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deshaciendo la ruta del bakalao

'En Éxtasis': El libro que reescribió la ruta

Joan Oleaque actualiza y amplía el ensayo de referencia que analiza el fenómeno desde el punto de vista sociológico. Un trabajo periodístico que trasciende la pista de baile para entender a la sociedad juvenil del posfranquismo

| 16/02/2018 | 7 min, 19 seg

VALÈNCIA.- Joan M. Oleaque (Catarroja, 1968) publicó en 2004 En Èxtasi, el primer —y todavía único— ensayo que revisa con profundidad y sentido sociológico qué supuso la Ruta del Bakalao. Como apunta Kiko Amat en el prólogo de su reciente reedición, el periodista se avanzó una década al revisionismo y levantó por su cuenta todas las losas que habían caído sobre la historia. Capas de oscuridad y muerte de un final abrupto y que poco tuvo que ver con más de una década de creatividad, libertad y arte, y que hilvana a nombres de la cultura que van de Javier Mariscal a Paco Roca, o de Carmen Alborch a Salva Bolta. Barlin Libros ha motivado a Oleaque para ampliar y actualizar su obra, ahora traducida por el propio autor al castellano. En Éxtasis. El Bakalao como contracultura en España es la excusa perfecta para hablar del origen del movimiento pero también de sus consecuencias, a las que le dedica un capítulo inédito en esta revisión. 

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— ¿La sociedad española ha evolucionado lo suficiente como para hacer análisis distintos a los que se hicieron a inicios de los 90 con la Ruta?

— Mi impresión es que no. Que la distancia no ha otorgado una perspectiva distinta. Entonces no se hizo un análisis lo suficientemente amplio. Se evidenció que se estaba dando un estilo de consumo de drogas del que, a nivel general, nadie tenía ni idea. Se pensó que muerto el perro, muerta la rabia y se propusieron soluciones cortoplacistas. Se propusieron soluciones, en verdad, sin tener la menor idea ni la voluntad de comprender lo que estaba sucediendo.

—¿La distancia ha mejorado ese análisis?

— Me temo que no. La sociedad tampoco ha hecho una reflexión sobre el tema.

—¿Cómo hemos cambiado?

— Se ha asumido que, de alguna manera, la droga forma parte de la cotidianidad y que está ligada a las opciones juveniles. Los estudios sobre el rastro de las sustancias demuestran que no es algo exclusivamente juvenil, pero bueno… En aquella época se vinculó un movimiento musical y social con el fin de la especie. Ahora la gente lo ha asumido de otra forma. Estamos acostumbrados a dar por supuesto que en los festivales de música, por ejemplo, suceden excesos. No son distintos a los de la Ruta, ¿eh?

— ¿Por qué entonces no se supo encajar?

— Porque era imposible tolerar, de buenas a primeras, que existía un consumo de estupefacientes con carácter recreativo y que eso sucedía de manera cotidiana y extensiva. También porque muy pocos años antes el catálogo de posibilidades pasaba por la heroína, el cannabis y las anfetaminas de venta en farmacias. Y eso fue cambiando; se fue multiplicando. 

— ¿Cuál es la fotografía actual?

— Un ocio juvenil y masivo mucho más limitado. No por la música o por las drogas, que en cualquier caso se han multiplicado y proponen muchas ofertas, sino porque la gente sale muchísimo menos de manera regular; especialmente a partir de la crisis. 

— ¿Y en lo musical?

— No ha habido el menor empobrecimiento. Al contrario; hay muy buena música para discoteca. Lo que sí se ha empobrecido es el concepto de ocio nocturno. No hay riesgo. Antes había riesgos e insertar una oferta cultural más amplia en la noche, con otras disciplinas, era sinónimo de éxito. O mejor dicho, si no arriesgabas, tu oferta parecía cutre. Ahora es al contrario: todo está homogeneizado. En ese sentido, la vanguardia musical sí ha dejado de ser una opción mayoritaria. Por supuesto que existe, pero es muy minoritaria.  

 — ¿Por qué en Ibiza sí fue posible y en Valencia no?

