10º ANIVERSARIO DEL CIM

El cine "de merda" tiene su festival y está en Sueca

El slasher de serie B, los monstruos y las risas regresan con el décimo aniversario del festival

12/08/2023 - 

VALÈNCIA. Actores disfrazados de monstruos con mallas, la inexistencia del racord o la dirección de fotografía, un guion con diálogos interminables sin ritmo ni sentido, actuaciones impostadas que rayan dos puntos por debajo del amateurismo, histrionismo, ciencia ficción de pandereta… La serie B es un género cincelado por maestros como Roger Corman o Jess Franco, y desde hace muchos años un subgénero con sus propios códigos; que no pierde fuelle, que alimenta la constante de cuánto más cutre, mal hecho y casposo, mejor, más disfrutable. La serie B tiene algo hipnótico para muchos, entre los que me hallo. El Festival CIM, Cine Internacional de Merda de Sueca, es un expositor de toda esta jungla de personajes bizarros, estética kitsch y presupuestos exiguos o nulos. 

Festivales como el CIM ponen de manifiesto que la serie B tiene adeptos, y que la experiencia de disfrutar de un filme de estas calamitosas características ha de verse en pantalla grande, rodeado de otros como tú que entran en el juego que plantean esas películas y el propio festival. Un ecosistema propio que redefine conceptos a priori negativos, como cine de mierda, dándole una nueva dimensión como cine de culto, admirable por sus defectos, por sus imperfecciones e intenciones, y por el rato tan bueno que nos hacen pasar. 

El CIM  se celebrará este año su décima edición, aunque con doce años de vida, del 21 al 24 de septiembre en el Teatro Bernat i Baldoví con la participación de 10 largos, ocho a competición más la cinta Mad Heidi (Johannes Hartmann, 2022) y una sorpresa (que no me desvelan) aparte de 70 cortos. Aunque han recibido más de 3000 trabajos. Hablamos con uno de los organizadores, Eugeni Alcañiz en una de las conversaciones más divertidas e hilarantes que he mantenido sobre cine. Los otros dos organizadores del festival son Pura Matoses y Josep Lledó

Lo primero que llama la atención, y por lo que mucha gente girará la mirada hacia el CIM es el nombre del festival. La inclusión de la palabra mierda en el nombre impacta y sorprende; sin embargo tras el escatológico nombre hay una historia. “En esa zona decimos: en Sueca la merda és seca, igual que para otros pueblos utilizamos otras rimas”, comenta. “Al principio al ayuntamiento no le hacía nada de gracia que se asociara el nombre de merda con Sueca y nos dijeron que lo cambiáramos y tal, pero a la larga nos dimos cuenta que el nombre funcionaba muy bien”.

Eugeni aclara las intenciones que tenían con el nombre, la resignificación del uso peyorativo de la palabra merda para apropiársela y darle la vuelta. “Lo que intentábamos con merda es que una palabra despectiva como es merda para referirse a los cortos o a las películas malas, nosotros la queríamos poner en valor, queríamos que la gente dijera; sí es merda, la hago con pocos medios pero tengo mucho talento o tengo muchas ganas de hacer algo, y es que decir merda no sea despectivo. Conseguir que decir merda sea que es una película divertida, que lo voy a pasar muy bien viéndola, a lo mejor en casa no, pero con los colega está película la voy a disfrutar y la voy a recordar”, concluye.

El festival, que siempre es una fiesta del humor y la chanza, tuvo unos inicios humildes, pero en esos momentos ya apuntaban a ser algo más. En ser una entidad con vida propia y libre. “La primera edición fue en el claustro de la casa de Joan Fuster durante el festival de MIM, tuvimos bastante público porque había mucha gente del MIM que venía a ver qué era eso del CIM, por eso también se llama CIM, porque es un poco una burla del festival del MIM”, explica Alcañiz. El palabro merda tenía que estar en el nombre del festival, no solo por el concepto que el significante que añadía, sino también por separarse del resto de festivales con nombres más ortodoxos e indistinguibles. 

