VALÈNCIA. “En un país en el que en vez de publicidad, logos y marcas teníamos carteles propagandísticos de Fidel y del Ché, lo más refrescante visualmente que te encontrabas al andar por la calle eran los afiches de cine. Eduardo Muñoz Bachs hizo más de mil carteles a lo largo de su vida, de modo que varias generaciones de cubanos hemos crecido viendo sus obras a diario”. Carla Cobas, directora de arte nacida en La Habana y asentada en la capital del Turia, dedicó hace años su proyecto de final de carrera a estudiar la figura de este dibujante e ilustrador, considerado como una pieza clave de la gráfica cubana, pero incomprensiblemente desconocido en València, ciudad en la que nació un año después de que estallara la guerra civil española.
“Desde mi punto de vista como diseñadora, Muñoz Bachs es el gran exponente del cartel cubano, porque imprimió un estilo que era diferente a todo lo que se había hecho antes, e influyó a todas las generaciones posteriores. Igual que los carteles polacos, rusos o suizos tienen una línea de diseño muy marcada, en Cuba también la tenemos a raíz de su trabajo”, apunta Cobas. Según describe ella misma, “sus carteles tienen un trazo naíf, con formas grandes y muy coloridas. Utilizaba tintas planas porque los carteles se imprimían utilizando la técnica de la serigrafía, que era lo más barato que había en ese momento”. Su obra se distingue por un estilo ajeno al realismo fotográfico. Se aparta del cartel realista-comercial que predominaba en Cuba en la década de los años cincuenta y reinterpreta la información utilizando el humor y la fantasía. En la Habana -donde pocos conocen sus orígenes españoles- se dice que su obra es una rara mezcla. “Un talento creador desbordado unido a una imagen quijotesca con la conducción de un corazón chaplinesco”.
Hijo del exilio republicano
Hijo de dos profesores de enseñanza media, Eduardo Muñoz Bachs (València, 1937 - La Habana, 2001) se trasladó a vivir a Cuba cuando todavía era un niño. Su padre, Eduardo Muñoz Nicart, había sido capitán del ejército republicano en el frente del Ebro. Tras la derrota, la familia pudo reunió en París y, en 1940, ante la amenaza nazi, se embarcaron juntos en Marsella con la intención de instalarse en México. Finalmente decidieron residir en La Habana, una de las escalas del viaje hacia el exilio.
Muñoz Bachs dio sus primeros pasos profesionales realizando dibujos animados para una agencia publicitaria, y trabajó en el ámbito de la ilustración infantil a lo largo de su vida. Su gran oportunidad profesional llegó en 1959, con el fin de la dictadura de Batista, cuando llegó su gran oportunidad, de la mano del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), organismo creado por el nuevo gobierno revolucionario con la ayuda de una comunidad de artistas interesados en crear una nueva estética popular.