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noticias de oriente / OPINIÓN

El amigo mandarín

29/03/2020 - 

Segunda semana de confinamiento. Se están viviendo tiempos de dramatismo sin precedentes. La ciudadanía aguanta pero empieza a notarse que toda la carga negativa de esta situación está teniendo un impacto profundo. Necesitamos buenas noticias que evidencien que todo este sacrificio económico, social y emocional está valiendo la pena. Hasta que esto no suceda, seguiremos sumidos en el desasosiego.

Pero el mundo sigue en su agitado ritmo. La historia, desdiciendo nuevamente a Francis Fukuyama (es sin duda el politólogo que más se ha puesto en entredicho), nunca se acabó. Muy al contrario, es frecuente que tras periodos de cierta tranquilidad, la realidad explote y se produzcan numerosos hechos de forma simultánea. Así, es muy posible que estemos viviendo cambios en el mundo estructurales. El fragor de la tragedia sanitaria nos impide ver el bosque. Y el bosque de los equilibrios geoestratégicos globales está moviéndose y mutando.  

Hoy voy a tratar de analizar la caída y resurgimiento de China en esta crisis y cómo la está convirtiendo en una oportunidad para afianzarse como gran potencia global desbancando de esa función a los Estados Unidos de América. Es muy posible que estemos ante lo que se ha llamado un “momento Suez”. Recordemos que en 1956 una desafortunada intervención inglesa en Suez llevó a evidenciar la pérdida del Reino Unido de su posición como gran potencia global que siendo sustituido por el amigo americano. En la historia los cambios de estas características se suelen producir de forma gradual (es evidente que la intervención norteamericana, anterior en el tiempo, del lado de los aliados fue esencial para ganar la Segunda Guerra Mundial) pero siempre se producen hechos que marcan el punto de no retorno como fue precisamente la crisis de Suez.

Es una opinión unánime que la gestión inicial de la epidemia por parte de China fue nefasta. Existen numerosas informaciones que evidencian que los primeros casos de Covid-19 arrancaron en Wuhan ya en noviembre. Las reacciones iniciales a la enfermedad fueron las propias de un estado autoritario: tratar de negar que había un problema, reprender al oftalmólogo Li Wenlian(luego convertido, con motivos de sobra, en héroe nacional), desplegar el ocultamiento informativo y la censura habituales del Gobierno de Pekín. China ha celebrado su año nuevo chino más amargo ya que coincidió con el estallido de la pandemia en Wuhan. Los datos eran alarmantes. Parecía que China se había topado con su Chernobil. Desde medios occidentales se apresuró a afirmar que podía ser la circunstancia perfecta y el detonante para que, tras afectar seriamente a una economía que ya mostraba signos de agotamiento colapsase el sistema de partido único gestionado con el Partido Comunista de China. En este sentido, el impacto en el PIB calculado en el comienzo de la crisis apuntaba a una disminución del PIB de 2 a 4 puntos porcentuales por trimestre; también se habló de que debería acabarse con la dependencia de China en la cadena de suministros global aunque este tránsito hacia otros economías más competitivas ya estaba teniendo lugar.

Peatones con máscarillas sanitarias en Shanghai. Foto: Polaris/EP:

Sin embargo, y salvo que se produzca en China una segunda oleada de contagios implicando un indeseado repunte de la epidemia (lo que no parece previsible), nada de esto ha tenido lugar. Más bien al contrario. Pekín ha sabido, con una habilidad sobresaliente, darle completamente la vuelta a la situación. Hasta el punto de adoptar una posición muy similar a la que tomó tras la crisis financiera de 2008 consistente en poner de manifiesto la superioridad de su sistema autoritario sobre las democracias liberales para la gestión de las crisis. Así de ser la parte esencial del problema, se ha convertido en la solución. Para ello, China está haciendo gala de un muy potente  “softpower”. Es consciente que su reputación interna e internacional se había visto seriamente dañada por ser el origen del Covid-19 y ha puesto todos los medios a su alcance para subvertir esta situación. Así los actos de apoyo, ayuda, suministro de materiales sanitarios están ocupando los titulares de todos los periódicos. Asimismo, numerosos gobiernos occidentales, entre ellos el italiano y español, además de realizar los referidos pedidos (a veces con poca fortuna to say the least) han solicitado asesoramiento a expertos chinos para la gestión de la política de confinamiento y reclusión social que se ha impuesto y que sigue el modelo aplicado en China para atajar la epidemia. Es cierto que no se trata de un remedio novedoso (es curioso que en numerosos documentos de la época de la última gran epidemia global, la injustamente denominada “gripe española” de 1918, se prescribe exactamente la misma medida).

