Hace unos meses estuvieron Borja Semper y Eduardo Madina en València, presentando su libro Todos los futuros perdidos junto al President Ximo Puig. Fue una charla interesante de dos personas que habían transformado lo sufrido en una enseñanza democrática. La de que en una sociedad se puede y debe pensar diferente, incluso de forma opuesta, pero es inaceptable negar al otro.
Los dos habían tenido vocación política temprana, aunque más que probablemente entraron en política movidos por ideales distintos. Y ambos asumieron el mismo coste inaceptable al no ser respetados en su posibilidad de pensar de una manera alternativa a la que se pretendía imponer por la fuerza; amenazados de muerte, víctimas de atentados por defender lo que creían. Como recordó Madina, había quien creía que una idea, en concreto la suya, valía más que una vida. Y, frente a ello, como Semper pidió, si ‘fuimos mejores y ganamos al terrorismo. Enseñémoslo’.
En política enseñarlo es practicarlo. Y por eso, no podía dejar de comparar el diálogo al que asistí en el Centro de Cultura Contemporánea del Carmen con el bochornoso espectáculo del último pleno municipal. Frente a un espacio en el que se intentaba unir diferentes miradas y construir para evitar que nunca más anide el terrorismo, vivimos un contrahomenaje. Porque flaco favor se hizo en el consistorio cuando se trató, precisamente, de negar al otro.
Era un pleno extraordinario para dar la bienvenida al nuevo concejal Javier Mateo y el Partido Popular trató de introducir un nuevo punto, pese a que el reglamento no lo permite en este tipo de sesiones. Se trataba de un texto a raíz del aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Sin dialogar la opción de buscar una solución con el resto de los partidos políticos esa mañana tomamos el café escuchando y leyendo acusaciones sobre que los que estábamos en la bancada de enfrente vetábamos su homenaje en el consistorio, como víctima de ETA. Llegados al pleno y sin pudor, el objetivo era tratar de retratar ‘quién estaba con las víctimas’ y a quién se nos acusaba de cómplices de los verdugos. Como si las víctimas no estuvieran repartidas en todos los colores políticos, no fueran absolutamente diversas en sus opiniones y como si alguien en ese salón de plenos municipal pudiera justificar de alguna manera esa barbarie.
Uno puede esperar muchas cosas de un debate político, pero dentro de lo intolerable está que le acusen de justificar o no condenar la violencia terrorista. En primer lugar, por ser falso, pero, sobre todo, porque sería asumir nuestra propia falta de humanidad. La humanidad y el terrorismo no pueden coexistir.
La sesión plenaria comenzó con tres minutos de silencio en señal de respeto y reconocimiento, se desarrolló con normalidad y dio una imagen lamentable cuando tocaba a su fin. Se pidió al secretario municipal que, ya que era imposible introducir reglamentariamente ese punto en el orden del día, se diera lectura a un texto. La lectura era idéntica a la planteada al grupo popular con dos únicas modificaciones: se excluía una parte que hacía una valoración política sobre el Gobierno de España, sobre la que obviamente había diversas opiniones entre los presentes, y se añadió un párrafo donde se recordaba a otras víctimas que por nacimiento o vida forman parte de nuestra ciudad como Lluch, Broseta o Tomás y Valiente. Algo que entiendo no debió molestar a nadie. El texto mantenía punto por punto todas las palabras de condena al terrorismo, homenaje y apoyo. Algo que debiera haber sido lo fundamental.
Porque puedo entender y respeto que el Partido Popular o que cualquier víctima o asociación, faltaría más, haga una valoración de mi partido, de sus acciones o de cualquier otro. Pero lo que no puedo respetar es la pretensión de establecer una relación dicotómica en el que caemos en la trampa del fanatismo, en su trampa. En el conmigo o contra mi. Más si cabe cuando precisamente el lema de la fundación Miguel Ángel Blanco para este aniversario es ‘la unidad a ti debida’.
Sin embargo, al no conseguir la noticia de que se había negado la posibilidad de leer un manifiesto de apoyo a las víctimas, la derecha en bloque decidió abandonar el hemiciclo. Como si la condena al terrorismo o el homenaje no fuera lo importante, no fuera suficiente o la foto de la unidad no fuera la deseada.
No caeré en la ingenuidad de mostrarme sorprendido. Ha pasado antes y tristemente este tipo de utilizaciones son recurrentes, pero se hace duro pensar que, en un homenaje que debería enseñarnos que en la política no hay enemigos, todo gire en torno a intentar generarlos. El objetivo no era que hubiera un reconocimiento porque lo hubo y, aún así, abandonaron el hemiciclo. El objetivo era el señalamiento al diferente, tergiversando la realidad e intentando que a ojos de alguien hubiera quien no condenara el terrorismo.
Ahí, en esa construcción del relato, anida el riesgo de repetición de los errores. Porque no basta solo la ausencia de violencia explícita como vacuna frente al terror. Lo esencial, el único remedio duradero contra el fanatismo, es el reconocimiento y la defensa de la dignidad de quien piensa diferente. No convertir al otro en enemigo.