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LA HISTORIA QUE ARRASÓ EN LOS PREMIOS DEL AUDIOVISUAL VALENCIANO 

‘El desentierro’: una película desde València para el mundo

Se ha estrenado en toda España con 94 copias una película que traslada notablemente la idiosincrasia de la ciudad

20/11/2018 - 

VALÈNCIA. En los últimos días, los profesionales del audiovisual valencianos han vivido con entusiasmo el estreno de El Desentierro, la ópera prima de Nacho Ruipérez que se estrenó el pasado viernes en toda España con 94 copias, convirtiéndose así en uno de los estrenos más destacados de la semana. La película es una coproducción con Argentina y cuenta con la participación -entre otros- de Televisión Española, todo un terremoto para el sector local, acostumbrado a un cine mucho más modesto. Este contraste quedó retratado en la primera gala de los Premios del Audiovisual Valenciano, celebrada en Alicante también el pasado viernes, y en el que el film arrasó consiguiendo seis galardones de los diez a los que optaba.

Más allá de lo colateral, la película ha sido recibida por la crítica nacional de forma dispar, destacando la valentía de Ruipérez cámara en mano, la factura cinematográfica y algunas interpretaciones, pero con ciertos reparos con una narrativa en la que los flashbacks tienen un peso excesivo (la historia se desarrolla en la década de los 90 y en la actualidad). 

Sin embargo, El Desentierro cuenta con un valor difícilmente apreciable más allá de las fronteras autonómicas: la capacidad de capturar la idiosincrasia de un territorio como es la ciudad de València. Los personajes, los lugares y los diálogos reflejan un compromiso por no rodar en un espacio tan emblemático como la Albufera únicamente por la estética, sino saber trasladar de una manera natural las faunas y la flora de un territorio con una cultura y una lengua propia. En este sentido, la decisión más evidente que se hace en favor de esto es la inclusión de personajes que hablan valenciano, conviviendo armónicamente con el inglés y el castellano (este último se combina con el idioma local incluso en un mismo diálogo). El imaginario valenciano también está presente cuando los personajes han de acudir a un club deportivo a buscar a un personaje que está jugando a pilota con unos amigos.

En el apartado cultural, también destaca la importancia de la banda sonora, que existe en un primer plano con las canciones originales de Arnau Bataller, y en un segundo plano con la historia desarrollándose en la época de la Ruta del Bakalao. Por lo que respecta a ese primer plano, el autor también de canciones para [REC] 4 , Un Día Perfecto o las series Polseres Vermelles o Sé quién eres, ha conseguido con la música reproducir el género de la electrónica del bakalao sonando actual y añejo a la vez. En lo que a canciones no originales, no se han cortado en contar con los referentes pop de la década de los 90: Bruno Lomas y La Macarena. Y más allá de la música, el personaje interpretado por Raúl Prieto es un chico que aún vive metido de lleno en la Ruta: en su casa las paredes tienen pegatinas de Spook, y varias veces se hace referencia a un programa de radio en el que se pinchaban música como tanto hacían los melómanos, copando las noches de la radio local nocturna en aquella época.

La corrupción y la familia, a la valenciana

Cultura aparte, El Desentierro también consigue ser fiel a su origen cuando decide retratar un tema como la corrupción, cuya transformación en tópico valenciano resulta molesta pero ciertamente es legítima. En la rueda de prensa de presentación de la película, Nacho Ruipérez explicaba que “es un tema que está aquí, y que los artistas tienen que tratar y contar desde perspectivas diferentes y entender que es algo que ha estado presente en el territorio”. Ya lo hizo en 2016 Cien años de perdón con el atraco a un banco en el que se encontraba material sensible para el partido que estaba en el gobierno, y también lo hará el año que viene El secreto del pantano, que se ha estado rodando en València estas semanas. 

En el caso de este film, resulta muy interesante que la corrupción se trate lejos de los despachos de los políticos, y toma un sentido mucho más familiar: un hermano quiere que el otro venda su parte de la propiedad para recalificar unos terrenos de los que el conseller y el empresario se llevarán una mordida. Esa trama se trata en un club de alterne, en una discoteca, o en el salón de la casa familiar. La mujer del conseller corrupto conoce la trama pero la defiende mirando hacia otro lado.

Ese ámbito familiar es el que en realidad guía toda la película: “para mí, la pelicula siempre se ha tratado en realidad de la relación de amor entre dos primos”, decía Ruipérez sobre su guion. Y es verdad que en todo momento existe una tensión en los diferentes núcleos familiares de la historia: el de un hijo buscando la verdad sobre su padre, el de otro que no siente remordimiento por todo lo que ha hecho su familia, el de un hermano que tiene que vivir con la culpa de sentir más codicia que compasión. 

Y por supuesto, la Albufera. Sus casas, caminos y carreteras se revalorizan en una cinta que estéticamente se ha comparado a La Isla Mínima o a la serie Fariña. La historia no se sirve solo de las imágenes de postal, sino que juegan con el espacio casi en todo momento, convirtiéndolo en el vehículo de la trama. De hecho, una de las mayores complicaciones durante el rodaje fue condicionar el rodaje a sus colores: la trama de la actualidad se rodó en un septiembre luminoso de campos anaranjados, y la de los 90 en un noviembre sombrío de tierras anegadas. 

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