Carlos Santos y Miguel Ángel Muñoz mantienen el espíritu de un 'crack' mucho más pausado
VALÈNCIA. José Luis Garci dijo en 2013 que no volvería a rodar una película, que se había cansado de ir pidiendo dinero y vendiendo derechos de emisión en televisiones. Se lo dijo a Ángeles González-Sinde en una entrevista en Jot Down. En la misma, describía la primera escena de la que podría haber sido El crack 3 si Alfredo Landa no hubiese enfermado: “como no la voy a hacer se puede contar”. En efecto, la tercera entrega no se realizó, pero esta semana se estrena en cines de toda España una precuela El crack cero, que se presentó hace unos días en Kinepolis Paterna, en Los preestrenos del Festival de Cine Antonio Ferrandis. La primera escena es prácticamente la misma que le describió a González-Sinde.
El film de Garci resucita al mítico Germán Areta, que como todas aquellas películas de la época de sus precuelas, involuntariamente o no, representaban una idea de una España de salida y otra de entrada. El personaje construido por el director madrileño, el más mítico de Landa, era un realidad la constatación de que no todo era eso, de que el pasado, que en una sociedad encumbraba el Carpe diem, los tormentos y la método Clint Eastwood para entender la vida se podían enfrentar al mundo de entonces. La cara y cruz del cine de La Movida.
Este El crack cero desubica la trama de la Transición para no darle ningún tipo de sentido político. Garci ha devuelto a Areta por el cine, no por una causa. Y Carlos Santos responde a la perfección. La precuela, con un presupuesto modesto, se ha abstenido de grabar exteriores; y con ello, la trama se centra únicamente en el diálogo puro y duro. Pero es la pureza del imaginario del realizador tan lúcida la que le sirve para mantener la idea y fuerza del personaje original, cuando los coches ardían y las armas se disparaban más. Miguel Ángel Muñoz completa, también con mucha solidez, el reparto protagonista de la cinta, con un Moro que acaba siendo el único toque simpático en el retrato en blanco y negro del pasado de los protagonistas.
En ella, una mujer le pide a Germán Areta que indague en un caso que se ha archivado como suicidio pero del que ella tiene certeza que su causa real es un asesinato. El detective se ve envuelto en una investigación en la que casi nada se da por supuesto. Mientras, alguna trama secundaria permiten que el héroe de la saga muestre la patita de aquello que le explica como personaje en las otras dos películas. En este sentido, Garci se encarga de proporcionarle tormentos y fragilidad suficientes a Areta para que su personaje explique su futuro por aquello que le sucede en la vida.
Con todo esto, el realizador madrileño opta por radicalizar aún más su cine, en una propuesta que mantiene el espíritu pero no el tono, ni el ritmo, ni la manera de resolverse como film. En una época en la que este arte se encuentra en mutación, cada trabajo de Garci, cada decisión cinematográfica, significa una reivindicación del cine tal y como lo conciben Clint Eastwood y él. Antiguo, rudo, eminentemente hipermasculinizado, áspero; pero a la vez, tan inteligente.
"Nosotros, que venimos de trabajar sobre todo para televisión, con tantos y tantos planos, nos pusimos a trabajar delante de la cámara y que simplemente nos decía "actúa" a ver qué hacíamos. Ha sido un regalo", relata Carlos Santos, encargado de volver a dar vida al detective Areta. Por su parte, Miguel Ángel Muñoz, confiesa que le han entrado ganas de "revisar todo el cine clásico de los 40".
Decir que este trabajo "ha sido un regalo" es el lema repetido por los dos protagonistas a lo largo de los minutos que dura la entrevista con este diario. Santos y Muñoz se han zambullido en la cosmovisión cinematográfica de Garci y la han hecho suya. Ellos mismos la cuentan: "hemos construido nuestro personaje con total libertad y confianza con nosotros, desde la primera claqueta ya no quedaba nada más que hacer, solo pasarlo bien durante el rodaje", cuenta Muñoz. "Nosotros, de alguna manera, también le hemos hecho un regalo: ha vuelto a disfrutar porque ha confiado en sus actores en vez de ponerse la responsabilidad de continuar El crack. Ha sido libre y ha conseguido hacer una película de género, de cine negro, y lo ha hecho en blanco y negro, y además a la gente le está gustando", añade Carlos Santos.