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La encrucijada / OPINIÓN

El despido de 11.000 trabajadores de banca

25/05/2021 - 

La banca ha levantado, de nuevo, la guillotina del empleo. Se habla de 11.000 trabajadores afectados por futuros ERE y de otros 6.000 que podrían seguirles. Los argumentos escuchados para justificar este objetivo aluden a razones económicas e, incluso, a la seguridad del empleo que reste cuando se marchen los marcados por el paro o la jubilación anticipada. De aquéllas se hablará más adelante, pero lo que importa discutir, en primer lugar, es si existen otro tipo de bases que sostengan este tipo de traumas. 

Quizás porque habitamos la Comunitat Valenciana, tenemos la posibilidad de observar a fundaciones que, como ETNOR, nos recuerdan que la ética no se ausenta de las organizaciones empresariales ni de cualquiera otra. Quizás, porque disponemos de importantes empresas valencianas que nos han acostumbrado a situar en la cima al cliente, a continuación a los trabajadores, tras estos a los proveedores y, como último beneficiario de la firma a sus accionistas, hallamos modelos alternativos con los que contrastar aquellos que singularizan en el capital y los beneficios la finalidad de la empresa. Algo similar ocurre si seguimos diversos foros internacionales y domésticos que se están preguntando por el futuro de la economía de mercado, aportando una visión parecida a la mencionada: la empresa como neurona atenta a sus sinapsis con aquellas otras que asumen el rol de stakeholders. Incluso, no resulta exótico encontrar ágoras de discusión en los que importantes ejecutivos bancarios han ido más allá al abordar la presencia de sus empresas en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados por Naciones Unidas para 2030, mostrando su preocupación por la creación de métricas que permitan incorporar sus logros en este ámbito a los balances de la firma.

La aceptación social y ética de los argumentos esgrimidos por la banca, a favor de sus ERE, se diluye aún más cuando observamos que, en el mapa genético de alguna de las entidades que con mayor ímpetu se dispone a aplicar el hacha sobre el empleo, se encuentran genes procedentes de la amplia ayuda pública concedida para evitar el hundimiento de ciertas marcas financieras, entre ellas algunas bien conocidas en la Comunitat Valenciana. Un proceso de socialización de las pérdidas bancarias que ha sido y es muy costoso para el contribuyente porque incluye los fondos que se usaron para reflotar las entidades y el ininterrumpido flujo de pérdidas en el que ha incurrido el SAREB, -el banco malo, además de ser un mal banco-, entre otros ítems. Aislarse de ese sacrificio colectivo, y poner ahora en la picota a miles de empleos, afecta al prestigio individual de la entidad que lo practica y salpica la reputación del sector. 

¿Se resienten las percepciones anteriores ante los diversos motivos económicos esgrimidos en defensa de la anunciada reducción de empleo? Podemos comenzar por la caída de los márgenes de intermediación impulsada, en particular, por la presencia de tipos de interés muy bajos. Siendo así, cabe recordar que parte de su permanencia actual se encuentra en la reacción de los bancos centrales que, a consecuencia de la pandemia, han inyectado liquidez y han adquirido deuda pública de los gobiernos para que estos pudieran acometer, a bajo coste, amplios programas de gasto dirigido a sostener la demanda de las familias y el funcionamiento de las empresas. De hecho, el Banco de España ha reclamado que los programas de gasto del gobierno se mantuvieran en la mayor medida para limitar la caída de la producción y el empleo y, en última instancia, poner a resguardo la propia solvencia de los bancos.

A lo anterior se añade que empresas y familias están solicitando menos préstamos y, por lo tanto, generando menor negocio bancario; pero, tanto en este caso como en el anterior, lo que no puede ignorarse es que las entidades financieras han reaccionado intensificando otras fuentes de ingresos. Las nuevas políticas de cobro de comisiones forman parte de esa reacción que, en algunos casos, llega a ser exagerada. Un cliente con en torno a mil euros de saldo medio, puede que tenga que pagar 15 euros mensuales por el simple mantenimiento de su cuenta corriente. El equivalente a más del 3,3% de su prestación mensual para los perceptores del Ingreso Mínimo Vital. 

