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El Hollywood de Hitler: una fábrica de fantasía y sueños... nazi

El III Reich puso en marcha una industria cinematográfica para desplazar completamente a la hollywoodiense. Las películas que se filmaron difundían propaganda nazi y patriótica, pero había grados de sutileza. Hubo un Sherlock Holmes nazi, un Lawrence de Arabia nazi, incluso un Titanic, con el naufragio explicado desde un punto de vista nazi. Al principio, las cintas eran históricas y épicas o bucólicas, sobre la vida en la naturaleza pura. Para pasar a ser durante la guerra más evasivas, neorrealistas y comedias románticas, también feministas

8/12/2018 - 

VALÈNCIA. La normalidad de lo anómalo. Cuando se acabó la devastadora crisis que sufrió Alemania durante los años 20 con los trucos económicos de Hitler y su especie de estafa piramidal, los alemanes que no habían sido catalogados como enemigos del estado o ciudadanos de segunda clase vivieron una época dorada. Al menos, según su percepción. En ese contexto, la industria del cine empezó a producir una distracción para esa población que apuntalase el sistema. Una fábrica de fantasía y sueños... nazi.

El documental Hitler´s Hollywood de Rudiger Suchsland hace un recorrido durante dos horas por los argumentos de estas películas. La industria estaba diseñada a imitación de la estadounidense. Tenían que competir en lujo y espectáculo con el verdadero Hollywood. Goebbels en persona supervisó todo el sistema. Controlaba los guiones, estaba presente en los castings. Él era el gran productor.

Suya es la teoría: "La propaganda es una forma artística tiene un solo objetivo, conquistar a las masas, convencer a la gente con una idea para que queden cautivados y que no puedan volver a liberarse de ella, la propaganda es encanto, no fuerza, su objetivo es juntar a la gente para movilizarla mediante la obsesión de las masas"

Miles de trabajadores de esta industria fueron vetados. A otros, como Marlene Dietrich, se le ofreció ser la gran estrella del III Reich, pero rechazó la oferta y pidió la ciudadanía estadounidense que le fue concedida. Goebbels también pensó en Fritz Lang para dirigir la industria, pero escapó dejando atrás todo lo que tenía alegando que su madre era en realidad judía. También recaló en Estados Unidos como tantos otros, Ernst Lubitsch entre ellos.

Aunque los hubo que no tuvieron tan buena suerte. Como Georg Wilhem Pabst, que fue a visitar a su padre a Francia con los billetes ya comprados para huir a Estados Unidos y le sorprendió la blizkrieg. Tuvo que desarrollar su cine bajo la batuta de los nazis. En el caso de Ingrid Bergman, tuvo que empezar su carrera bajo el nacionalsocialismo y no es extraño que luego hiciera Casablanca, cuando logró salir de ahí, como desquite y muestra pública de rechazo..

Al margen del conocido trabajo de Leni Riefenstahl y su Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad) sobre el congreso del Partido Nacionalsocialista en Nuremberg en 1934, un año después de tomar el poder, considerada una obra maestra de la propaganda política, hubo películas de argumentos variados con propaganda más o menos sutil.

Fue muy destacada en esta primera etapa Hitlerjunge Quex, de Hans Steinhoff en 1933. El protagonista era un niño. Su padre, comunista, le obligaba a golpes a cantar La Internacional. Tenía que ir a campamentos de las juventudes comunistas, pero el crío ahí se sentía incómodo. Los camaradas de su edad no pensaban más que en las chicas y ellas flirteaban con ellos. Apesadumbrado, huía al bosque, a la naturaleza pura, donde descubría a otro grupo de chavales que estaban haciendo una gran hoguera cantando canciones patrióticas. Eso le encajaba más y ahí encontraba la salvación, en las Juventudes Hitlerianas, a las que inmediatamente se afiliaba. Lo curioso es que los comunistas no eran estereotipados en exceso, como le había ocurrido a los judíos en otros filmes, sino que se les mostraba solamente como alemanes díscolos. Al final, el chico alcanzaba su destino soñado: la muerte.

Inicialmente, el cine nazi se caracterizó por el culto a la muerte. La escena cumbre de las películas era la muerte épica, heroica y sacrificada del personaje principal. La muerte era bella, feliz. El protagonista de Hitlerjunge Quex estaba contento porque se moría mirando la bandera del Reich ondeando. Un recurso que, a juicio de Suchsland, al final resultaba hilarante. "Las muertes eran absurdas y kitsch".

En contraste, en las películas también imperaba el buen humor. Todo el mundo era feliz, excesivamente feliz. La vida familiar se planteaba en medio de la naturaleza pura, lo cual era el anhelo de la sociedad de aquel tiempo, sobre todo a raíz del hacinamiento del proletariado en las ciudades. Suschland dice aquí que la alegría que imprimían los actores era tanta que resultaba de una artificiosidad notable. Y no faltaban espectáculos con piruetas imposibles y despliegues teatrales megalómanos.

Sin embargo, durante la guerra hubo giro neorrealista, una comedia romántica urbana, como en Zwei in einer groben Stadt, de Volker von Collande en 1942. La glorificación de la patria había quedado atrás para ofrecer algo de escapismo. En el lago Wannsee, curiosamente donde un año antes se había decidido la Solución final, los berlineses se enamoraban durante sus vacaciones. Se veía mucha carne entre tanto bañador, pero Suschland apunta que los actores "parecían muy cohibidos, extrañamente rígidos e inseguros, se podía sentir la timidez y notar que no sabían qué hacer con sus cuerpos".

Hubo hasta guiños al feminismo. En Grobstadmelodie, de Wolfgang Liebeneiner, en 1942, sobre una campesina emigra a Berlín para convertirse en fotógrafa. El mensaje era que la mujer tenía una mirada diferente, pero tenía que abrirse paso en una profesión que estaba reservada a los hombres. Sorprendentemente para ser cine nazi, el guión defendía la individualidad y el hedonismo, el aquí y ahora. Claro que, mientras se estrenaba, los ejércitos alemanes eran masacrados en Stalingrado.

Hubo Sherlock Holmes autóctono y también un Lawrence de Arabia nazi. Curiosamente, hubo también un Titanic, y muy significativo, el rodado en 1943 por Herbert Selpin. El problema del transatlántico no era el iceberg, sino los capitalistas occidentales y los judíos. Había una crítica al glamour del Imperio Británico, que quedaba retratado como una fuente de envidias y desprecio entre los pasajeros. Suchsland insiste en que se trataba de una película también orientada a las mujeres, que eran las que iban al cine a esas alturas de la guerra. Los personajes negativos eran hombres, que por su ambición causan el desastre. El mensaje era tan claro que Goebbels la prohibió. Solo pudo verse en los países ocupados por el Reich.

Durante dos horas, el recorrido que propone Suchsland es muy completo. Un análisis pormenorizado película a película con citas de teóricos de la propaganda y el totalitarismo como Siegfried Kracauer, Hannah Arendt y Susan Sontag. Los fragmentos que se muestran son interesantes e incluso atractivos, entran ganas de ver las películas enteras. No cabe mejor muestra del poder de la propaganda para la hipnosis de las masas.

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