La antología, una selección de historias de la tradición oral y de autores como los hermanos Grimm, recoge narraciones procedentes de todos los rincones del mundo protagonizadas por mujeres
VALENCIA. Érase una vez una anciana inuit que se encaprichó de la esposa de su hijo, y aprovechando que este se encontraba ausente ocupado en una cacería, se hizo un pene de huesos y piel de foca que se ajustó a la cintura con una cuerda para seducir a su nuera, que al ver el artilugio exclamó extasiada: ¡qué bonito! A continuación ambas yacieron juntas, y cada vez que la anciana regresaba de cazar con su kayak a la manera de los hombres, se quitaba la ropa, movía los pechos arriba y abajo y gritaba: ¡Duerme conmigo, mi amada mujercita! ¡Duerme conmigo! ¿Prometía el “érase una vez” algo más convencional? Aquí va otro: Había una vez una mujer inuit llamada Sermerssuaq que tenía tanta fuerza que era capaz de levantar un kayak con la punta de tres dedos o de matar una foca con solo unos golpecitos de sus puños. Ningún hombre podía ganar a Sermerssuaq en un pulso; cuando los derrotaba solía decir: ¿Dónde os habíais metido cuando se repartieron los testículos? A veces Sermerssuaq mostraba su clítoris muy orgullosa, tan grande era que la piel de un zorro no llegaba a cubrirlo del todo.
Puede que la tradición de cuentos maravillosos -concepto más preciso que “cuento de hadas”- de los inuit nos resulte un tanto chocante, especialmente ahora que esas historias que antaño pasaron de generación en generación de viva voz han sido pulidas y adulteradas hasta el punto de resultar en la mayoría de ocasiones cursis hasta el extremo, despojadas de toda la crudeza que les daba sentido. Porque estas narraciones no eran originalmente un mero entretenimiento, sino que contenían una enseñanza: mediante ellas se transmitían advertencias sobre los peligros del mundo -tanto a mayores como a adultos-, se educaba en los valores de la época y se compartían conocimientos y saberes útiles. ¿Quién podía ser el lobo que acechaba en el bosque a una niña desprevenida, ese en cuyas palabras seductoras no había que confiar? De haber querido alertar sobre los peligros de la fauna local, el lobo no se habría parecido tanto a un violador. Habría sido un personaje mucho más básico al que se podría repeler o evitar como a tantos otros animales. De hecho, Caperucita Roja moría en el cuento francés previo a la censura y adaptación buenista – censura que ya comenzó en el siglo XIX suprimiendo referencias sexuales o escatológicas-. Ningún leñador la extraía del vientre del lobo aprovechando que el depredador echaba la siesta, ahíto tras el festín.
A estas alturas de la disneyzación a la que han sido sometidos los cuentos -los que no han caído directamente en el olvido-, disponer de un volumen tan nutrido como los Cuentos de Hadas de Angela Carter que acaba de publicar Editorial Impedimenta por primera vez en castellano, es un auténtico lujo. Seiscientas cuarenta páginas editadas e ilustradas con mimo donde se reúnen las dos colecciones de cuentos protagonizados por mujeres que Carter compiló durante años. Historias de Europa, del Caribe, de Norteamérica, del Ártico, de África, Oriente Medio y Asia que nos hablan de quiénes somos -mujeres y hombres-, de nuestras inquietudes, temores, aspiraciones, errores más comunes y de nuestras debilidades. Pese a proceder todas estas narraciones de distintas tradiciones existentes a lo largo y ancho del planeta -porque este tipo de relatos nos ha acompañado desde tiempos inmemoriales y no ha habido sociedad que no haya hecho uso de ellos- encontraremos algo llamativo: hay muchas historias que se repiten, con apenas ligeras variaciones. Así, la armenia Nourie Hadig guarda muchas similitudes con la Blancanieves a la que hicieron célebre los Grimm, del mismo modo que Cenicienta es Capamusgo en el folclore gitano inglés, la princesa vestida con traje de cuero egipcia, o Bella, la antítesis de Caraviruela, en su versión china.
¿Por qué Carter decidió escoger solo aquellos relatos centrados en una protagonista femenina? Ella lo explica así: “No he reunido las piezas de esta colección partiendo de fuentes heterogéneas para demostrar que todas seamos hermanas del alma. […] Más que eso, quería poner de manifiesto la extraordinaria riqueza y variedad de respuestas que surgen ante un mismo apuro (estar vivas), y la riqueza y diversidad con la que la feminidad, en la práctica, es representada en la cultura extraoficial: sus estrategias, sus intrigas, su dura labor”. Sin embargo, algunos de los relatos que podemos leer en la antología ilustran las facetas más oscuras de haber sido mujer en comunidades rigurosamente patriarcales, y muchas de esas estrategias a las que hace alusión Carter han tenido como fin escapar a injustos castigos o vejaciones socialmente aceptadas. El hecho de que se trate con comicidad algo tan funesto como la ansiada primera paliza de un marido a su nueva esposa -de la que esta logra escapar solo gracias a una serie de casualidades-, dice menos de la feminidad que de la repulsiva y violenta masculinidad que a día de hoy sigue siendo la causa de innumerables atrocidades. En este sentido, algunos de los relatos escogidos sirvan tal vez para completar el retrato de un modo fidedigno, pero no como ejemplo de respuesta al apuro de vivir entendido desde la feminidad que menciona Carter.
En cualquier caso, estos pasajes son escasos en un volumen repleto de fantásticas historias para devorar poco a poco, para tener en la mesilla de noche y leer y releer. Porque aunque el libro tiene trece secciones donde se agrupan los relatos por temas como “De valientes, atrevidas y tercas”, “De brujas”, “De familias infelices” o “Cuentos con moraleja”, no hay obstáculo alguno que nos impida dejarnos llevar por los sugerentes títulos e ilustraciones e ir saltando de aquí a allá, De Sudán a Birmania, de Cachemira a Escocia, de Irak a Noruega. Hocicoperros letones, ifrits del desierto, taimados animales parlantes, peligrosas lamias con forma de serpiente, espectros terroríficos, novios hechos a base de grasa de ballena que solo se revitalizan al ser frotados contra los genitales de su amada, montañeses asesinos de los Apalaches. Horas y horas de ese asombro genuino que producen los cuentos maravillosos que nos sobrecogían en la infancia y aun ahora, hasta pasar la última página y poder decir aquello de colorín, colorado.