Igualmente se argumenta, en defensa de los ERE, que la rentabilidad bancaria se encuentra negativamente afectada por el coste de la carga regulatoria que soportan las entidades; la discusión sería más completa si se recordara que esa carga no ha surgido por maldad del regulador; es, en parte, la respuesta a lo que sucedió a partir de 2008: a las imprudencias, afanes ilícitos e insuficiencia reguladora de una época que aún nos pesa. De aquellos barros, estos lodos. Unos lodos que, de otra parte, y dando por sentado que existe un trato neutral para todas las entidades financieras, no parece que ejerzan un peso más acusado sobre las que proponen los ERE.

Se afirma, de igual modo, que el número de sucursales es excesivo y se aportan las ratios de oficinas por población, comparándolas con las de otros países. Por ejemplo, España y Francia, frente a los Países Bajos. Aceptemos que estamos entre las geografías con mayor número de sucursales. Lo que debería venir a continuación, para contrastar el argumento, es la densidad y distribución territorial de la población en cada país. ¿No será que aquí existen más sucursales porque España tiene 8.116 municipios, -el mayor número de Europa tras Francia y Alemania-, mientras que los Países Bajos sólo cuentan con 418? ¿No será que en la antigua Holanda el tamaño medio del municipio es de 39.740 personas, mientras que en España no llega a los 6.000? Hubiera resultado más coherente, en este punto, ceñirse a la nueva Caixabank, delimitando el alcance de la duplicidad aportada por sus actuales redes de oficinas, ya que sólo en una porción de las anteriores, -no necesariamente en todas-, podrá justificarse una clara presencia de sobrecapacidad.

De otro lado, es cierto que, gracias a Internet, parte de la operativa bancaria se ha desplazado hacia el cliente, progresivamente transformado en gestor directo de tareas que, con anterioridad, realizaban los trabajadores de la banca. Un hecho que, utilizado ahora para apoyar la reducción de plantillas, sortea que los inductores de este proceso no han sido únicamente la pandemia o la digitalización del cliente. Cabría recordar diversas barreras que se han alzado para minimizar la carga de trabajo de las oficinas bancarias: por ejemplo, retirando las cantidades inferiores a cierta cifra del pago en caja, -adiós a los jubilados-, o la reducción de los horarios de caja hasta hacerlos desaparecer, salvo en sucursales muy concretas; la introducción, para cualquier otro trámite, de la solicitud de cita horaria; la obligación, para el cliente, de asumir el coste de su tiempo y medio de transporte en los municipios donde han desaparecido las sucursales y se precisa viajar a donde se encuentre la más próxima. Un proceso que, conjuntamente, ha abierto nuevas vías de agua a la exclusión financiera, ya sea territorial o digital. Un proceso que, tras alejar a los clientes de las sucursales, se emplea para justificar ahora que continúe la reducción de éstas y, con ella, la de la plantilla bancaria.

Finalmente, sería de agradecer que los bancos no se apuntasen a la fácil moda española de despedir y luego ya veremos. Menos aún, empleando términos temerarios para referirse a los trabajadores, presuntamente excedentarios, como “grasa sobrante”. O ese punto de altivez y displicencia detectado cuando se lee que la mayor parte de los llamados a los ERE son “comerciales” y, por tanto, empleados de muy dudosa posibilidad de puesta al día. Estas afirmaciones resultan insultantes. De hecho, ni siquiera se justifican: se da por sentado que gente con experiencia, que se ha dejado las suelas de los zapatos captando clientes, creando lazos de confianza, trabajando horas extra sin cobrarlas y asumiendo sucesivas olas tecnológicas, son incapaces ahora de realizar un esfuerzo suplementario para seguir los objetivos de sus nuevos o viejos jefes. 

No, no resulta suficiente añadir que vendrán nuevas contrataciones de jóvenes con densas formaciones y altos salarios. Bienvenidos sean si así sucediera pero, antes de ello, es el lápiz fino, en lugar de la brocha gorda, el que debería usarse para conocer y aprovechar los valores existentes en la organización bancaria. En 11.000 mentes hay inteligencia, además de experiencia y otras capacidades. Es ese estilo de liderazgo, anti-inercial y alejado de lo grosero e inmediato, lo que justifica (y no al revés) los altos sueldos de los directivos bancarios. 

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