Además, en general y salvo las excepciones asiáticas (Corea y Singapur en especial) las democracias occidentales ha reaccionado tarde y mal a la pandemia. Ha habido una negligencia generalizada (apoyada en parte por la pasividad de una sociedad que está demasiado acostumbrada a mirar hacia otra parte) cuyo inmenso coste en vidas humanas y en el impacto negativo en la economía va ser muy alto. Es curioso que Occidente depende de China en cuanto a suministros esenciales para sus industrias pero todos hemos pecado de una ingenuidad algo suicida al haber pensado que lo de Wuhan, resumiendo de forma gruesa, son cosas de chinos, está muy lejos y que a nosotros no nos puede pasar. Soy el primero que entono ese mea culpa incluso de forma más sangrante por el conocimiento (siempre insuficiente) que tengo de China al haber tenido la experiencia de vivir en Pekín casi 4 años.  Y, como siempre hay rankings para todo, sí conviene apuntar que nuestros socios anglosajones tanto en el caso del Reino Unido como y lo que es más importante en el de Estados Unidos adoptaron al principio una posición negacionista y de total insensibilidad social, consistente, por otro lado, con la posición que de forma reiterada han demostrado sus más importantes dirigentes que ha supuesto una pérdida de un tiempo precioso para la correcta gestión de la crisis.  

Habitantes de Shanghai protegidos ante el nuevo coronavirus. Foto: Polaris/EP.

Además, y esta es otra de las novedades de esta crisis (que apunta a cambios mayores en la escena internacional), ante la desoladora inacción de los Estados Unidos, China está emergiendo como la potencia responsable, como el país solidario que ayuda al mundo, como la nación que ya ha superado la crisis y está volviendo a la normalidad. Es cierto que la fanfarria triunfalista del gigante asiático todavía no es totalmente coincidente con la realidad ya que no se ha vuelto a la normalidad. Los estudiantes no han regresado a las escuelas y el país recientemente ha decretado la prohibición total de la entrada de extranjeros precisamente para evitar nuevos contagios importados del exterior. Pero es indudable que la situación parece que se ha enderezado en lo sanitario habiéndose reducido los contagios a una cifra testimonial y dándose ya previsiones alentadoras del punto de vista económico. En efecto, de acuerdo con información del Financial Times (nada sospechoso de posicionamientos pro-chinos) parece que el país está volviendo al trabajo: se prevé para el segundo semestre del año un crecimiento cercano al 8% del PIB e indicadores esperanzadores como el crecimiento de las transacciones inmobiliarias, el consumo de carbón y el incremento del tráfico en las grandes ciudades son ya, a finales de marzo de 2020, una realidad. Es cierto que la venta de entradas de cine, que suele ser un dato ilustrativo de la recuperación del consumo, sigue baja aunque es posible que, por razón del tipo de epidemia vivido, esta sea una de las actividades que más tarde en recuperarse.

Es cierto que la suerte no está echada, y como dice el influyente analista Gideon Rachman también del Financial Times, la situación es extremadamente incierta. Estados Unidos aún puede reaccionar de forma acertada en la gestión de la crisis (y un presidente tan poco keynesiano como Trump lo acaba de hacer con la aprobación de estímulos millonarios para la economía) o incluso encontrar una vacuna efectiva antes de lo previsto. Pero lo que es evidente es que, si no vuelve a darse otro cisne negro, China va a salir reforzada de esta crisis. Lo que sí debería hacer China es tomar medidas internas serias en cuanto al control y prohibición de la extendida industria del consumo de animales salvajes que numerosos expertos apuntan como el origen de esta y anteriores pandemias. Por otro lado, también deberían evitar realizar determinadas afirmaciones como atribuir a los soldados americanos el principio de la pandemia, porque sabe que no son ciertas y al final pueden contribuir a desacreditar su mensaje de solidez y ponderación.

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