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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

El día en que la policía quede obsoleta

23/11/2017 - 

Este artículo no expresa un deseo. Tampoco es una apología a la Big Society de David Cameron para legitimar decisiones que disminuyan radicalmente la influencia de las políticas públicas en el mundo que habitamos. 

Aún así, es pertinente recordar que la madurez democrática, el progreso tecnológico o los cambios de hábito han convertido en obsoletos algunos servicios y profesiones públicas a lo largo de la historia. Recordamos con nostalgia la figura del sereno, con cierta indiferencia a la del conductor de diligencias. Felizmente ya no hay ofertas de empleo de verdugo. 

No pretende comparar directamente ninguno de los anteriores servicios públicos con el de policía. La policía es uno de los cuerpos encargado de mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos mediante el monopolio de la fuerza, y se encuentra sometida a las órdenes del Estado. La seguridad y el orden como un elemento estructurante de un Estado definido esencialmente, como leí escribir a Roger Senserrich hace años—citando a Ezra Klein—, como una compañía de seguros con armas. 

La policía, u otra fuerza del Estado, quedaría obsoleta entonces cuando no fuese necesaria para mantener la seguridad y el orden. ¿Podría pasar eso algún día? 

En 2014 la policía de Denver disparó a Ryan Ronquillo sin darle la oportunidad de rendirse. Tras lo acontecido multitud de personas se manifestaron en contra de esa actuación. Me llamó la atención que algunos de esos manifestantes mostraran una pancarta donde ponía Strong communities make police obsolete [Las comunidades fuertes hacen obsoleta a la policía]. Pancartas con el mismo mensaje han ido apareciendo en manifestaciones similares posteriores. 

La escritora anarquista Cindy Milstein se preguntaba en un artículo si nuestras comunidades, nuestras sociedades, podrían ser lo suficientemente fuertes algún día para generar esa obsolescencia. Lo que convertiría la policía en algo innecesario sería nuestra habilidad para “ambicionar, prefigurar y practicar de manera activa comunidades del cuidado donde nos podamos entender como interdependientes y empáticos; humanistas en el mejor sentido de la palabra”. Podríamos pensar que estamos muy lejos de un mundo humanista como el descrito. 

Aún así las actividades criminales han disminuido de manera ostensible en los últimos 25 años. Emily Badger describió en el New York Times que las teoría sobre ese declive se han centrado mayoritariamente en aquellos que podían convertirse en criminales: tácticas policiales estrictas, encarcelamientos masivos o epidemias de adicción a la droga habrían alterado el comportamiento de los criminales potenciales. Pero ninguna de esas explicaciones prestó atención en las comunidades donde la violencia había decrecido más. 

Las organizaciones de la sociedad civil que trabajan en la integración comunitaria, en la educación y en las mejoras urbanas tuvieron un rol clave, aunque hasta ahora olvidado, en la reducción de las tasas de crimen. Eso afirma un estudio (y el próximo libro) del sociólogo de la Universidad de Nueva York Patrick Sharkey. Sharkey no afirma que las comunidades fuertes fueron el único responsable de la caída del crimen, pero su impacto fue muy importante. 

Entre 1990 y 2015 la tasa de homicidios en EEUU cayó a la mitad. En algunas ciudades como Nueva York esa disminución fue mayor al 75%. Ese declive ha ido acompañado de una transformación de la vida urbana: parques donde antes daba miedo entrar ahora son espacios públicos dinámicos. Barrios aterrados por el miedo a los disparos se tienen que preocupar hoy ‘sólo’ por la subida de los alquileres. 

Desde 1990 también creció exponencialmente el número de ONG’s en Norteamérica. Muchas de ellas se dedicaron al desarrollo comunitario en los barrios. La investigación de Sharkey demuestra que esas ONG’s aparecieron sobre todo en las comunidades con los problemas más graves. Identificaron una relación causal: cada 10 organizaciones adicionales en una ciudad con una población de 100.000 personas iba acompañada de una caída del 9% de la tasa de asesinatos y de un 6% de reducción de la violencia criminal. Cuando las necesidades básicas se cubren, la violencia decrece. Hay muchísimos ejemplos del trabajo de estas organizaciones: construyeron parques, educaron los niños, generaron festivales culturales etc. 

En su nuevo libro, The Ordinary Virtuesel escritor y político liberal canadiense Michael Ignatieff describe la argamasa moral de las ciudades. Las ciudades están construidas sobre las virtudes ordinarias: la confianza, el perdón, la resilencia, la honestidad básica de la vida diaria. Virtudes que explican que sigamos decidiendo vivir cerca los unos de los otros. Virtudes morales que están también detrás de las comunidades fuertes. 

Puede que unas comunidades fuertes nunca conviertan la policía en obsoleta pero sin duda pueden ayudar tanto como ella a vivir en una sociedad más segura. 

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