“Buscábamos una forma de ponerle merda y le pusimos Cinema Internacional de merda a la marca. El primer años fue así: mesas de plástico, proyector encima de la mesa y poníamos cortos”. Para la segunda edición estaba claro que aquello, por muy merda que ponga en su nombre, tenía que disfrutarse en una sala de cine, que eso engrandecería la experiencia colectiva de su visionado. Un ritual cinéfago de culto al cine de serie B más ortopédica. 

“El segundo año ya pedimos el Teatro Bernat i Baldoví porque queríamos hacerlo en un cine, durante el MIM no podían y nos dieron la semana siguiente, porque era la única semana del año que el técnico estaba de vacaciones y el cine estaba vacío”, apunta. Y dieron un paso  más, del cortometraje al largo. “Ese segundo año ya comenzamos a poner películas, creo que ya teníamos premios. Los dos o tres primeros años teníamos jurado, en un momento dado preferimos no tener jurado”, remata.

Como buen festival también cuenta con premios con cuantía económica; no obstante, estamos hablando de un evento diferente, tangente al circuito normativo, travieso. Alejados a conciencia del festival promedio, ellos también entregan premios a los perdedores, a los colistas. “Tenemos el premio del público, les damos unas tarjetitas y votan del 1 al 5 y con eso hacemos una media, porque a lo mejor una película la ven 70 personas pero la otra la ven 150, con eso hacemos una media y la película que más nota saca es la ganadora del festival; pero el que saca menos nota también tiene premio”, afirma divertido. 

Aquí lo importante es epatar al público, ya sea como digno ganador o como sufridor perdedor, lo esencial es dejar huella en la memoria de la gente. Un público que en la edición siguiente recuerde aquel zombie que en cada escena llevaba una camiseta diferente, aquel subtítulo donde el protagonista decía alguna barbaridad sin sentido o aquella sangre que parecía zumo de tomate. “Tenemos premio al que gana el festival pero también al perdedor, el premio Morralla. Es el premio que le damos al último, normalmente suele ganar ralladas de personas que hacen un corto, una rallada muy grande que no se entiende y como la gente no se ríe…”, comenta.

Los que solemos ir a festivales, yo tuve la suerte de ir al CIM en dos ocasiones, y en una presenté el corto de un amigo, sabemos que de una edición a otra recuerdas algunos cortos, algunas películas, el ambiente... “La película que más impacto ha tenido ha sido Hardway (Daniel Vogelmann, 2017) que es un mediometraje que también estuvo en La Cabina, es un musical de acción, es una película de acción. Nosotros lo subtitulamos en suecà y eso la gente se flipó mucho. Esa triunfó mucho, la hemos puesto muchos años, cuando había un hueco la gente decía: ¡poned Hardway! Y Luego A la Recherse de l´Ultra-sex (Nicolas Charlet y Bruno Lavaine, 2015) que es una película francesa hecha a base de películas porno y eróticas de los años 60, 70 y 80. No se ven escenas porno, solo trocitos, pero ellos se inventaron una trama y está doblada, y nosotros la subtitulamos inventándonos una trama, siguiéndola un poco nos inventamos la trama”, comenta entre risas.

Ya lo decía Eugeni, lo mejor casi siempre está en el patio de butacas, sin embargo en la pantalla pueden estar sucediendo cosas que solo en el CIM podrás encontrar: subtítulos en suecà, cortos y largos comentados por los organizadores entre risas y coñas, tramas adaptadas o directamente inventadas por ellos. Un sinfín de opciones que aportan una lluvia de risas y expectación anual al pensar ¿qué habrán hecho éste año? “Todos los años intentamos que haya una o dos películas subtituladas en suecà, no solo que haya localismo, que también. Ahora mismo estaba subtitulando un corto alemán y estaba ahí a ver qué películas ponía. En vez de poner: Oh my God, pones, Ai la mare de Sales! Y comienzas a decir cosas de estas”.

