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EL CABECICUBO

El hockey de la URSS; hasta la victoria siempre (porque no quedaba otra)

Llega a las cadenas de pago españolas el excelente documental sobre la selección soviética de hockey, un relato con claroscuros sobre una cuestión política que suele interpretarse en términos de la Guerra Fría, esto es, arrabaleramente

10/10/2015 - 

VALENCIA. ¿Recuerdan cuando la selección española de fútbol ganó la Eurocopa de 2008? Los periódicos generalistas más reputados de la nación se marcaron editoriales que decían en esencia que gracias a la Constitución del 78, el rey y su preparadísimo sucesor y las Comunidades Autónomas, con la unión habíamos creado la fuerza y éxitos como ese no eran sino la prueba de la excelencia del sistema.

Digo yo que si el sistema fuese tan excelente en España habríamos llegado a Marte en 2008 en lugar de empujar una tripa de vaca cosida al fondo de una red trotando por la franja de una pradera custodiada por el único ciudadano alemán de metro setenta centímetros inscrito en el censo de la Bundesrepublik, pero bueno. Hay que disculparles, en realidad este tipo de propaganda zafia e instrumentalización de los éxitos deportivos no se les había ocurrido a ellos, es un truco del almendruco más viejo que la tos que alcanzó su cénit en la Guerra Fría.

Eso es lo que cuenta Red Army, la guerra fría sobre el hielo ya desde su título. La necesidad que tenía la URSS de que sus selecciones deportivas obtuviesen triunfos servía para manifestar que ocurrían porque eran un país socialista, el sistema perfecto, conclusión probada porque se obtenían éxitos deportivos. Fácil ¿verdad? Y dirá usted que los soviéticos eran muy malos, unos supervillanos, y natural que pensasen así, pero no se equivoque. En Estados Unidos ocurría tres cuartos de lo mismo. También lo recoge el documental. Su selección gana un partido a la soviética y aparece un caballero con bigote diciéndole muy ufano a un reportero "esto demuestra que nuestro estilo de vida es el correcto".


Con la explicación de estas delirantes dinámicas propagandísticas, rematada por la aparición de un coro infantil cantándole a Stalin a capella “los cobardes no juegan al hockey”, da comienzo uno de los mejores documentales de los últimos tiempos en tanto en cuanto sabe penetrar en la personalidad y los sentimientos de unos jugadores ex soviéticos que tuvieron sus problemas con el sistema, pero no se avergüenzan de él precisamente.

Es el caso de Slava Fetisov, mejor jugador de todos los tiempos, y eje de la narración. El brillante defensor nacional soviético no para de soltar puyitas al periodista estadounidense –hijo de soviéticos inmigrantes- que le entrevista. “¿Guerra Fría?” Le replica “¿O lucha por los recursos?” Para luego explicarle que jamás se le pasó por la cabeza desertar de su país ni más ni menos que porque era ilegal y porque, por otra parte, “era feliz”. Y reitera mirándole a los ojos el que ahora es ministro ruso de deportes: “Soy feliz”. Y añadimos nosotros: como solo puede serlo una persona cuyo nombre se lo han puesto también a un asteroide en homenaje.

Y al margen de la política, el documental es relevante por la explicación de por qué los soviéticos fueron el mejor equipo de hockey de todos los tiempos. Hay hechos lógicos. Era el deporte nacional. Se montó una estructura estatal para captar a los mejores talentos. Y luego reprobables, que son repugnantes por muy cachondos que nos pongamos viendo luego al equipo rojo mearse de forma prácticamente literal en los combinados de Canadá y Estados Unidos, rollo el Barça de Guardiola, pero además con los jugadores desplazándose también hacia atrás.

Cuando la URSS perdió contra Estados Unidos en 1980 hubo una crisis de estado. Se expulsó a los veteranos de la selección y se pusieron en marcha una serie de entrenamientos brutales. “Meábamos sangre”, dice un jugador. Estuvieron aislados once meses entrenando, solo podían ir a ver a su familia una vez al mes. Repetían los ejercicios sistemáticamente, sin parar, día tras día, hasta que se comportaban como autómatas que, de paso, corrían por la nieve y levantaban piedras. Vamos, un equipo de deportistas entrenados como las fuerzas especiales del ejército.

Así, no te jode, pronto volvieron a la cúspide venciendo a Checoslovaquia en los juegos olímpicos de Sarajevo 84, pero los jugadores se empezaron a hartar de los métodos. A uno, por ejemplo, no le dejaron abandonar una concentración para ir a ver por última vez a su padre en su lecho de muerte. Con 32 años, confiesan, se sentían viejos y hechos polvo. ¿Merece la pena torturar así a la gente para alcanzar algo tan espurio como la victoria deportiva? Habrá quien diga que sí y agite en una mano un cartel con la cara de Mourinho y un Kalashnikov en la otra, pero cualquier persona con sentido común recomendaría a su hijo que si el deporte se ha convertido en eso intentara conseguir el sexo por otras vías.

Después, la segunda parte de Red army se centra en la Perestroika y las resistencias que tuvieron que vencer los jugadores para abandonar el país y poder hacerse ricos fichando por equipos americanos. Unos tuvieron que fugarse, otros como Fetisov, intentaron hacerlo por lo legal, es decir, fiándose de la palabra dada, pues le habían prometido que le dejarían marcharse, y le fue como suele irle hoy día a toda persona confiada: de penita.

Lo que sabemos es que la URSS ofreció a sus deportistas irse si depositaban en la embajada pertinente la mitad de su sueldo o pellizcos mayores. Al bueno de Fetisov, le hacían la irresistible oferta de dejarle un 10% de su salario en el extranjero. Mogilny, uno que se escapó, diría a los medios tras abandonar el país e iniciar una nueva etapa en occidente: "aquí disfrutan de la vida, tienen casa, coche, pero lo importante es que aquí son independientes, yo allí vivía como un perro callejero".

La paradoja es que, cuando por fin logró salir Fetisov, lo que se encontró fue más asfixiante. Le odiaban los compañeros y el entrenador por ser ruso. Los rivales no le querían ni ver, hacían lobby contra los extranjeros. “Vienen a quitarnos el trabajo”, dice un jugador ¡como siempre se dice! A Fetisov no le fue bien en lo personal ni tampoco en lo deportivo, el hockey estadounidense según comenta se basaba en buena medida en repartir mamporros a diestro y siniestro y él, por duro que fuera, concebía el hockey como un bailarín clásico.

No obstante, “doctores tiene el capitalismo”, a alguien en los Detroit Red Wings se le ocurrió fichar a los cinco ex soviéticos que daban tumbos por la liga americana y se hizo la magia. Juntos, unidos, volvieron a jugar como los ángeles –ponga aquí su explicación del porqué, camarada editorialista Stalin- y ganaron la liga también en Estados Unidos. Tal vez el documental huya de los topicazos porque su director también es originario de Rusia, pero el resultado es una maravilla. Una entrevista bien llevada, atenta a los detalles, y con un trasfondo histórico inigualable, como fue el colapso de la URSS.

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