VALÈNCIA.-Los cuatro primeros años de Joan Ribó al frente del Ayuntamiento de València pueden resumirse en dos palabras (o en una compuesta, según cómo la escribamos): carril bici. Este aditamento a las arterias principales de la ciudad ha concentrado la mayoría de las críticas de la oposición, así como de sus adláteres mediáticos, de los socios de Compromís en el gobierno de La Nau y, en fin, de una difusa ‘sociedad civil’ valenciana que se concentraba y movía en torno al centro de València, sin que ello significara, necesariamente, que viviera allí (o en València).
En efecto, el rechazo al carril bici no bastó. Se trataba de la única aportación original de la oposición a lo largo de este mandato, puesto que el resto ya nos lo conocemos: el supuesto pancatalanismo del alcalde y sus acólitos, su falta de fervor por las procesiones o sus intentos de modificar el funcionamiento de las Fallas son asuntos que sin duda enervan a los votantes conservadores; pero a muy pocos votantes más. Y, más allá de esta cuestión, el carril bici no ha movilizado a una porción significativa del electorado.
De hacerlo, ni siquiera está claro en qué sentido se ha movilizado, dado que es más que evidente que una ciudad como València, llana, sin apenas lluvias, con un clima cálido y con una arteria verde que la atraviesa por el centro (el antiguo cauce del río Turia), parece diseñada para favorecer el transporte en bicicleta (y otros sucedáneos, como el patinete).
A finales de abril, en las elecciones autonómicas, el Botànic logró revalidar su mandato por muy poco. El incremento del PSPV fue menor de lo esperado y, a su vez, más pequeño que la suma del moderado descenso de Compromís y el hundimiento de Podem EUPV. Un mes después, en las municipales del 26 de mayo, el pacto de La Nau ha aguantado el tipo un poco mejor, pero el resultado se ha visto deslucido por una caída de Unidas Podemos más pronunciada que en las elecciones autonómicas, que ha dejado a este espacio y a sus votantes fuera del ayuntamiento.
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