VALÈNCIA. Pero, ¿qué nos pasa? ¿Tan dura es la realidad que no somos capaces de soportarla sin inventarnos día sí, día también, personajes con superpoderes? Los superhéroes, sean mutantes, alienígenas, inhumanos, humanos mejorados, metahumanos o como se les quiera llamar, en función de quien tenga el copyright y los derechos de explotación (la denominación “mutante” es propiedad de Fox y no se puede ser utilizada por, por ejemplo, Marvel) nos invaden en el cómic, en el cine, en las series y en las cadenas de comida rápida. Nacieron hace tiempo, canónicamente en los años 30 del siglo pasado, cuando se inician algunos cómics como Superman (Jerry Siegel y Joe Shuster, 1933). Pero lo cierto es que están en cualquier cultura desde siempre. En las mitologías griega, romana, nórdica, maya o japonesa, por citar algunas; en los cuentos infantiles y en las leyendas populares. Allí donde miremos aparecerán seres alados, personajes que leen la mente, individuos que crean fuego o hielo, los que dominan el agua o el metal, magos, brujas, hadas, elfos. Antiguamente formaban parte de cosmogonías y servían para explicar el funcionamiento del mundo. Y posiblemente ahora también, solo que hoy en día integran mundos más prosaicos llamados Universo Cinematográfico (o Cinemátivo) Marvel y Universo Extendido DC, nacidos ambos a partir de los cómics de las míticas compañías Marvel y DC, en los que se inspiran un gran número de películas y series, tanto de animación como de imagen real.
Por lo que respecta a las series y reseñando solo las de imagen real, no animación, que están en emisión en estos momentos, y sin ser una lista exhaustiva, nos encontramos con Agents of Shield, Inhumans, Daredevil, Jessica Jones, Luke Cage, Iron Fist, The Defenders, Legion y The Punisher, basadas en personajes de Marvel; The Flash, Arrow, Legends of Tomorrow, Supergirl, Gotham, Lucifer, Powerless, IZombie y Preacher, basadas en los cómics de DC; y fuera de las dos grandes compañías, series como Wynonna Earp, The Tick (ambas también basadas en cómics) o Midnight Texas, entre otras.
Claro que no es lo mismo el OIimpo o el Valhalla que una franquicia multimillonaria de productos audiovisuales, merchandising y figuritas de acción, pero este es el mundo que nos ha tocado, con su neoliberalismo, su sociedad de consumo y su globalización. Pero aunque no es lo mismo y mientras hacen ricos a unos pocos, reciclan algunos de esos mitos (no solo Thor) y responden a nuestros miedos y angustias. Que tras el 11S el mundo cambió es evidente. La globalización mostró su peor cara a quienes la defendían y alentaban, porque a quienes la sufrían (millones de personas hambrientas, sin hogar, víctimas de guerras y de la explotación inmisericorde de los recursos naturales) ya se la había mostrado hacía mucho tiempo. El miedo se instaló, la seguridad le fue ganando la batalla a la libertad y los mecanismos de control social se multiplicaron. Pero es que no solo está el 11S y la amenaza permanente del terrorismo, sino que luego llegó la llamada crisis que en realidad era una estafa, con la que comprobamos dolorosamente que era posible perderlo todo, lo material y lo inmaterial, como algunos derechos conseguidos muy duramente y que creíamos inamovibles en el ideal de la sociedad del bienestar que nunca fue.
Batman Begins, la película de Christopher Nolan que coloca al hombre murciélago de nuevo en el candelero, es de 2005, y la primera entrega de la interminable saga Marvel, Iron Man (Jon Favreau), es de 2008. Y a partir de ahí, el delirio, la hiperinflación superheroica. Que unos pocos años después del trauma colectivo del 11S y en plena y brutal crisis los superhéroes y las criaturas mutantes comenzaran a revivir en forma de blockbuster cinematográfico apabullante primero y luego en las series de televisión, no es ninguna casualidad. Responden primeramente al miedo y a la necesidad de defensa frente a un enemigo incontrolable y particularmente sibilino. Y por ello escenifican una y otra vez el apocalipsis, la destrucción total, el final del mundo tal como lo conocemos, presente de una forma y otra en prácticamente todas estas películas y series, bien por amenazas que vienen de fuera, bien porque la ciencia modifica lo humano más allá de los límites provocando el caos. Pero no agotan ahí su interpretación.
Uno de los temas centrales de este tipo de producciones es la complicada relación con “el otro” y la difícil gestión de la diferencia que sufrimos en las sociedades occidentales. No hay más que pensar en esos mutantes o metahumanos perseguidos y confinados o destruidos por las fuerzas del orden. En clara fricción con el discurso del miedo, vemos en estas ficciones la necesidad de crear un nuevo orden social que integre a todo tipo de individuos, por extraños que sean. En Agents of Shield o en la nueva serie The gifted se ve muy bien cómo conviven ambas cuestiones: el armarse para una guerra sibilina y constante al tiempo que hay que crear una sociedad en la que a) puedan convivir seres de todo tipo: humanos modificados genéticamente, alienígenas, mutantes o ciborgs, y b) se acepte que la condición humana y la identidad son cambiantes e inaprensibles.
Porque este es otro de los temas centrales, más desarrollado en las series que en los films, dado que estas tienen una dimensión más doméstica y cotidiana y su duración y su estructura en capítulos permite desarrollar este tipo de conflictos más cómodamente, integrando muchos personajes. No es un tema nuevo, por supuesto, este de la modificación de lo humano y la identidad. En nuestra cultura aparece reiteradamente, vinculado casi siempre a experimentos científicos de resultado incierto, como en Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley, o en la novela de Robert L. Stevenson, El extraño caso del doctor Jeckyll y Mister Hyde (1886), tan en el origen de lo que estamos hablando. Pero en el siglo XXI los avances científicos y los cauces que está abriendo la ciencia, a través de, por ejemplo, la cibernética o la manipulación genética, hacen mucho más palpable y verosímil la posibilidad de convertirnos en híbridos de humano y máquina o de transformar radicalmente no solo nuestra apariencia, sino también nuestra mente y nuestra percepción.
Heredando todos estos dilemas y poniéndolos al día, series como The Flash, Midnight Texas, The Defenders, Agents of Shield o The gifted acaban siendo una apología de la diferencia. En ellas cualquiera puede cambiar y adquirir poderes porque le afecte la radiactividad, porque sufra los efectos de la contaminación, porque sea objeto de manipulación genética o cibernética o cualquier otra acción que se les ocurra a los muy imaginativos guionistas, incluido el ‘porque sí’. Convertirse en mutante o ciborg está al alcance de cualquiera, metamorfosis que supone someterse tanto a la admiración como al rechazo social y a la necesidad de establecer nuevos parámetros de lo humano y, sobre todo, de redefinir qué es eso tan arduo de la identidad. En fin, eso que hacemos todos los días individual y colectivamente, sin tanto alboroto ni poderes y con mucho esfuerzo. Que ya lo explicó Kiko Veneno hace tiempo:
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame