Así se titula el popular auto sacramental alegórico de Calderón de la Barca, no pretendo plagiar a tan insigne literato pero creo que dicho título serviría para la situación global actual
Hace unos días algunos amanecieron pensando que se encontraban ante la parusía o fin de los tiempos. “La peor de las pesadillas” o “estado de shock” fueron las reacciones de algunos presidentes autonómicos. La unanimidad era total a este lado del charco, desde corrillos informales a tertulias en medios de comunicación, la mofa y befa sobre la caricaturesca figura de Donald Trump fue constante. La verdad oficial fue más oficial que nunca, y sobre el 45º presidente de los EEUU se dijo de todo menos bonito.
Una vez más fallaron las encuestas, los analistas, los estudiosos de la realidad americana. En esta ocasión especialmente la opinión que hemos podido ver, leer y oír era la publicada, y no la pública. Cualquier información que había en medios con la etiqueta ‘Trump’ era para denostar al candidato republicano, destacar sus exabruptos y sobre todo –y esto debería haber alertado– para alabar o al menos no criticar a su rival Hillary Clinton.
Pero una vez más la vida es un teatro, y todos actuamos de una u otra forma, y todos somos contradictorios en menor o mayor grado, y todos podemos cambiar de opinión o evolucionar ideológicamente. La imagen superior es de hace una década, cuando el presidente electo invitó al matrimonio Clinton a su boda e incluso financió al Partido Demócrata, sí como lo leen. En EEUU empresarios y multinacionales financian campañas a unos y otros.
¿Era entonces bueno El Donald? –si traducimos literalmente el apodo por el que se le conoce, The Donald– ¿Es ahora tan fiero el león como lo pintan y cómo se ha mostrado en algunas de sus declaraciones en campaña? Me temo que lo más sensato será esperar, ver como actúa. Para empezar sus discursos desde que ganó las elecciones y su visita a la Casa Blanca tuvieron altas dosis de formalidad institucional y cordialidad. Sus gestos son mucho más moderados que en los mítines y en los broncos debates electorales, en Trump se mezclan los consejos que su equipo de asesores seguro le transmiten con su impulso natural, que no es igual en la contienda que cuando se ha logrado el objetivo.
Muchas de sus afirmaciones lograron lo que pretendían: la atención de los medios. Más de un directivo de comunicación se habrá arrepentido por haber seguido al candidato como si se tratara del ‘Show de Truman’, pues con ello le dieron una notoriedad absoluta. Pero esto también ocurrió en España con Pablo Iglesias (parece que se ha atenuado y ahora sólo aparece en TV todos los días, pero no a todas horas), los medios contrarios ideológicamente a Podemos le daban amplia cobertura reconociendo que el producto Iglesias vendía, de hecho los artículos donde aparecía su nombre se leían más. Sigue atrayendo las alcachofas de los periodistas, pero sus florituras verbales y su “cuñadismo de extremo centro” empiezan a sonar a charlatán.
La vida tiene algo de teatro, en muchas situaciones tenemos que actuar, disimular o aparentar (no lo veamos como algo negativo porque no lo es). La política tiene mucho de teatro, hay una constante presencia ante el público en diferentes escenarios y cada uno debe saber representar su papel. El gran problema viene cuando hay políticos que al apagarse los focos y bajarse de las tablas, dicen y hacen –e incluso piensan– lo contrario a lo que proclaman. Falta coherencia y humildad, sobra hipocresía y cinismo.
El siglo XXI está resultando apasionante por los cambios de algunos paradigmas consolidados en las últimas décadas del pasado siglo. La inestabilidad laboral está transformando el mercado, el autoempleo y los minijobs están a la orden del día; la globalización empieza a ser cuestionada pues no todos sus efectos benefician a todas las personas; y la política vuelve a tener como motor a las personas. Los últimos tres casos que evidencian que no siempre lo que dicen los de arriba coincide con lo que piensa y siente la ciudadanía son: Brexit, Acuerdo de Paz con las Farc y Trump. Siguiendo el paralelismo entre política y teatro, el público sobreaño antaño lanzaba tomates a los malos actores, hoy suelen aplaudir siempre, quizá ha llegado el tiempo de abuchear a los malos actores.
Y hablando del ‘gran teatro del mundo’, del teatro de la política y en definitiva del teatro de la vida. Si hay un lugar emblemático que forme parte de la vida de los valencianos, ese es sin duda el centenario Teatro Olympia. La histórica sala de la calle San Vicente, que se inició como ópera, fue exitoso cine de estreno durante el franquismo y es hoy en día un referente teatral nacional. Además de su excelente programación, al Olympia lo hace diferente la gestión familiar y cercana de los Fayos.
He de confesarles que me provoca una profunda admiración y una sincera emoción cuando en una rueda de prensa, y pese a la profesional gestión de Quique y Mª Ángeles Fayos, veo detrás a su padre controlando la situación y con ganas de seguir en activo. Esa imagen de Enrique Fayos padre demuestra que el teatro y en concreto el Olympia es su vida, y porqué no decirlo también la nuestra, la de millones de valencianos que hemos pasado momentos maravillosos en el 44 de la calle San Vicente.