En su monumental obra Los enemigos del comercio, Antonio Escohotado hace un exhaustivo recorrido/ajuste de cuentas con el comunismo, ideología que identifica ya en los orígenes del cristianismo y que está presente con diferentes denominaciones a lo largo de más de dos mil años hasta alcanzar su cénit en el siglo XX. La obra gira en torno al rechazo de sus ideólogos a la propiedad privada y al comercio. Al titular Los enemigos del comercio los tres tomos de su historia del comunismo —"ideología conservadora por excelencia"—, pone el foco en un pilar de esta ideología menos conocido que sin duda ha supuesto un lastre en el progreso de la humanidad.
No hace falta ser un lince para observar que las sociedades que más han avanzado en los dos últimos milenios han sido aquellas que tuvieron la suerte —un puerto de mar— y el acierto de abrirse al mundo para comprar y vender mercancías. Frente a esta evidencia, como dice Escohotado, algunos "llevan veinte siglos abogando por abolir compraventas y préstamos para defender a quienes obtuvieron peores cartas, son incapaces de gobernarse o sencillamente no están dispuestos a tratar la vida como un juego, aunque sus reglas sean claras".
Dice el filósofo que "al principio, antes de que el Imperio Romano se convirtiese en un Saturno devorador de su prole, el régimen de amplísima autonomía municipal diseñado por Julio César creó clases medias locales, y un número creciente de personas pasaron a ser hombres de negocios. Pero es precisamente entonces cuando llega una denuncia del propietario y el comerciante como enemigos del pueblo, unida al anuncio de un Juicio Final donde los pobres se regocijarán viendo cómo Dios fulmina a los ricos. Dos milenios más tarde, en un mundo secularizado, cincuenta años bastan para que ateos enérgicos impongan dicho trance a la mitad de la población mundial".
Heredero de la corriente proteccionista, a nadie puede sorprender que Podemos esté en contra del CETA, el acuerdo comercial entre la UE y Canadá respaldado esta semana por el Congreso de los Diputados. Los comunistas siempre han sido contrarios a los acuerdos comerciales internacionales, con la destacada excepción del PCE en 1986, que apoyó la entrada de España en la CEE —hoy Unión Europea— después de un fuerte debate interno que acentuó la crisis de identidad que venía sufriendo. En esto, como en otras cosas, la extrema izquierda coincide con la extrema derecha, como se ha visto en el Parlamento Europeo a propósito del CETA.
La entrada en la CEE supuso grandes sacrificios para algunos sectores económicos españoles pero hoy nadie discute —o igual sí, hay cegueras incurables— que fue muy provechosa para España. Aquel acuerdo no era solo comercial, igual que el de Canadá, que va más allá de la provechosa reducción de aranceles. No siendo perfecto, el CETA es, según Inmaculada Rodríguez Piñero, "uno de los acuerdos comerciales más avanzados celebrados por la Unión Europea en términos de integración, liberalización del mercado y desarrollo sostenible". La eurodiputada socialista valenciana es una de las que más han trabajado para que saliera adelante este gran acuerdo. Hoy debe de estar abochornada por el cambio de postura del PSOE ordenado por Pedro Sánchez.
El libre comercio abre oportunidades no a las multinacionales, que ya son multinacionales, sino a las pequeñas y medianas empresas que necesitan nuevos mercados. El CETA es tan beneficioso para cientos de pymes valencianas, y por tanto para sus trabajadores presentes y futuros, que Rafa Climent y María Dolores Parra deberían ir empresa por empresa afectada y sector por sector —en la Cámara de Comercio de Valencia les pueden facilitar el listado— a explicar por qué Compromís ha vuelto a ejercer de comparsa de Podemos en lugar de actuar como minoría valenciana en el Congreso.
La suerte que tiene el Consell de cara a los empresarios es que Ximo Puig ha estado en su sitio y ha hecho lo que tantas veces le hemos pedido a un president de la Generalitat, desmarcarse de su partido para defender los intereses valencianos. Que estando Sánchez enfrente lo tuviera más fácil no le quita mérito.
El viraje de Sánchez supone un bofetón a los eurodiputados socialistas que han peleado hasta el último minuto para lograr un buen acuerdo, aprobado por amplísima mayoría en el Parlamento Europeo. ¿Habrán convencido al renacido líder del PSOE de que también sus eurodiputados trabajan para favorecer a las multinacionales? Como es sabido, poner a las multinacionales como beneficiarias de algo asegura un sinfín de críticas a ese algo, aunque parezca bueno. Poco importa que la Comisión Europea acabe de imponer a Google una multa de 2.400 millones de euros, dirán que merecía el triple.
La mayoría de los argumentos con los que se rechaza el CETA son menores o han resultado falaces. En algunos casos se ponen objeciones a una mejora porque, dicen, aún se podría mejorar más.
El único argumento importante es el de los tribunales de arbitraje privados, mecanismo que fue ideado hace años para dar confianza a las empresas que invierten en países con poca o nula tradición democrática. El mecanismo, como otras cuestiones polémicas, fue aclarado y mejorado —será un tribunal especial, no de arbitraje; los jueces los designarán Canadá y la UE, no las empresas, y los casos se repartirán por sorteo— mediante un documento vinculante interpretativo del acuerdo inicial. Da lo mismo, por mucho que se acomodara a sus reivindicaciones, los enemigos del comercio buscarían cualquier excusa para rechazar el CETA como rechazan cualquier acuerdo comercial de la UE.
A fin de cuentas, lo que han hecho Sánchez y el PSOE —pasar del sí a la abstención— no sirve para nada. El acuerdo se ha aprobado igualmente; desde Podemos le recriminarán con razón —ya lo hacen— que si no están de acuerdo con el CETA no hayan votado en contra, y dentro de diez años, cuando se haga balance, los socialistas no podrán sacar pecho porque no lo apoyaron.
Como escribió Rodríguez Piñero en Huffington Post, "ser de izquierdas no es ser proteccionista ni nacionalista, la globalización es un hecho no una opción y, o la regulamos desde la UE con aliados como Canadá, o las reglas las impondrán otros". Amén.