Los colectivos educativos se plantean iniciativas para que los alumnos experimentasen un aprendizaje con espíritu de libertad
En no pocas ocasiones he asistido a reuniones en las que al tratar asuntos relacionados con la educación infantil surge un tema recurrente: El de la añoranza de la infancia. En este contexto nostálgico, un buen número de padres solemos lamentarnos de que nuestros hijos se estén perdiendo vivencias por las que muchos de nosotros pasamos jugando al aire libre. Son momentos para recordar cómo la imaginación se nos despertaba hasta límites insospechados de la mano de recursos básicos que, incluso a veces, tomábamos prestados de la propia naturaleza. Éramos felices con poco, con un grupo de amigos próximos y leales, sin necesidad de mucho más. Y lo más curioso: aprendíamos jugando. Ampliábamos, sin ser conscientes, nuestras destrezas físicas y fortalecíamos principios de solidaridad y cooperación. Finalmente, todos los padres, concluíamos con una queja generalizada en la que asumíamos que actualmente los niños viven más incomunicados a pesar de la era de la conectividad digital.
Este tipo de narraciones nos llevaron, hace ya casi treinta años, a reflexionar sobre qué iniciativas se podían plantear en el ámbito educativo para que nuestros alumnos experimentasen un aprendizaje que recuperase ese espíritu de libertad, seguridad y creatividad con el que nosotros convivimos. Conocedores de que el urbanismo le iba ganando terreno a la naturaleza, sentíamos que desde los centros docentes teníamos la obligación de adaptar un método educativo y realizar una serie de mejoras estructurales para que nuestros alumnos pequeños se contagiasen de aquella filosofía que tan buenos resultados propició.
Desde aquel momento hasta el día de hoy, en Caxton College, hemos implementado un modelo educativo infantil que destaca por potenciar actividades en espacios abiertos del colegio y complementarlas con las clases en aulas. De ese modo, promovemos una saludable relación con el medioambiente y los juegos didácticos como un factor de enorme importancia en el desarrollo intelectual y emocional de los alumnos que sigue muchos de los pasos del método Montessori.
A este respecto los pedagogos nos confirman que el juego es el principal camino que los niños tienen para conocer el mundo que les rodea y que a partir de la activación de áreas de aprendizaje creativo en el exterior los niños fomentan principalmente la investigación, la autonomía y la cooperación. Sobre este asunto el currículo británico para esta etapa (Early Years Foundation Stage) destaca la importancia que el juego tiene en la mejora del lenguaje y comunicación en general, en la revelación de emociones, en las relaciones sociales, en el desarrollo físico y en el fomento de su independencia, entre muchos otros aspectos.
Bajo este manto pedagógico los niños descubren las matemáticas en el patio, practicando con juegos de arena, agua, espuma y mucha imaginación. Así mismo trabajan ciencias naturales interactuando con su propio hábitat mediante materiales escolares que facilitan su aventura por el saber. La lectura, la escritura, las artes, el ejercicio físico, y tantas otras disciplinas, forman parte de ese itinerario en el que los profesores orientan a los alumnos en la cultura del esfuerzo, de la observación y del análisis crítico.
Por último, la ciencia también parece ponerse de nuestra parte al descubrirse que una bacteria que vive en el exterior (mycobacterium vaccae) estimula la generación de serotonina a las personas que están expuestas a ella. Las personas pueden adquirirla por las vías respiratorias simplemente respirando en un entorno natural. Según esta investigación, llevada a cabo por científicos del Sage Colleges en Troy, Nueva York, se aconseja a los colegios crear ambientes de aprendizaje que incluyan tiempo al aire libre y sea un elemento más de apoyo para la educación de los alumnos.
* Amparo Gil es directora de Caxton College