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La película que inventó el documental musical cumple 50 años

Medio siglo después, el retrato de Bob Dylan realizado por Donn Alan Pennebaker en ‘Dont Look Back’ no ha perdido vigencia

14/04/2017 - 

VALÈNCIA. Le gusta la discreción y solo parece importarle continuar ese Never Ending Tour que inició en 1988 y que, se supone, únicamente acabará cuando causas de fuerza mayor le impidan subirse al escenario, pero lo cierto es que la presencia de Bob Dylan continúa siendo constante en los medios de comunicación por un motivo u otro. Hace apenas unos días, y aprovechando que visitaba Estocolmo para ofrecer un par de conciertos, volvió a convertirse en foco de atención por su reunión con algunos miembros de la Academia Sueca, que finalmente pudieron entregarle su discutido Nobel de Literatura. El acto, de carácter privado, se producía apenas unas horas después de que se publicara Triplicate, su nuevo disco de estudio (y ya van 38), un triple álbum que incluye treinta nuevas grabaciones de clásicos de la música americana firmados por Charles Strouse y Lee Adams, Harold Arlen y Ted Koehler, Harold Hupfield y Cy Coleman y Carolyn Leigh, entre muchos otros. Son hechos relacionados con su presente inmediato, pero también su pasado sigue generando noticias.

Sin ir más lejos, la Austin Film Society conmemoraba el pasado enero el cincuenta aniversario del estreno de Dont Look Back, el célebre documental realizado por Donn Alan Pennebaker. Es solo uno de los muchos actos que generará en todo el planeta a lo largo de 2017 una celebración que, por el momento, no vendrá acompañada de una nueva edición de la película, pero que igualmente merece toda la atención, ya que se trata de un film esencial para conocer a Dylan, considerado el título fundacional del documental rock y primer gran éxito como realizador de Pennebaker, uno de los más importantes exponentes del direct cinema norteamericano, cuyos inicios en el medio se remontan a 1953, cuando rodó su primer corto documental, Daybreak Express, aunque el momento crucial en su carrera se produjo seis años más tarde, al incorporarse a Drew Associates, la productora de Richard Leacock y Robert Drew, otros dos pioneros en el documental según los preceptos del cinema-vérité en Estados Unidos.

Un hito del cine musical

La calidad del trabajo de Pennebaker no tardó en llegar a oídos de Albert Grossman, representante de Bob Dylan, que tras la aparición del quinto álbum del cantautor, Bringing It All Back Home, en marzo de 1965, y tratando de aprovechar su creciente popularidad, estaba interesado en la realización de una película sobre el artista. Y la gira de presentación del disco por siete ciudades inglesas, entre el 30 de abril y el 10 de mayo, se presentaba como la ocasión óptima. Era, además, un momento crucial en la carrera de Dylan, que todavía actuaba con el único acompañamiento de la guitarra acústica y la armónica, pero que ya se estaba escorando hacia el sonido electrificado y solo dos meses después, en julio, se presentaría en el Newport Folk Festival acompañado de una banda de rock, lo que provocaría la enérgica protesta de un importante sector de su público, que lo consideró una traición a sus orígenes folk y una concesión al mercado. El magnífico DVD The Other Side Of The Mirror. Bob Dylan Live at the Newport Folk Festival 1963-1965 (Columbia/Legacy, 2007), dirigido por Murray Lerner, documenta esa metamorfosis mediante imágenes pertenecientes a los tres conciertos ofrecidos en tres ediciones consecutivas del festival.

En Dont Look Back (tal cual, sin apóstrofo), Pennebaker se benefició de un acceso al artista sin restricciones de ningún tipo, y se convirtió en testigo privilegiado de la intimidad del cantautor y su entorno. El cineasta filma apariciones públicas (ruedas de prensa, conciertos) y privadas (conversaciones en habitaciones de hotel o taxis), ofreciendo una visión de Dylan inédita hasta ese momento, que muestra la cara oculta de un hombre erigido como portavoz por toda una generación de jóvenes, pero que renuncia a desempeñar tan incómodo papel, y que se muestra brillante sobre el escenario y ante los medios, pero también despótico y arrogante en la esfera más íntima.

La inexistencia de tradición previa en el terreno del documental rock permitió al equipo de rodaje filmar a Dylan en actitud despectiva respecto a Joan Baez, que le acompañó durante toda la gira pero nunca fue invitada a salir a escena, o recoger diversos comentarios burlones del songwriter americano sobre Donovan, cantante folk inglés que en aquel momento también trataba de hacerse un hueco en la escena. El encuentro entre ambos, en una habitación de hotel, se salda con una humillación pública de Donovan, que interpreta la blanda To Sing For You para dejar después que Dylan toque (tras elogiarlo con condescendencia) It’s All Over Now, Baby Blue.

No solo la privacidad de Dylan, también la del propio Grossman queda al descubierto en una secuencia en la que el manager negocia el precio de una actuación televisiva mediante un intermediario. Imágenes altamente reveladoras, que Pennebaker filma con naturalidad y después monta para articular un discurso que supera los métodos tradicionales propios del reportaje, mediante una serie de procedimientos que ha enumerado Pedro Gutiérrez Recacha: “Reflejar la crítica (directa o indirecta) del propio Dylan, mostrarle actuando de forma opuesta a como aparece retratado en la prensa y abortar entrevistas potencialmente productivas”, comenta en un interesante texto sobre el cineasta incluido en el volumen colectivo Cine directo. Reflexiones en torno a un concepto (Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, 2008). El enfrentamiento verbal con un periodista de la revista Time o los prolegómenos de una conversación con un reportero de la BBC son dos ejemplos claros en la película.

