La dimisión del vicepresidente segundo del Consell, Rubén Martínez Dalmau, y su sustitución por el hasta ahora director de la Inspección de Trabajo, Héctor Illueca, no ha sorprendido a nadie. Se trata de un movimiento lógico tras ganar el congreso de Podem PV la facción a la que pertenece Illueca y que encabeza Pilar Lima a los que hasta entonces mandaban, liderados por Naiara Davó. Se trata de una más de las interminables peleas intestinas a las que los partidos de izquierdas nos tienen acostumbrados.
Sin embargo, el verdadero problema de Podem PV no es que el movimiento no haya dejado indiferente a nadie, sino justo lo contrario: que suscita la indiferencia de todo el mundo. Como casi todo lo que hace Podemos últimamente, y en particular desde que está en sendos gobiernos, de la Generalitat Valenciana y de España. En sólo dos años, han quedado evidenciadas muchas cosas, la mayoría malas: que su papel en los gobiernos en los que participan es de mera muleta marginal del PSOE, sin capacidad para modificar la acción de gobierno en lo sustancial; que su capacidad de gestión es muy limitada, y a menudo consiste en repartirse puestos de responsabilidad entre los afines del partido (es decir, igual que hacen PP y PSOE, la Casta); y que el potencial emancipador y de ilusionar a la ciudadanía que les votó tiende a cero.
Al poco de comenzar la pandemia, se acuñó la frase "el Gobierno más social de la Historia" para referirse al Gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, liderado por Pedro Sánchez. Un año y medio después, el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, ya no está en dicho Gobierno y ha abandonado abruptamente la política. La frase sirve, fundamentalmente, para que los ciudadanos en principio afines al "Gobierno más social de la Historia" puedan chotearse amargamente del mismo y su incapacidad para enfrentarse a cosas como el imparable ascenso de los precios de la electricidad, que suben y suben mientras el Gobierno escenifica toda una declaración de impotencia diciendo que no puede hacer nada al respecto. En Unidas Podemos, mientras tanto, protestan, amagan con dejar el Gobierno, ... pero esa es una historia que ya hemos visto muchas veces: al final, nunca pasa nada. Las realizaciones de Unidas Podemos en el Gobierno, en fin, no son inexistentes (subida del salario mínimo; regulación de la publicidad de apuestas), pero sí claramente insuficientes.
Con todo, el argumento más sólido que tiene la izquierda para justificar su permanencia en el poder no tiene que ver con lo que están haciendo, sino con lo que harían PP y Vox si lograsen gobernar. Este argumento les dio la victoria en abril de 2019 a PSOE y Unidas Podemos, y les permitió gobernar tras la repetición electoral de noviembre (en la que, grosso modo, empataron con PP-Ciudadanos-Vox), merced al apoyo del "tercer sector" del Parlamento, los partidos regionalistas y nacionalistas, que abominan de la derecha española y ello les impele a acabar apoyando al PSOE, aunque sea sin demasiado entusiasmo.
Pero las matemáticas de la Antiespaña, que es y será numéricamente más representativa de España que la España eterna encarnada por PP y Vox, pueden sufrir una conmoción si Unidas Podemos continúa descendiendo en votos, tanto en la Comunitat Valenciana como en España.
En el primer caso, ya en abril de 2019 Unidas Podemos sufrió para lograr representación en Las Cortes, para lo cual precisa superar la barrera del 5% de los votos. Logró casi un 8%, pero lo hizo en un contexto que quizás ahora no se repita, de coincidencia de los comicios autonómicos con las elecciones generales (que generan arrastre de voto a Unidas Podemos y a todos los partidos de dimensión nacional), en donde este partido obtuvo un resultado que hoy se antoja inalcanzable: 42 escaños. Un mes después, en las elecciones municipales, Unidas Podemos no consiguió superar ese mismo listón en València ciudad y se quedó fuera del ayuntamiento. Hoy por hoy, es difícil saber si Unidas Podemos lograría superar el listón del 5%. Si no lo hiciera, pondría en serias dificultades al Botànic, que para revalidarse precisará del concurso de estos votos traducidos en escaños, a juzgar por el estrecho margen con el que obtuvo la victoria en 2019.
Por lo que se refiere a las elecciones generales, el problema es similar: si Unidas Podemos abandona definitivamente la horquilla del 10% - 15% de los votos, que alcanzó en las dos elecciones de 2019, la pérdida en escaños será mucho mayor que en votos. Baste revisar el ejemplo de noviembre de 2019, cuando Unidas Podemos obtuvo 35 escaños y el 12,84% de los votos. En esas mismas elecciones, Ciudadanos se quedó en 10 escaños con más o menos la mitad de los votos que logró Unidas Podemos: un 6,8%. Es decir, a Ciudadanos sus escaños le costaron casi el doble de votos que a Unidas Podemos. Por debajo del 10%, los partidos sufren muchísimo, porque sólo consiguen escaños en las circunscripciones más pobladas, que son pocas.
Las perspectivas de cara a las futuras elecciones no son buenas para la izquierda por un último factor: así como en el pasado la izquierda se presentó dividida en dos formaciones y la derecha en tres, ahora ocurrirá lo contrario, tras la más que previsible desaparición de Ciudadanos: los votos de la derecha se repartirán entre PP y Vox y los de la izquierda lo harán entre PSOE, Unidas Podemos y Más País. Si, además de esto, Unidas Podemos y Más País no logran rentabilizar sus votos en escaños, podemos encontrarnos ante una "tormenta perfecta" en el reparto de escaños que privilegie los resultados de PP y Vox y les acerque a la mayoría absoluta. Un escenario que es posible en el contexto español y hasta probable, teniendo en cuenta lo sucedido en 2019, en la Comunitat Valenciana.
Queda casi la mitad de la legislatura para las elecciones autonómicas, e incluso más para las generales. Un mundo por recorrer. El Gobierno puede enderezar el rumbo de las encuestas y, de hecho, ya hay algunos sondeos que le son más favorables. Pero es un camino que se le puede hacer extraordinariamente largo a Unidas Podemos, si continúan siendo incapaces de diferenciarse del PSOE, desgastándose desde el Gobierno y sin rentabilizar los (contados) éxitos. Tanto en Madrid como en València.