VALÈNCIA. En los últimos tiempos, muchos de los directores que se encargaron de renovar la comedia americana de los dos mil desde una perspectiva satírica y gamberra, se han convertido en algunos de los mejores y más críticos analistas políticos de la sociedad estadounidense a través de ficciones que se encargan de evidenciar algunas de las miserias sobre las que se ha sustentado tanto la noción de éxito como de sueño americano, desde la quiebra de los mercados bursátiles, pasando por la hipocresía política hasta llegar a la plasmación del desencanto de una población oprimida.
Así, Adam McKay pasó de las películas de culto (El reportero: La leyenda de Ron Burgundy y Hermanos por pelotas) a realizar una vitriólica lectura de la crisis económica en La gran apuesta y a componer una demoledora biografía en torno al líder republicado Dick Cheney en El vicio del poder. Todd Philipps fue el rey de la comedia loca con Road Trip (Viaje de pirados) y su trilogía Resacón en Las Vegas hasta que dio un giro a su carrera para reconvertirse en un director “antisistema” gracias a Joker.
Ahora le toca el turno a Jay Roach, al que conocimos junto a Mike Myers en Austin Powers y el éxito de taquilla Los padres de ella, y que se renueva firmando El escándalo (Bombshell), en la que se interna en las pantanosas aguas de uno de los casos de acoso sexual con más repercusión mediática en los últimos tiempos y que supuso un duro golpe a uno de los imperios más poderosos de la industria de la comunicación, el canal Fox News, plataforma de inoculación de la ideología conservadora dentro del emporio Murdoch que fue capitaneado durante décadas por Roger Ailes, que se encargó de poner al frente de los programas a mujeres uniformadas como objetos sexuales para poder aprovecharse de ellas.
Fue durante la campaña a la presidencia de Donald Trump cuando algunas de las presentadoras comenzaron a tomar conciencia del trato vejatorio al que eran sometidas, introduciendo en sus programas reflexiones de índole feminista, o incluso atreviéndose a plantar cara a Trump evidenciando en antena su odio hacia las mujeres. Fue el inicio de una pequeña revolución que se encargó de acelerar Gretchen Carlson (encarnada por Nicole Kidman) cuando, en el verano de 2016 interpuso una demanda contra Ailes por acoso sexual. Su acusación estaba documentada, había acumulado grabaciones y pruebas, pero necesitaba el apoyo de otras compañeras para causar el efecto necesario a nivel público y judicial.
¿Cómo desafiar un poder patriarcal tan arraigado y en concreto a una figura tan intocable e influyente? Como dice el personaje de Megyn Kelly (interpretado por Charlize Theron), “¿cómo se juega a esto?”. En torno a esas cuestiones, las más interesantes, sin duda, de índole moral, gira El escándalo (Bombshell).
La única solución era unirse para ser más fuertes y poco a poco fueron agregándose a la demanda decenas de mujeres que habían guardado en silencio el trauma de una violación dentro del entorno laboral. Puede que las empleadas de Fox News no fueran precisamente las más feministas del mundo, pero se adelantaron al MeToo demostrando que se podía luchar contra esos hombres que utilizaban su situación de poder para ejercer su voluntad impunemente, y todo ello un año antes de que estallara el caso Harvey Weinstein.
El director Jay Roach nos sumerge en un universo cerrado organizado alrededor de una sola figura totémica masculina que fue capaz de generar un ambiente profundamente tóxico, y lo hace a través de la perspectiva de tres mujeres: Megyn Kelly, símbolo del éxito, Gretchen Carlson, cuyo progresivo declive la condujo a iniciar su particular vendetta personal convertida en causa universal y la joven e inexperta Kayla Pospisil (Margot Robbie), la última víctima de Ailes.
A través de ellas nos sumergimos en los sentimientos contradictorios que genera el éxito y el fracaso, la ambición y la traición, el miedo y la valentía a la hora de romper las inamovibles y castradoras cadenas del sistema.
Resulta inevitable pensar que Jay Roach ha intentado utilizar un estilo similar al que Adam Mckay aplicó en sus últimas películas, pero con un nivel de intensidad mucho más rebajado. Aquí no encontramos el mismo lenguaje visual utilizado en La gran apuesta, a base un montaje de elementos superpuestos, pero sí percibimos una chispeante agilidad narrativa a la hora de elaborar la historia. No siempre el resultado se encuentra a la altura de las circunstancias y es una pena porque plantea temas que en pocas ocasiones son expuestos con tanta claridad: de qué manera se comercia con las mujeres, con la verdad y con la política. Pero lamentablemente el guion, aunque efectivo no consigue equilibrar los arcos evolutivos de las tres protagonistas, quedando el de Gretchen Carlson bastante desdibujado. En realidad, es una de esas películas cuyo valor reside más en lo que se cuenta que en la forma en que se cuenta, aunque se eche en falta en un filme-denuncia tan representativo una mayor audacia cinematográfica.