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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

El futuro de la movilidad

Foto: KIKE TABERNER
28/02/2019 - 

El futuro es una construcción colectiva, aunque demasiadas veces se nos olvide. La ideación del futuro, de un futuro mejor que ilusione y movilice emociones y recursos, está recobrando cierta centralidad en el debate político en algunos países. Jóvenes políticos como Alexandria Ocasio-Cortez o intelectuales como Nick Srnicek y Alex Williams claman por reinventar el futuro.

Aquí nos hemos olvidado demasiado tiempo de pensar en él, o peor aún, hemos dejado de creer, si es que lo hemos hecho alguna vez, que lo podíamos definir juntos. La aparición de tecnologías supuestamente revolucionarias, la aceleración del progreso tecnológico —que, cuanto menos, se debe matizar— nos ha hecho creer que ciertos futuros son inevitables. O nos adaptamos o fracasaremos.

¡Tremenda paradoja! La multiplicación de las visiones futuristas individuales ha ido acompañada de la virtual desaparición de los planteamientos sobre el futuro de la sociedad en su conjunto. Vemos una proliferación de remedios, muchos de ellos incipientes: los vehículos sin conductor, los hyperloop, los viajes privados al espacio, los vehículos compartidos de distintas características (patinetes, motos o coches) o incluso las propuestas de túneles privados para la circulación a motor, la última ocurrencia de Elon Musk.

Como explicaba, todos esos remedios se visten de inevitables mientras que no nos planteamos cómo querremos vivir, cómo deseamos que sea la sociedad, cómo expresamos el derecho a la ciudad, el derecho a construir y definir los territorios que habitaremos. Las utopías se han esfumado y los pragmáticos no piensan en el largo plazo. ¿Viviremos en entornos más densos o más aislados? ¿cómo nos ganaremos la vida? ¿qué comeremos? ¿cómo nos querremos y cuidaremos? ¿apostaremos por la diversidad o los muros? Todo ellos será fruto de muchas decisiones individuales pero también de las decisiones colectivas, donde las políticas públicas, las normas y las regulaciones, tendrán un papel crucial. Dichas políticas son y deben ser la expresión de una idea plural de futuro a la vez que por definición sirven para gestionar preferencias y voluntades no coincidentes.

A la escala de la ciudad, la movilidad, de manera mucho más evidente que otros sectores como la vivienda o el espacio público, ha sido un terreno fértil para la aparición de numerosas grandes ideas, innovaciones solventes, falsos remedios y cacharros de toda índole que han prometido hacernos la vida más fácil con resultados desiguales.

Foto: KIKE TABERNER

Hoy, invitado por el economista Martin W. Adler, tendré la suerte de participar en un seminario en el Tinbergen Institute de Amsterdam sobre el presente y el futuro de la movilidad urbana y, desde la óptica del sector público, abrir el debate sobre la construcción del futuro de la manera en que nos moveremos (y viviremos). Para ello es imprescindible marcar los puntos de partida:

Es necesario entender, en primer lugar, que si hablamos de movilidad estamos hablando de inclusión, de espacio público, de estructura urbana y de desarrollo económico. La movilidad no es (solo) un sector económico ni un mercado segmentado. La movilidad es la condición necesaria para el funcionamiento de una ciudad que se define más allá de términos municipales por ser unidades geográficas de ocio, trabajo y consumo. La movilidad conecta a las personas con las oportunidades de empleo. La movilidad define la estructura de las ciudades e influye en la densidad y el diseño de los desarrollos inmobilarios.

La movilidad, por tanto, no es una política neutra, ya sea autorizar los VTC o fomentando el transporte público no contaminante. La configuración de la movilidad tiene impactos distributivos y re-distributivos, o dicho de otra forma, hace a algunos más ricos y a otros más pobres.

Por ello, en la movilidad, no hay recetas mágicas. Ningún proyecto concreto, sea un sistema de buses híbridos con carril reservado, un tren bala por un túnel al vacío o una app para compartir modos de desplazarse, puede ofrecer una solución completa a un problema.

Porque no se puede observar la ciudad y sus problemas como si una startup se enfrentase a una necesidad a resolver. Un necesidad de mercado se puede acotar y, con suerte, se podrá generar un producto que la satisfaga. La manera de solventar un problema urbano siempre traerá, como decía antes, ganadores, perdedores y costes de oportunidad —¿porqué no haber invertido en otra cosa?

Es preciso entonces que seamos escépticos ante los predicadores de lo absoluto que nos ofrecen elixires que lo curan todo. La construcción del futuro de la movilidad, y del futuro en general, será afortunadamente más compleja, cosa de todas.

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