VALÈNCIA. El pasado martes, el mundo de las Fallas y sus seguidores quedaron desolados por la muerte del artista Manuel Algarra Salinas a los 58 años. Al margen de récords y estadísticas -con las que más de uno lleva haciendo crónicas durante años- respecto al número de ninots indultados o a la permanencia del artista en una misma comisión -Almirante Cadarso-, la figura de Algarra explicita lo que es una realidad histórica en los talleres de falla y de hoguera: un proyecto de estas características no es resultado de una única mano creativa. Y no es algo de lo que acomplejarse. E intuyo, por lo que me cuentan, que él no lo hacía. Como tampoco sucedía con Vicente Luna y su taller. Porque, a mi parecer, la gran habilidad de Algarra fue la de construir, gracias a su diligencia y gestión, un espacio de trabajo con especialistas que, además de sumamente profesionales como él en el resultado material de las obras, cumplían con lo que debería ser conditio sine qua non del formato falla: su solvencia.
Algarra demostraba en sus proyectos hasta dónde se podía llegar en la extensión de los recursos con los que contaba, con absoluta honestidad y coherencia, como muchos de sus compañeros y compañeras de profesión han subrayado en los mensajes de condolencia a través de las redes. Se debe ser muy hábil para dirigir un equipo con la seriedad que refleja la enorme versatilidad de sus proyectos. Algo que queda ejemplificado en las que fueron sus dos comisiones insignia: la ya citada Almirante Cadarso y Maestro Gozalbo, unidas espacialmente por la arteria de Conde de Altea. Para el recuerdo quedan obras antológicas -y hablo desde mi más personal criterio- como “Crisis? What Crisis?” en 2010 para Almirante o “Siempre emerge lo que se sumerge” para Maestro Gozalbo en 2015. Su taller ofrecía, de este modo y desde el pleno conocimiento desprejuiciado que poseía de las convencionalidades y resortes del formato, dos desarrollos estéticos y discursivos bien diferenciados en sendas comisiones. Su dirección hacía posible adaptarse con rigor a diferentes propuestas de diseño, entre las que destacan los tándem con Ramón Pla, con José Gallego -en la hoguera Séneca de Alicante- o, este mismo marzo, con Iván Tortajada.
Lamento de verdad que no podamos disfrutar de cómo podría haber evolucionado esta última unión tan fértil -y tan necesaria- en los próximos años. Sin olvidar, entre muchos otros colaboradores y colaboradoras por supuesto, la presencia del bocetista y escultor José Luis Santes, que contribuyó decididamente a convertir al taller de Algarra en uno de los especialistas de la caricatura política en la historia reciente de las Fallas. De hecho, una de las escenas más reverenciadas en ese sentido en 2022, pertenecía a la trasera de Maestro Gozalbo “Y el sol salió por el oeste” con diseño de Tortajada. A partir de la reinterpretación de la célebre pintura “La balsa de la Medusa” de Géricault, asistíamos al naufragio de la profesión de artista fallero y del conjunto de la fiesta cuyos representantes se hundían en el extremo de la pobre balsa, mientras que el presidente de Junta Central Fallera, Carlos Galiana, se salvaba a la vez que salvaba en el límite más seguro de la débil embarcación, una enorme peineta como el principal interés y prioridad que muchos -empezando por él- establecen en la fiesta.
