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El arte en busca del modelo

El ariete del arte contemporáneo en España cumple los 40 años de su primera exposición individual, momento idóneo para reconocer su obra con el Premio Valencia Plaza de Cultura

| 15/05/2016 | 2 min, 23 seg

VALENCIA. A Carmen Calvo (Valencia, 1950) le encanta pasar inadvertida en su ciudad. Quizá ésa es una de las razones por las que, en su estudio situado a escasos doscientos metros del IVAM pero todavía más próximo a la casa donde vio la luz por primera vez, la pintora fundamental del arte contemporáneo en España durante las últimas cuatro décadas vive y crea aquí. Polifacética, inquieta hasta el mestizaje de disciplinas como el collage, la intervención pública, el videoarte o la fotografía, entre otras, es considerada por sus coetáneos como «una esponja intelectual». Su carácter risueño y próximo contrasta con la esencia de su legado: una obra que genera inquietud, que provoca una reflexión interna, «que es perversa» o «que asusta», en sus propias palabras.

La obra de Calvo no es precisamente una bicoca comercial. Pese a ello, trabaja con diez galerías de arte, cinco de ellas fuera de España. En el momento de la redacción de este artículo, expone en la Galerie Thessa Herold, junto al Museo Nacional Picasso de París. En la capital francesa, hace ahora treinta años, vivió durante casi una década de inspiración truncada por un regreso prematuro dada la enfermedad de su madre: «tengo alma de Tía Tula».

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Desde que a principios de los años 90 abrazara la fotografía «como una técnica pictórica más», se ha acentuado un carácter capaz de homogeneizar una obra tan ecléctica: «si hay algo que siempre he buscado, que dibujaba desde muy pequeñita y hasta este momento, es al modelo». Y, sobre éste, la ruptura de su propia mirada, la alteración de su esencia natural y la búsqueda «de las dobles lecturas». Con ello Calvo ha denunciado la violencia, ha trastocado el sentido de imágenes que hacen referencia a la cultura popular y ha incentivado una revisión por los objetos más cotidianos a partir de la duda.

Ese es el otro cimiento fundamental de su obra: la objetología. «Mi hermano me empezó a pagar unas clases de pintura. Allí una maestra nos hacía un ejercicio de ‘retentiva’: mostraba un objeto durante poco tiempo, observábamos y lo retiraba. Entonces, teníamos que dibujarlo». Y permanece en la infancia como punto de partida para hablar desde su carrera hasta su momento actual, «más viva que nunca».

(Lea el artículo completo en el número de mayo de Plaza)

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