VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

El alegato portátil de Julián Martínez (Letsornot) contra la ciudad demasiado ordenada

A modo de stories efímeras en el espacio urbano, estos días a València le han aparecido monolitos de color en un reguero de ubicaciones

4/03/2023 - 

VALÈNCIA. Desde hace unos días unas piezas a color se encajan en un puñado de ubicaciones de València. Son promesas de una escultura que podría ser. De un montaje más o menos temporal que podría mantenerse. En cambio, desaparecen casi en el mismo momento en el que se ubican. Y es diferente cada vez que alguien se acerca a ella. Como reflejará su autor, están hechas del material de esas stories que se desintegran tras deslizarlas.

Forma parte del proyecto de Julián Martínez (Letsornot), artista y a la vez uno de esos activadores de ciudad que podría llevar tatuada la frase del sociólogo Richard Sennett: “compartir genera vitalidad urbana y marcar límites la destruye”. Frente al orden que todo lo regula, el espacio para lo imprevisto.

Colándose por esa misma rendija, (Letsornot) ha levantado Proyecto Circular desde la basura. “Cada día, paseando o yendo en bici a cualquier sitio, aparte del millón de plásticos y de muchos otros desechos, me encuentro con increíbles cantidades de cartón en las basuras. Cajas, cajas grandes, cajas pequeñas, cajas que sonríen, cajas marrones, cajas y más cajas. Es un material que siempre me ha parecido muy útil a la hora de poder reutilizar. Puedes conseguirlo en cualquier sitio y a coste cero”.

De la basura en la calle, a una escultura elaborada a partir de papel reciclado y cajas de cartón de bicicletas de carga. El amasijo se ha convertido en una obra artística que es tanto “modular” como “abstracta”, “dinámica” como “participativa” por el hecho de que se abre a que con cada interacción se creen diferentes composiciones. “La representación de la pieza final -dice su autor- variará en todas sus formas y en los diferentes escenarios. Tan solo el azar y el instinto de los participantes harán que la obra se vértebra de una manera u otra”. 

Emplazada durante los últimos días en diferentes lugares de la ciudad, invita a los transeúntes a participar y dejar su impronta, configurando la pieza en base a sus arrebatos. 

Antes de eso, primer paso, la obra fue -como una trituradora- llevándose por delante lo que le venía de paso: papel reciclado de la imprenta Impresum (en su mayoría Fedrigoni); cajas de bicicletas de carga de alta calidad (Omnium y Bullitt) del taller de bicicletas Vuelta de Tuerca. En una deriva conducida por una de las bicicletas de carga prestadas por Flecha Bicimensajería. 

Después de eso, segundo paso, la planificación y el bocetado de las piezas. Más tarde -explica el artista- el tercer paso: la “elaboración con estructura de cajas de bicicletas de carga y pulpa de papel reciclado”. Cuarto paso: el pintado de las piezas y el secado para que puedan soportar el viaje a través de la ciudad. Quinto paso: “la recolección de medios de transporte: bicis de carga, para poder transportar las piezas, con la intención del coste cero de energía”. Viene el sexto y último paso: “la colocación de las piezas en diferentes lugares de la ciudad, y la posterior intervención de transeúntes”.

El juego escultórico, además de una pillería, lanza unos cuantos dardos sobre la fugacidad y el espacio público (“el proyecto aparece y desaparece como los stories de Instagram, en tan solo un día”), la posición fija de las obras de arte o la distancia entre artista y ciudadanía. 

Uno de sus mensajes más potentes apela, precisamente, al factor sorpresa en la vida de las ciudades. “Son lugares -sigue Julián Martínez (Letsornot)- donde “las personas viven, trabajan, se divierten y se relacionan entre sí. Sin embargo, con el tiempo, la ciudad puede volverse monótona y previsible, lo que afecta negativamente la calidad de vida de las personas que la habitan. Es aquí donde entra en juego la sorpresa artística, que hace pensar y permite experimentar su entorno de una manera diferente. Ayuda a tener mayor conexión emocional con el lugar donde viven. (…) La apropiación del espacio público es esencial para combatir la previsibilidad en la ciudad. Puede llevar a la creación de espacios únicos y personalizados que reflejen las necesidades y deseos de la comunidad, su sentido de pertenencia”.

Los próximos pasos en la vida del ‘Circular’ podrían pasar, especula el autor, por “exponer la escultura en espacios o galerías de arte, para compartir la obra con un público más amplio y generar un diálogo sobre la sostenibilidad y la reutilización de materiales. También se podría considerar la posibilidad de colaborar con otros artistas y comunidades locales para crear proyectos conjuntos”. 

Esta especie de monolitos, vistos y no vistos, tiene la carga de aquellas formas naturales que aparecen en espacios abiertos sin que nadie tenga una explicación racional. Un alegato contra la ciudad (demasiado) ordenada. 

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