Un magnífico testamento satírico que, por otro lado, da buena cuenta de la actual situación de las Fallas y de la profesión que les da verdadero sentido. La muerte de Algarra, además del profundo dolor personal para sus familiares y amigos a los que envío mi más sentido pésame, evidencia una cruda realidad difícil de salvar: la ausencia de un verdadero relevo generacional a la hora de hacer frente a los proyectos. El deceso, la jubilación, el cese de negocio y las injustas estrecheces económicas a la que se ven condenados muchos talleres y profesionales, han dejado como casi única alternativa para “seguir con la tradición” a la remesa de principiantes que surgen del ciclo formativo de artista fallero y constructor de escenografías, muy diversos tanto en su adscripción académica como en sus capacidades y sin la formación artesanal y técnica erigida durante años en un taller como sus predecesores. Es una realidad innegable que existe una demanda mucho más elevada -y exigente para mal- que la oferta disponible, aún teniendo en cuenta los talleres que no pueden decir que no y que abarcan en exceso. Además de los juguetes rotos que dejan por el camino y las estrellas que acaban siendo agujeros negros. Sin olvidar la poca permeabilidad que todavía demuestran las fallas con aquellas propuestas que dialogan con la contemporaneidad. Realidades que se manifiestan de manera llana en los proyectos de sección especial, que necesitan de una estructura de taller potente para cumplir con sus delirios de grandeza, pero que afectan al conjunto del formato. Y eso que las fallas reciben unas ayudas directas, sin filtro de calidad y “a fondo perdido” que ya quisieran otros sectores creativos y artísticos que esta ciudad tiene abandonados. Pero ese ya es otro debate que deberemos abordar.
Las exigencias de hacer más por menos sin una verdadera conciencia del valor y del impacto de las cosas, demuestran que, tanto el gobierno de la fiesta como la mayoría de sus particulares mecenas en cada comisión, dan la espalda a una realidad profesional, económica, ecológica y social que, a día de hoy, hace inviable el modelo tal y como está establecido. La doble crisis -la económica y la del coronavirus-, la reducción de los presupuestos, el encarecimiento de los materiales y la obsesión por pensar que sólo pueden existir fallas en un sentido bajo el yugo de los siempre arbitrarios premios -que satisfacen particulares necesidades que nada tienen que ver con la profesión artística-, se han traducido en una deliberada explotación del conjunto de trabajadores y trabajadoras que se ven condenados a sucumbir, a aceptar todo para garantizar la continuidad o a ser condenados al ostracismo por exigir simplemente unas condiciones razonables en función del gasto y de los recursos. Y, en muchas ocasiones, a costa de su salud. No hay artistas infinitos para un modelo profesional tiránico que cada vez ahuyenta a más personas.
Por eso resulta tan patético que diversos medios y estamentos de la fiesta plácidamente amordazados por el lobby de la indumentaria y de la peineta -y sus numerosas prebendas publicitarias- eleven lacrimógenos panegíricos por los artistas desaparecidos a los que procuraron la justita atención y reconocimiento en vida. Es lamentable constatar de qué manera diferentes agentes de la fiesta, “muy falleros y mucho falleros”, se erigen como salvadores del “pedigüeño” artista mientras que, con la otra mano, lo estrangulan o le dan con la puerta en las narices si no satisfacen sus particulares intereses.
Hace ya años que las Fallas están en un precipicio existencial y creativo, en descenso libre y sin paracaídas. No obstante, y a pesar de la oportunidad que podía haber ofrecido la maldita pandemia, se confirma con escasas excepciones la patada hacia adelante para no asumir el enorme reto al que nos enfrentamos en sentido global, con el discurso oficialista y ortodoxo fallero amparado en una arenga negacionista que apesta a reaccionaria y que parece abonar el terreno al viraje totalitario en el que ya estamos sumergidos. Como si por gritar bien fuerte “hem tornat” se solucionaran todos los problemas, mientras que a otros sólo les falta rubricar su discurso triunfalista con aquello de “ein Volk, ein Reich, ein... Falla”.
Las Fallas, ya en un sentido general, no colapsarán. Porque ya lo han hecho. Una fiesta en la que la desproporción egoísta se ha convertido en una de sus principales señas de identidad. Actualmente, queda demostrado que su modelo es insostenible a nivel profesional, ético, material, eco-social, logístico, de género y diversidad, económico -dos “ejercicios” en seis meses, sujétame el cubata- y, por supuesto, por bienestar animal y civismo. Lo primero de todo es aceptarlo y después ya podemos debatir de lo que ustedes quieran y mejorar. Pero vamos a contrarreloj. O nos planteamos un necesario e inmediato decrecimiento general a la fuerza dejando a un lado el sentimentalismo interesado o nos reventará todo de una manera aún más dolorosa. Reflejo local del no-futuro global.
Pero aquí falla grande, ande o no ande.