VALÈNCIA. Me sorprendo lanzándoles piropos a Victoria Arnau y a otras jóvenes reporteras de los informativos de la cadena triste. Son rubias, como las chicas del PP. Me alegran el día. Toda una vida entregado a las morenas y ahora me paso al bando de las rubias.
Por fin recojo del buzón las dos mascarillas que me ha regalado el Ayuntamiento. ¿O serán bozales?
Me llama Imanol. Siempre es una alegría saber de él. Lee este diario, lo cual es de agradecer. Tiene suerte porque le han cortado el pelo. Al barbero le ha preguntado por la situación y el hombre ha evitado pronunciarse. La mayoría tiene miedo a decir lo que piensa. Coincidimos en que esta crisis ha revelado la naturaleza bovina del pueblo español. Nos comportamos como súbditos y no como ciudadanos. Le recomiendo que lea a Iñaki Uriarte, vasco como él. Me toma la palabra.
Es día de recibir llamadas de viejos amigos. Así me siento menos solo. Hacía tiempo que no sabía nada de Pedro. Nos conocimos en la Redacción de ABC cuando su director era Luis María Anson. Él se hizo funcionario de prisiones y yo me dediqué al periodismo. Durante la pandemia, un día a la semana va a la cárcel y el resto se dedica al “fraude” del teletrabajo. Nunca mejor dicho lo de “fraude”. Su mujer no se ha atrevido a pisar las calles de Madrid desde hace dos meses y medio. Vive aterrorizada entre geles hidroalcohólicos y máquinas de ozono, me confiesa. Mi amigo exagera.
Se me ha acabado la crema anti-edad de L’Oréal. Druni debe de seguir cerrado, aunque no estoy seguro de ello. ¡Qué contrariedad la mía! Ahora comprendo a los existencialistas como Sartre. La vida es una pasión inútil.
Mi madre se ha cansado de llamar a la peluquería. Como no le cogen el teléfono desde lunes, se ha teñido en casa. Está agotada por el esfuerzo. Además le duele el ojo derecho, que no lo puede abrir. Está en lista de espera para ser operada, pero ni ella ni yo sabemos cuándo será. Si tuviera algún médico o enfermera entre mis amigos…
Hablamos casi siempre de lo mismo, de mi padre, de mi sobrino Arturo, de lo larga que se está haciendo esta experiencia dañina y de lo mal que lo hace el Gobierno. La noto triste; yo también lo estoy. Siento como si viviéramos encerrados en una ratonera, incapaces de encontrar la salida. El miedo inoculado a la población está rindiendo excelentes resultados. Nadie se mueve, nadie protesta. A medida que los días transcurren, la paciencia y la entereza se me agotan.
La cuarta prórroga del estado de excepción significa que los chicos del ministro grande y marlaska seguirán teniendo carta blanca para identificar, sancionar y detener a todo aquel que se atreva a desobedecer las reglas de la nueva dictadura, con el pretexto de que así se salvarán vidas.
Sin embargo, el principal objetivo del estado de excepción no es preservar la salud pública, una tarea en la que el Gobierno ha fracasado con estrépito, sino evitar cualquier conato de insurrección popular, por insospechado que parezca.
Más les valdría a los de la porra poner coto a los robos en la huerta valenciana, en lugar de multar a pobres diablos porque no aguantan más en sus casas.
Hay calor para repartir, pero estamos igual de congelados de miedo que la vicepresidenta Calvo, tapada hasta el cuello con una manta zamorana en el Congreso. Le iba la vida en acudir a la manifestación feminista. Ella lo ha podido contar; otros muchos, no. Están definitivamente muertos.
A pesar de todo me agarro a la esperanza de los hombres de negro. Mi esperanza, como la de cualquier ciudadano de bien, es que seis hombres de negro, alemanes y holandeses, metan al maniquí y al capo comunista en un cuarto oscuro, y hagan lo que sólo los hombres de verdad saben hacer en un cuarto oscuro. Yo me entiendo.
La desescalada en la Comunitat Valenciana dará inicio el 1 de marzo