unidad de ese Estado, es decir, si no preserva la integridad territorial del país, usted habrá fracasado en este trozo de la historia que nos ha tocado compartir. Y entonces los españoles, como ya hicieron con sus antepasados Isabel II y Alfonso XIII, le enseñarán la puerta de salida. Es doloroso afirmar esto, Señor, porque tenemos la misma edad e idéntico color de ojos; además siento respeto por usted y valoro la dignidad con que desempeña el cargo, pero su buen hacer y su sentido de la responsabilidad serán pronto olvidados si no consigue que España se mantenga unida.
Sin ser monárquico ni republicano, como le sucede a la mayoría de mis compatriotas, me gustaría que a Don Felipe le fuera bien en su reinado. Su padre, hoy tan denostado, no lo hizo mal, pese a todo lo que se ignora sobre su persona y su fortuna. La nación alcanzó unos niveles de paz, prosperidad y libertad jamás conocidos en nuestra historia contemporánea. Es lo mínimo que se le puede pedir a su hijo. Ojalá el Rey acierte con la tecla adecuada para Cataluña. Si no lo hace será el primero en lamentarlo y pagarlo. De fracasar, España vivirá otro 98 pero esta vez será más dramático que el primero y no habrá, para nuestro desconsuelo, una brillante generación de literatos que nos lo cuente en los periódicos.