— Ibiza ha tenido varias reinvenciones, pero siempre ha permanecido la idea de ‘El sueño de Ibiza’. Es una cuestión de respetar una tradición musical electrónica, y de educar. De que tu público se sienta parte de estar conectando con la vanguardia y hacer que tus clubes sean algo más que un local de moda. Pasa igual con los establecimientos más importantes del mundo, con los que lo son o han sido. Desde Fabric (Londres) a Berghain (Berlín), la tradición dice que hay que educar al público. Y cuando llevas a tu público de la mano y sabes gestionar el negocio, la apuesta es ganadora. Para eso hace falta un empresariado muy concienciado de esta idea. Lo importante de los mejores años de la Ruta —que fueron muchos— es que la noche, las discotecas, era algo más que negocio. 

— ¿Tiene que ver con la relación con las majors a través de Londres?

— También, pero no solo eso. Ellos lo han hecho mejor, es evidente. Se ha fusionado el poder de los promotores extranjeros que han alquilado las salas, pero también los empresarios locales han sabido interpretar esa oportunidad. Ibiza no ha dejado de ofrecerse al mundo y no ha dejado de proponer una búsqueda constante de lo más actual. Desde los hippies y hasta la actualidad. ¿Por qué ha sido diferente? Lo podemos ver en la actualidad. Hay fiestas alucinantes y no estoy pensando en los grandes nombres, ¡que vaya que si los tienen!, como la fiesta Resistance de Privilege. Más allá de Paris Hilton, hay fiestas masivas con un lado siempre experimental, siempre buscando estar a la última.

— Una de las aportaciones clave de En Éxtasis es la fijación de un star system de dj’s fundamentales. En esencia, Juan Santamaría, Carlos Simó y Fran Lenaers. Esos tres nombres aportan ingredientes esenciales a la fórmula del clubbing en España de la que todavía se vive, y, a la vez, son auténticos anónimos. Mientras, Jeff Mills en Francia ha sido condecorado como Oficial de las Artes y las Letras. ¿Llegará una reivindicación institucional a nuestros dj’s o es una quimera?

— Propones asumir un riesgo cultural que no se ha conseguido. Lo veo muy difícil, aunque sería de justicia. En Manchester cualquier persona sabe quien es Peter Hook o Tony Wilson. En Ibiza todos saben quien es Alfredo Fiorito y podríamos seguir poniendo ejemplos. Los nombres que citas, de no ser por el revisionismo actual, estarían absolutamente desaparecidos. Su impacto cultural nunca ha penetrado en el nivel institucional. Se les ha reconocido más a nivel real, en los clubes, en los medios especializados. Eso es importante. Como sociedad, sería muy interesante reconocer y asumir que hubo una historia de clubes anterior a Londres, Ibiza, Manchester o Berlín y que sucedió en Valencia. Algo de lo que se ha contagiado el mundo y que no sucedía ni en museos ni en instituciones. Sería sano asumir esto como sociedad. 

— Esa idea de ser un precedente parece no calar nunca.

— Cale o no, la cronología no engaña. Ibiza se pone en el panorama mundial en el 87 con la visita de Paul Oakenfold y Danny Rampling y esa relación estalla con su vuelta a Londres. Para entonces, Valencia lleva muchos años con la vanguardia musical e ideando el concepto moderno de discoteca. El movimiento ‘Madchester’ es incluso posterior al enlace Ibiza-Londres. A veces pienso si la idea de que eso sucediera entre arrozales y palmeras les hace creer que no pudo suceder aquí, pero así fue.

— ¿Por qué esta reedición actualizada y en castellano?

— No tenía un objetivo concreto. Desde que lo publiqué, hace ahora catorce años, han pasado muchas cosas y el movimiento ha cogido fuerza. En la primera ocasión me centré más en aspectos sociales y en esta he querido ser más preciso. Se aporta el prólogo de Kiko Amat y se añade un último capítulo que actualiza las consecuencias. Además, he revisado cada capítulo, ya que tenía que traducirlo. La editorial también ha sido clave para convencerme, porque podía haberlo hecho antes, o esperar. Creo que era el momento adecuado y no puedo estar más satisfecho con el resultado. 

* Esta artículo se publicó originalmente en el número 40 de la revista Plaza

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