LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

El arte de retirarse a tiempo

Retirarse a tiempo es un arte sólo al alcance de personajes que han sabido vestir la elegancia. El Papa Benedicto XVI fue uno de ellos. Deberíamos aprender de él. No hay que obcecarse con lo que fuimos y no volveremos a ser. Que se lo digan a Casillas o Enrique Ponce, por ejemplo

18/04/2016 - 

Sostiene Pascal que todas las desgracias le llegan al hombre por no haberse quedado en casa. Aconseja no asomarse al mundo porque te enfrentas a un animal hostil. Yo añadiría, como causa de tantos males, el no retirarse a tiempo. Todos tenemos una fecha de caducidad, un momento en nuestras vidas a partir del cual comienza nuestro declive. El físico se inicia a partir de los treinta; el mental puede retrasarse según los genes y la vida que llevaste. Admitir que ese momento ha llegado es una prueba de inteligencia como también lo es reconocer tus límites. Pero muy pocas personas —y menos si son conocidas— acumulan la suficiente lucidez para verlo. Vivir es ir despidiéndose, mal que nos pese, pero nos resistimos a admitir esta verdad. 

Retirarse a tiempo, desaparecer de este trágico tablado, es un arte sólo al alcance de personajes que han sabido vestir la elegancia. El Papa Benedicto XVI fue uno de ellos. Vencido por el cansancio y sin fuerzas para enfrentarse a los lobos de Roma, renunció a su cargo entre la sorpresa de todos. Prometió que desaparecía del mundo y lo ha cumplido. Hoy pasa sus últimos días tocando el piano y dictando notas a su secretario. Siempre tuve debilidad por los Papas intelectuales (los populares y viajeros me dejan el corazón frío).

Rajoy es un extraño suceso de la política española, tal vez irrepetible, porque no pertenece a este tiempo, ni siquiera al siglo XX 

Deberíamos aprender de Ratzinger. No hay que obcecarse con el personaje que fuimos y no volveremos a ser. Que se lo digan a Casillas o Enrique Ponce, por ejemplo. La vida es así de puta, que no admite la moviola. Por eso causa tristeza asistir al espectáculo grotesco de esos hombres y mujeres empeñados en seguir representando un papel que, si alguna vez despertó nuestro interés, les abandonó hace tiempo. ¿Por qué nuestra Rita Barberá está sometida al escarnio público? Porque no se supo marchar a la hora debida. Nadie sale indemne de 24 años ejerciendo el poder. El lodo de la política acaba manchándote. ¿Por qué Vargas Llosa no dejó de escribir hace dieciséis años, cuando publicó La fiesta del chivo? Más le hubiera valido a la vista de lo que leímos después, novelas a años luz de Conversación en La Catedral. El Vargas Llosa de estos días nos recuerda al último Cela del papel cuché, el anciano vigilado por su futura viuda. 

Barberá y Vargas Llosa se resisten a aceptar su retirada. Peores son quienes, además de negarse a reconocer su obsolescencia programada, quieren parecer jóvenes cuando no lo son, y acaban destrozándose la cara hasta asemejarse a alguno de los simpáticos muñecos de José Luis Moreno. Miren, si no, a los millonarios Tom Cruise y Flavio Briatore, irreconocibles incluso para sus seguidores más acérrimos. Cualquiera de nosotros, incluso después de haber pasado la viruela de niño, reúne más atractivo que estos dos galanes. 

Que se sepa, Mariano Rajoy no ha pasado por un quirófano para rejuvenecer pero, como es un poco coqueto, se tiñe el pelo siguiendo el ejemplo del castellano adusto que lo eligió como sucesor. Rajoy es un extraño suceso de la política española, tal vez irrepetible, porque no pertenece a este tiempo, yo diría que ni siquiera al siglo XX, pero, aunque la mayoría estemos de acuerdo en que su tiempo ya pasó, podría disfrutar de otros cuatro años en La Moncloa. Es, como decía, un curioso anacronismo gobernando en funciones desde 2011. 

Hablo de Rajoy pero me podría citar a mí, que tampoco estoy libre de pecado. A veces pienso que está cercana la hora de ir haciendo las maletas para retirarme a posiciones defensivas, lejos del fuego cruzado de la cotidianidad. Un día de estos lo haré y no sabrán nada más de mí. Algunos lo agradecerán y otros lo lamentarán (aunque sin pasarse). Prometo avisarles cuando eso ocurra. Por lo pronto, nunca olvido mis cremitas para la cara. Llegada cierta edad, uno tiene que cuidarse. Mi trabajo me cuesta conservarme mejor que otros de mi generación. Pero nunca llegaré a ser como Jordi Hurtado, por mucho que lo intente.