No hace mucho el profesor Paul de Grauwe, actualmente en la London School of Economics y anteriormente en la Universidad de Lovaina, proponía acompasar el ciclo político de los países de la zona euro en vistas de los efectos tan negativos que la incertidumbre sobre los procesos electorales tiene sobre la actividad económica en Europa. Su propuesta, difícil de llevar a la práctica, no deja de ser oportuna, como nos recuerda día a día y mes a mes el calendario: superado el último susto en los Países Bajos y recién convocadas las elecciones en Gran Bretaña, la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas vuelve a hacer tambalear a la propia zona euro. En este caso, como es bien conocido, se espera que ninguno de los candidatos de los partidos “tradicionales franceses” (ni el socialista ni el republicano) pasen a la segunda ronda. Aunque nunca es un buen momento, esta nueva fuente de inestabilidad ocurre justo cuando la zona euro está creciendo, por primera vez, por encima de la media de los países fuera del euro y también a mayor velocidad que Estados Unidos.
A pesar de que parecía que 2016 había conocido la eclosión de los partidos populistas, el presente año no anda a la zaga. Recientemente, dos informes, uno del Deutsche Bank Research y otro del “think tank” belga CEPS abordan este fenómeno proporcionando datos que ayudan a la reflexión. Daniel Gros, director del CEPS, se centra en lo peligroso de las posturas populistas que cuestionan no tanto lo que hace la UE (por ejemplo, su política comercial o de inmigración) sino lo que representa, intentando deslegitimar su propia existencia como institución. La afirmación que todos hemos oído de que los deseos de “la gente” no deben verse limitados por ninguna otra fuerza no hace sino cuestionar los principios de las democracias liberales, que limitan el poder de las mayorías y protegen a las minorías, mediante pesos y contrapesos (lo que los americanos llaman “checks and balances”). Los límites a las mayorías se logran, entre otras cosas, mediante la separación de poderes. Éste es el papel de los tribunales constitucionales y ésta es la razón por la que los partidarios del Brexit llamaron traidores a los jueces que dictaminaron que el parlamento británico debía participar en el proceso. La UE representa también estos principios, puesto que toma decisiones por mayoría cualificada o por unanimidad, basándose en los Tratados y no en lo que acuerde la mayoría del momento. Por ese motivo, porque los principios de la democracia liberal están detrás del proceso de integración europeo, los partidos populistas suelen ser anti-europeístas.
Barbara Böttcher y Patricia Wruuck cuantifican y definen, en su trabajo publicado el mes pasado en el Deutsche Bank EU Monitor, el populismo. Desde un punto de vista conceptual, el populismo se situaría en contra de las élites tradicionales y de las minorías. En general, suele tratarse de estrategias encaminadas a lograr apoyo popular proponiendo soluciones simples y cortoplacistas ante problemas complejos. Más interesados en el antagonismo que en la discusión de los pros y contras de una decisión, en la mayoría de los casos centran su discurso alrededor del personalismo de un líder. Así, las acciones de gobierno deben orientarse a los deseos de “la gente” (que representa a una mayoría todavía pura y sin corromper) frente a una élite política corrupta. Ello supone, de paso, obviar los pesos y contrapesos antes mencionados. Este tipo de propuestas hace que la frontera entre populismo de derecha y de izquierda sea difusa, del mismo modo que suelen compartir elementos con partidos extremistas de ambas corrientes.
Las políticas económicas son, en realidad, secundarias, puesto que son un medio más que un fin y lo relevante son las soluciones a corto plazo. Por ese motivo es difícil situarlos en el espectro político tradicional, al combinar (en ocasiones) intervencionismo con liberalismo comercial. Por otro lado, desprecian el valor de las obligaciones contractuales y consideran las relaciones internacionales una continua lucha de poder. Desde un punto de vista económico, el mayor riesgo de los populismos es el aumento del proteccionismo, la deuda pública y la debilitación de las instituciones.
El apoyo al populismo más reciente se puede relacionar con un rechazo a la globalización y al aumento de la desigualdad. Además, la polarización y la inseguridad económica hace que los votantes estén dispuestos a decantarse por opciones más arriesgadas, puesto que perciben que tienen poco que perder. Así, resultan característicos los lemas utilizados: los partidarios del Brexit hablaban de “recuperar el control”, los de Trump “hacer grande a América de nuevo” o, en el caso de Le Pen “poner orden en Francia”. En este contexto, el desarrollo de las redes sociales y la habilidad para dominar los medios de comunicación han sido factores determinantes en el avance de estos partidos.
En la actualidad lo que preocupa seriamente es que el populismo ponga en peligro el proceso de integración europea, puesto que la mayoría de estos movimientos propugnan la salida de su país del euro y de la UE. A ello ha contribuido, sin duda, que los propios partidos tradicionales han utilizado a la UE como justificación de las medidas impopulares adoptadas, comenzando por el Reino Unido y acabando por España o Grecia. Utilizando las elecciones europeas, en parte, para castigar políticas internas impopulares, el alza del populismo ha llegado al propio Parlamento Europeo, donde los anti-europeístas pasaron de un 20% de los escaños en 2009 a un 30% en la actualidad.
La progresión de los partidos populistas está teniendo ya un importante impacto en las políticas nacionales, puesto que el menor peso de los partidos tradicionales ha hecho que formen parte de gobiernos de coalición. Éste es el caso de algunos gobiernos autonómicos o municipales en España y el de países como Polonia, Hungría y, probablemente, los Países Bajos. Que llegue al corazón de la UE, a países como Francia o Alemania, puede ser letal para la UE, el euro y, por ende, para la recuperación económica que tantos años ha tardado en llegar. Ante esta situación la postura de la UE frente al Brexit debe ser la defensa de los Tratados y de las instituciones que nos hemos dado durante la segunda parte (la pacífica) del siglo XX y lo que llevamos del XXI.