VALENCIA. De cero a cien. Hace apenas seis meses Ana Penyas, relativamente nueva en el círculo de la Ilustración, daba forma a su primera exposición en solitario, que acogió la galería de Benimaclet Estudio 64. Entonces dibujaba en silencio algunas láminas de la que sería su nueva novela gráfica, un proyecto que quedó en la estacada tras ser abandonado por su primer editor. Por consejo de los compañeros de la librería Bartleby lo presentó al Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic, una apuesta al rojo que le ha salido a ganar. Estamos todas bien se publicará a final de año, un punto de inflexión que la ha llevado en pocas semanas a tener la sartén por el mango a la hora de seleccionar proyectos. En este caso, como en el de la mayoría de los creadores, la línea entre lo profesional y lo personal es difusa. Su vida, sus orígenes y sus inquietudes dan forma a un universo en el que el feminismo y la memoria histórica ocupan un espacio vital. Bienvenidos al universo de Ana Penyas.
- El verano pasado fue tu primera exposición individual y en unos meses eres Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic, pero, ¿de dónde viene Ana Penyas?
- Antes de esto hice diseño industrial.
- Sí, sí (ríe). No estaba muy convencida, pero terminé y me fui en plena crisis a vivir a Barcelona. No había manera de encontrar trabajo y me apunté a un taller de ilustración en la Escola de la Dona. Fue entonces cuando me dije: Ana, acéptalo, te equivocaste de carrera. El feedback era muy bueno pero me faltaba por aprender todo, así que volví a Valencia a estudiar Bellas Artes. Aquí fui explorando distintos espacios hasta volver a reencontrarme al final con la ilustración.
-Y entonces llegas a las memorias de Longinos Lozano.
- Fue muy importante este proyecto, Los días rojos de la memoria. Uno de mis compañeros de trabajo de final de carrera encontró las memorias, en las que contaba su experiencia durante el franquismo. Formamos un equipo de sociólogos, historiadores y yo y planteamos hacer un libro con texto e ilustraciones. Fue un momento en el que me adentré en la historia, aprendí herramientas de sociología...
-¿Fue esta la primera vez que usaste tus dibujos para hablar de la memoria histórica?
-Lo cierto es que la carrera me pilló en una época muy concreta, la crisis, el 15M... estaba muy metida en movimiento sociales, colaboraba haciendo carteles. Siempre tuve presente la cuestión de cómo cuento las cosas y qué quiero contar. Utilizarlo a través de la ilustración sí fue algo nuevo con este proyecto. En el caso de Longinos, al principio no sabía qué quería contar, lo interesante es que la fase de investigación fue muy larga. El hombre, que ya ha fallecido, tenía una historia bastante peculiar porque él, según otros historiadores, había sido enlace de los maquis y lo habían metido en la cárcel, de la que escapó. En su biografía contaba esto último, pero no lo de los maquis, se traba de jugar a saber quién estaba mintiendo y por qué. Era un tema muy esquizofrénico, eso es lo que quería transmitir a través del dibujo: algo emocional, el miedo, los silencios.
- ¿Cómo trasladas un material tan duro a tus ilustraciones?
-Tuve la suerte de que el primer proyecto me permitió dedicarle mucho tiempo a la investigación, vi mucho documental, leí muchos libros... Al final, me di cuenta de que la posguerra se había tratado de una manera muy metafórica, como un telón de fondo, pero nos cuesta como país mirarla de frente. Fue horrible pero no se ha tocado tanto como la Guerra Civil. Aunque hice pocas imágenes, también quise rescatar el papel de las mujeres en la Historia porque ellas eran una parte muy importante en la estructura de la resistencia.
- Y es con este proyecto que te sitúas como ilustradora.
- Yo no me situaba tanto como tal, sabía que se me daba bien, pero no conocía a ilustradores profesionales, no sabía cómo era el mundo real. Sí me había salido algún encargo, pero de eso a vivir de ello... Ese momento llegó cuando me seleccionaron en la feria Ilustrísima, a la que fui después de ir a la vendimia, y fue entonces cuando me di cuenta de que necesitaba el pack: una página web, generar más imágenes... Ese fue mi primer contacto con el mundo profesional.
- Y de ese primer contacto al premio a Estamos todas bien
-Que también nació de mi asignatura de Ilustración, con David Heras.
-¡Sí que dio de sí!
