Albert Lladó estrena su collage escénico Ícaro en el Teatro Rialto
VALÈNCIA. Nunca sabremos si fue la atracción del abismo, el corolario fatal de una depresión o el signo de unos tiempos cegados de ambición. El 24 de marzo de 2015, el vuelo 9525 de Germanwings se estrelló en los Alpes franceses después de salir del Aeropuerto de Barcelona con destino a Düsseldorf. Murieron sus 150 pasajeros, 60 de ellos, españoles. La tragedia movilizó a toda la redacción de La Vanguardia. Por entonces, Albert Lladó coordinaba la sección de Cultura en la edición digital del periódico, pero el equipo al completo se volcó en la investigación por la dimensión de la tragedia.
“A la semana, el fiscal jefe de Marsella, Brice Robin, zanjó el caso con la explicación de que el copiloto sufría depresión y chimpún. Entonces nacieron muchísimas preguntas, y no tanto de causa efecto, sino de tipo existencial”, comparte el periodista, filósofo y dramaturgo.
De aquellas dudas que le asaltaron surgió el texto de la obra Ícaro, que hoy sábado, 9 de junio, se estrena en el Teatro Rialto en el contexto del Festival Tercera Setmana.
Pero que no se engañen los espectadores, porque en este montaje no van a resolver sus dudas, sino a habitarlas. “Mi objetivo es no cerrar en falso, sino hurgar en la herida y dejarla abierta, aunque nunca desde el morbo. El suicidio de Andreas Lubitz me plantea interrogantes como los que me sobrevinieron en agosto pasado cuando sucedió el atentado de Las Ramblas. ¿Por qué unos chicos nacidos en Cataluña han sentido esa tentación de la muerte? Son preguntas que el periodismo no puede explicar, pero el teatro te permite sondear la brecha”, agradece el autor.
El nombre de la propuesta liga el accidente de avión con el mito griego de Ícaro. Del mismo modo que el arquitecto ateniense Dédalo previno a su vástago del riesgo de perder la cera que sostenía sus alas, el piloto de la aerolínea estuvo instando a Lubitz a abrir la puerta de la cabina y a enderezar el vuelo que caía en picado. Pero ni uno ni otro pudieron evitar que Ícaro y Andreas se precipitaran al vacío desde el aire.
De la analogía surge uno de los aforismos de esta obra de urdimbre filosófica: “Para poder volar hay que aprender el arte de la prudencia”. Esto es, Ícaro debía haber surcado el cielo sin acercarse al sol ni al mar, y el copiloto haber sobrellevado las presiones de este mundo competitivo y hostil.
A partir del suceso, Lladó traza una metáfora sobre Europa, un territorio “que se ha ido perdiendo en el laberinto de su ambición ciega”. Sobre el escenario se despliegan reproches a la deriva social y política del Viejo Continente: “Europa se ha obsesionado con competir con EE.UU. en una batalla entre el euro y el dólar, y al mismo tiempo, también se mide con producción asiática, pero no mira que pasa en su Mediterráneo.
Al dramaturgo le chocó la paradoja de que uno de los ciudadanos privilegiados de la Unión Europea: rubio, deportista, instruido y alemán, contratado por una compañía cuya nacionalidad representa la eficacia llevada al máximo, cayera en ese abismo: : “Ahora mismo estamos en una encrucijada, recuperar los valores de Europa como una comunidad de derechos humanos o potenciar la competición”.
Al contrario de lo que pueda parecer, la obra deja un poso esperanzando. Albert defiende que es una obra muy luminosa porque considera que en las tinieblas también hay belleza. “En esta época en la que todo el mundo es feliz en Instagram, el fracaso es vivido como una pulsión de muerte, cuando es una pulsión de creación. Es importante sentir el abismo sin sentirse ahogado por él”, distingue.
La propuesta está planteada como un collage en el que se traman texto, imágenes, extractos de las grabaciones de la caja negra y fragmentos de libros y de canciones.
Del ámbito musical, rescata las letras de Ojalá, de Silvio Rodríguez, y de Ángel caído, de Antonio Vega. El madrileño es uno de los compositores favoritos de Lladó y el tema elegido es especial porque fue el último grabado por Enrique Morente antes de su muerte. La anécdota le da un eco conmovedor y además permite al dramaturgo realizar todo un ensayo sobre la desobediencia como actitud ética. “El ángel caído fue castigado por sublevarse contra la autoridad y los versos de esta canción me encajan como réplicas”, explica.
En cuanto al tema del cantautor cubano, hay una estrofa que evoca visualmente la caída del avión en la blancura de los Alpes: “Ojalá pase algo que te borre de pronto. Una luz cegadora, un disparo de nieve. Ojalá por lo menos que me lleve la muerte”.
Pero, sobre todo, el título de la canción y la palabra más repetida en la letra es la que se escucha pronunciar a Lubitz en las escalofriantes grabaciones de la caja negra: ojalá.
“Hasta que deja de pronunciarlo tiene la capacidad de echar atrás en su decisión. En el primer vuelo, de Düsseldorf a Barcelona, ya intentó algo, porque quitó el piloto automático, y no sabemos en qué momento decidió hacer estallar el avión en el de vuelta, porque sus últimas palabras registradas son ojalá, esa línea mínima que te separa del abismo”, opina Lladó, que cita un ensayo reciente de Andrea Köhler que entronca con esa reflexión, El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera (Libros del Asteroide, 2018). “En esta obra se distingue entre dos tipos de espera, la cristiana, de resignación, a la espera de un mesías, y el tiempo entre paréntesis, en el que todo puede ocurrir, que es donde está la obra. Ese tiempo condicional es el tiempo del ojalá, en el que aún soy una persona libre”.
Entre las obras literarias que se cuelan en el texto están el poema narrativo de John Milton, El paraíso perdido, La metamorfosis, de Ovidio y La caída, de Albert Camus. El filósofo francés es uno de los principales referentes de Lladó, “por trabajar pensamiento, teatro y periodismo, y porque no separa sus proyectos creativos de los filosóficos”.
Camus también estuvo muy presente en la escritura de su anterior obra, La mancha, donde Lladó abordaba, de nuevo desde la analogía, en este caso una grieta en la pared de un piso, los peligros del desmoronamiento del sistema. Ese tema está en la columna vertebral de su creación dramatúrgica, pero afirma que no tanto por el peligro de que se caiga el sistema, sino por indagar desde dónde se cae.
En las clases de filosofía y teatro que Lladó imparte en la Sala Beckett intenta investigar las diferencias entre resistencia, rebelión y revolución para derribar el sistema. “Son tres conceptos que hemos confundido como sinónimos, pero tienen matices profundos que no hemos atendido suficientemente. Por un lado está la resignación en la resistencia, por otro, la rebelión, que busca otras formas de vida conjunta, y por último, la revolución, que implica destrucción. Camus criticó mucho, precisamente, a la revolución comunista por dejarse llevar por la tentación de la violencia. Y una de las cosas que Lubitz le transmitió a su novia por carta era que iba a hacer algo que cambiaría el sistema para siempre. Se sintió un revolucionario. Sentía un deseo de trascender, una codicia, una ambición ciega… Desde ese día la puerta de la cabina en los aviones ya no puede ser cerrada desde dentro”.
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