La controversia y el legado

El polémico giro hacia territorios eléctricos que protagonizó Dylan cuando la película todavía se encontraba en fase de postproducción retrasó dos años el estreno de Dont Look Back, que no llegó a las salas de exhibición hasta 1967. Y lo hizo con una escena prólogo que rompe el carácter observacional del resto del metraje y que conecta, precisamente, con su nuevo sonido: Mientras suena Subterranean Homesick Blues, Dylan va mostrando unos carteles con partes de la letra de la canción (en ocasiones, voluntariamente mal escritas) mientras, en segundo plano, el poeta beat Allen Ginsberg, caracterizado como un vagabundo, habla con otro hombre sin identificar. Un rudimentario precedente del videoclip, como lo habían sido poco tiempo antes algunas escenificaciones de las canciones de The Beatles en ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day’s Night, Richard Lester, 1964).

En 1968, se publicó un libro con la transcripción de los diálogos, fotografías e información adicional, donde Pennebaker escribió: “La película se hizo sin guión. Nadie conocía las reglas. El cámara (yo mismo) solo podía filmar lo que sucedía. No hay repetición de tomas. Nunca traté de dirigir o controlar la acción. La gente hizo y dijo lo que quiso en todo momento. Naturalmente, yo monté el material a posteriori como consideré que debía ser mostrado, pero con la absoluta convicción de que no se producía ninguna distorsión de los hechos. El orden es cronológico casi en su totalidad, y no es mi intención ensalzar, denunciar o explicar a Dylan o a cualquiera de los demás personajes que aparecen. Es solo un recuerdo de lo que ocurrió”. El libro también estaba incluido en la 65 Tour Deluxe Edition de la película, que probablemente explica la ausencia de una nueva reedición conmemorativa en 2017. Además del film original remasterizado digitalmente, el pack, aparecido en 2006, contenía varios temas extra de audio, comentarios a cargo de Pennebaker y Bob Neuwirth (road manager de gira), una versión alternativa del clip de Subterranean Homesick Blues, el tráiler original de cine y 65 Revisited, un nuevo documental de una hora realizado a partir de material no utilizado y perteneciente a las más de veinte horas de grabaciones realizadas por Pennebaker durante el rodaje. Un autentico festín para los seguidores de Dylan.

El éxito obtenido por la película coronó a Pennebaker como fundador oficial del rockumental, lo que le permitió encargarse de Monterey Pop, que debía registrar la celebración de un gran festival en junio de 1967 en la ciudad californiana. Organizado por el empresario Lou Adler y el cantante John Philips (The Mamas and The Papas), fue el precursor directo de Woodstock, y reunió a The Who, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Simon & Garfunkel y Otis Redding, entre otros. A diferencia de lo que sucedía en Dont Look Back, esta vez no abundan las imágenes de los artistas entre bastidores, sino que el protagonista es el público y su interacción con los músicos. Si en la película sobre Bob Dylan el cineasta había certificado la conversión de la estrella popular al uso en ídolo de masas, esta vez eran precisamente esas masas las que se convertían en objetivo de su mirada. El novedoso planteamiento, unido al alto nivel de los conciertos, convertiría Monterey Pop en otro título imprescindible del cine rock.

A finales de 2010, Pennebaker visitó el festival In-Edit de Barcelona, acompañado de su compañera y codirectora Chris Egedus, y ofreció una masterclass en la que recordó su experiencia en el documental musical, que se ha extendido a lo largo de los años e incluye otros hitos como Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1973), la filmación del concierto en que David Bowie enterró al personaje. De hecho, poco antes de visitar España habían trabajado con The National, aunque quizá uno de sus trabajos más emotivos haya sido el que realizaron en 1997 con la cantante Victoria Williams. “Un día nos llamaron del sello Geffen y nos dijeron que tenían una artista estupenda, pero que en las emisoras de radio ni siquiera sabían si era blanca o negra”, rememoraba. “Así que nos pidieron que rodáramos una película promocional sobre ella. Fuimos a California, la conocimos y la hicimos. Cuando se la presentamos a la compañía, nos dijeron que era demasiado larga, pero logramos sacarla adelante y fue un éxito. Después de su difusión, comenzaron a preguntar por ella. Es una criatura maravillosa, realmente apasionada por la música, pero sufre de esclerosis múltiple, es una pena”. El espectador valenciano, que ha podido verla en el escenario junto a su marido, Mark Olson, sabe que Pennebaker no exageraba al destacar sus virtudes, inmortalizadas en Happy Come Home.

Ya sea a través de la revisión de la obra de Pennebaker (que también trabajó con Jean-Luc Godard y registró la campaña presidencial de John F. Kennedy) o de las canciones de Bob Dylan, Dont Look Back mantiene su condición de film fundacional sin que sus imágenes hayan perdido un ápice de fuerza. Puede que No Direction Home (2005), el film de seis horas firmado por Martin Scorsese a partir del abundante material audiovisual que puso a su disposición el entorno del artista, tenga un carácter más enciclopédico y abarque un mayor arco temporal, pero no captura un momento del modo en que lo hace una película convertida en clásico, sobre la que conviene volver cada cierto tiempo. Sobre todo, porque la influencia del inabarcable Robert Allen Zimmerman no deja de crecer y manifestarse en todos los ámbitos. La penúltima muestra es la novela Adiós a Dylan, del mexicano Alejandro Carrillo, galardonada en 2016 con el premio Mauricio Achar que otorga la editorial Random House. Cada capítulo del libro está titulado con una canción de la leyenda, cuyo repertorio guía los pasos del protagonista, Omar, un chico de diecinueve años obsesionado con el bardo de Minnesota. Dylan, ya se sabe, no se acaba nunca.

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