El leitmotiv es la risa, la burla, que la experiencia sea colectiva, grupal, que sea inigualable a nada. El cine como reunión social e irreverente. Si han ido a una proyección del filme The Rocky Horror Show (Jim Sharman, 1978) podrán hacerse una idea de lo que se vive en el CIM. “El año pasado teníamos una película hecha en Trinidad y Tobago y yo no entendía nada, nos pasaron uno subtítulos hechos por el Youtube y entendía menos que yo (risas), así que me inventé la trama porque no entendía nada”, señala.

Esa primera vez es única, porque no es como ir a otros festivales, no es para estar callado, para atender a la trama con los cinco sentidos. El CIM es otra cosa. “Entrar al CIM por primera vez es una experiencia, la gente no sabe a lo que va, normalmente la gente cuando invita a alguien al CIM le dices: ven a ver, y te dice, pero ¿cómo voy a ir yo a un festival de cine de mierda?, le dices, ven y lo ves. Normalmente cuando viene alguien nuevo, porque yo sé la gente que viene, porque no somos tantos, siempre somos los mismos, siempre les pregunto cómo han conocido el festival, y cuando salen les pregunto qué les ha parecido y me dicen, lo mejor, es una experiencia que no esperaba yo vivir. Esperaban reírse pero no encanarse de risa, allí te encanas de risa pero no por lo que está pasando en la pantalla, sino lo que pasa al otro lado, lo de la pantalla es una excusa”, resume. 

Este año celebran su décima edición, aunque tenemos que recordemos que en 2020 no pudieron realizar el evento por la pandemia y en 2021 optaron por una retrospectiva. Y ya el año pasado volvieron a la trinchera a defender la serie B como parte de la cultura popular. Llevan 12 años en pie.

En este punto de la charla es el momento para sacar alguna anécdota, me cuenta varias, la del director coreano que asistió al festival y el público gritando: Kim Jong-un, Kim Jong-dos… es una locura, pero tienen muchas más. “El año pasado pusimos El Hormigón, una película mexicana tremenda”, dice. “Imagínate una escena en la cual el protagonista iba por una calle paseando, iba hasta el final y volvía, pues había una Dolly (ndr: una cámara que está en un travelling), y la cámara iba siguiéndolo lateralmente, qué pasaba, que los coches que estaban aparcados se reflejaba la dolly cuando pasaba; entonces la gente comenzaba ehhh y cuando salía la dolly hacían ahhh… pues toda la sala interactuando con la película. Cada vez que venía un coche la gente: viene, viene y veías al director apoyado en la dolly, era lo mejor. Esas películas cuando la ves sabes que va directa al festival”.

El festival aboga por un tipo de producción que está fuera de los circuitos convencionales, que son amateurs, que están fuera de la distribución habitual. Cine que se quedaría en un canal perdido de Youtube apenas sin visitas. El CIM ofrece la posibilidad de exhibición a un público que sabe lo que va a ver. En esta edición contarán con la proyección del filme Mad Heidi, que tuvo recorrido por salas convencionales y está disponible en una plataforma. También hay cine de calidad en el CIM dentro de los márgenes de la serie B.  “Es también un homenaje a la gente del CIM, porque la gente también quiere ver cosas buenas”. 

“Intentamos siempre en las secciones de fuera de concurso que haya una película que sea entretenida por sí misma, que no sea entretenida porque nosotros le ponemos subtítulos o la comentemos, sino porque la propia película lo sea”.

El cartel de esta décima edición lo ha diseñado Emilio Roselló. “Es de un autor de Sueca”, apunta. Le manifiesto que me ha encantado, que es el mejor que he visto en mucho tiempo, y le pregunto si la organización aporta ideas para su diseño. “Normalmente no decíamos nada, queríamos que cada año fuera un subgénero dentro del CIM, el Slasher o el Zombies o de Monstruos, que fuera algo típico de la serie B. Le dijimos que este año, como teníamos mucho slasher en la programación, sobre todo el largometrajes, de zombies ya no hay, no envían nada, pero el slasher, sí. El cartel es una mezcla como de Vegeta y animación, tiene algo más western, por el vestuario. Una mezcla chula”, señala.