-Sí, sí (risas) Fue allí donde nos mandaron hacer un ejercicio de cómic, contar una anécdota cotidiana en unas cinco páginas. Yo acababa de volver de Alcorcón, donde vive mi abuela Maruja, un poco afectada, porque era la primera vez que vivía sola y ya estaba perdiendo facultades. Entonces pensé en contar en viñetas un día suyo, fue algo muy intuitivo, venía con las sensaciones fuertes y empecé a dibujar, antes de que se me pasara. Después encontré un texto de mi madre que había escrito en el 86 sobre mi abuela Hermina, así que complementé la primera historia con esa. Un editor me animó a ampliarlo y yo me lancé al vacío sin contrato, quedándome colgada a mitad de proceso. Entonces me vi con 50 páginas y no podía dejarlo sin acabar, fue entonces cuando lo presenté al premio porque sabía que ya no iba a perder nada después de estar un año trabajando sin horizonte.
-Y así fue cómo tus abuelas se convirtieron en el centro de tu futuro libro.
-Fue raro porque partía de dos historias diferentes y, también, de dos tiempos históricos. Una hablaba más de la soledad, otra del trabajo doméstico. Juego con los flashbacks con los que explican puntos del pasado, siendo el primero en el año 1946. Hay elementos históricos, pero siempre a través de su mirada. Al final, lo que ellas me destacaban de su vida eran cosas muy cotidianas, han tenido una vida 'normal', tampoco se acuerdan mucho de la guerra.
-Ir tan a lo concreto al final parece estar resultando en una historia más universal.
-Son historias tan cotidianas que es muy fácil que una persona reconozca a su madre, a su abuela o a su tía. También en los detalles, en los objetos. Por ejemplo, el arlequín que tienen muchas abuelas en su casa, elementos muy universales de esa generación.
-Memoria y, también, mujeres, con una realidad muy concreta por su tiempo.
-Siempre he estado muy vinculada al feminismo, intento que esté de una manera explícita o transversal. Por ejemplo, si hago una ilustración me fijo mucho en qué personajes femeninos hacen qué, cosas sutiles pero esos elementos están ahí. Dentro del feminismo se toca mucho a la juventud y se olvida a las mujeres mayores, con menor acceso a la educación, un machismo que, a la vez, han enseñado ellas. La obra es feminista porque denuncio algunos de estos roles a través de su contexto. También es una manera de entenderlas, comprender su mundo y qué hay de ellas en nosotros.
-Por una parte está la crítica a la perpetuación del machismo y por otra esa búsqueda de empatía, ¿cómo manejas esos dos pesos?
- Es complicado. Al final se olvida la intención y queda lo que yo siento por mis abuelas. Ellas son muy diferentes, Maruja es más amarga, pero siempre he tenido un vínculo muy fuerte con ella. Creo que se refleja ese esfuerzo por ponerme en su lugar.
-Eres muy consciente de que tu trabajo forma parte de un todo social, además, en unos días en los que se habla mucho de feminismo en espacios en los que no se hacía.
-Colaboro con Pikara, lo que me ha permitido trabajar el tema desde un punto de vista muy explícito. Desde un punto de vista general, estando vinculada a los movimiento sociales me di cuenta rápido de que cuando se habla de lucha siempre se representa con los mismos sujetos: el chico blanco, joven y militar. Por eso, si tengo que hacer algo vinculado a la lucha cambio esos sujetos por mujeres mayores, otro tipo de cuerpos... recuerdo incluso dudar cuando fui a hacerlo y pensar después: ¿cómo puedo tener esa sensación?
-Hablabas antes de esa transmisión del machismo, hay una tarea de análisis propio.
-Soy muy consciente, no es nada casual. Cuando hago una ilustración infantil pienso en todo esto, en mostrar al padre llorando, a una niña con un camión... Es importante que también esté embebido en la historia para que llegue a más personas.
-Para que llegue quién realmente hay que convencer.
-Exacto.
-¿Qué proyectos tienes ahora entre manos?
-Además de la novela sobre mis abuelas, ahora estoy haciendo un proyecto para una editora mexicana sobre los niños de Morelia, los niños exiliados en el franquismo. También otro proyecto en Valencia sobre la transición española... Me apetece mucho porque los proyectos son muy interesantes, pero tampoco quiero encasillarme y ser la chica que dibuja sobre memoria histórica. Me gustaría no tener 'firmados' proyectos durante años, ¿dónde queda la espontaneidad? Quiero dejar siempre un margen para mis propios proyectos, volver a Latinoamérica, tener un margen de inspiración.
-Ocupas un espacio muy concreto, ¿quiénes son tus referentes?
-Mi mayor referente es Jorge González. Como estudié Bellas Artes, soy muy amante de las vanguardias, muy amante de de George Grosz... cuando veía ilustración contemporánea me faltaba ver los temas que me inquietaban en ese momento. González, de hecho, ganó la primera edición del Premio Internacional de Novela Gráfica con Fueye. También me apoyo mucho en trabajo de fotógrafos, trabajo mucho con la técnica de transferencia disolvente y para eso tengo una carpeta de imágenes que utilizo, incluso para posturas.