El amuse-bouche de este restorán es vino. El entrante estrella es vino. El mejor plato fuerte es vino. Y su postre más delicado, vino también.
Hay días en los que el vino es alimento. Elixir esencial reconstituyente. Un consomé de dioses. La ambrosía definitiva.
Al primer trago desciende por la garganta un abrazo cálido, y sube a la cabeza ese meninfotisme tan nuestro y en ciertos casos, tan necesario. Hoy no toca cerveza.
Era uno de esos días en los que la directriz para elegir la cena es lo que se va a beber. Y que lo sólido baile alrededor de caldos y añadas. Por eso, nuestro restorán de la semana es una pequeña vinoteca del barrio del Botànic llamada El Cubo de Baco, en ella Vicente y Lili han consolidado un acogedor espacio -y mira que es difícil, que esta tipología de negocio es muy dada a la luz de quirófano para examinar la etiqueta y un sonido ambiental de monasterio de la Inquisición- con casi una decena cambiante de caldos por copa y «más menos 130 referencias entre blancos, tintos, rosados, cavas, mistelas… a veces más».
El Cubo de Baco no es la primera ubicación de Vicente y Lili, antes regentaron un pequeño local en la misma calle, en el que el volumen de actividades de cata y cursos entraba en conflicto con la clientela que sólo quería una copa en la mano y un plato con queso y pan del horno del barrio al alcance de la ídem -pan del Horno de San José, true love-. A finales del 2017, se mudaron al número 56 de la calle Turia, allí, más que dar lecciones enólogas desde la superioridad, Lili te cuenta dulcemente cómo funciona el negocio: «Esto consiste en probar muchísimos vinos, y no sólo los que descubrimos por nosotros mismos o los distribuidores. Escuchamos las recomendaciones de nuestros clientes, cuando se van de viaje y prueban un vino que les gusta nos mandan fotos, nos traen botellas… y así, siempre estamos rotando», y Vicente narra anécdotas de visitas a la bodega mientras llena la mesa de copas, embutidos, conservas y tapas sencillas, porque aquí se comen cosas como la ‘verbena de ahumados’, una fiesta de salmón, bacalao and co. sobre un lecho de tomate rallado con aceite de oliva; xoubas en escabeche; secreto con patatas asadas; ibéricos y la mejor amiga del vermut, la playa de mejillones.
Dos razones más para visitarlos: «Tratamos de que cada mes al menos haya dos referencias nuevas. Ah, y apostamos fuerte por los rosados, somos unos de los pocos establecimientos que trabajan en profundidad con rosados. La gente tiene aún la percepciones erróneas de que es como el clarete y no, para nada».