VALÈNCIA. Para quien tenga dudas de si los lobbies sirven para algo, en la Comunitat Valenciana tenemos un reciente ejemplo con la mal llamada tasa turística –es un impuesto– que Podemos y Compromís querían implantar en 2018 y que no ha salido adelante porque, y esta es la explicación más repetida, el sector hotelero no estaba de acuerdo. Los hoteleros no son el sujeto pasivo de la tasa turística, son los recaudadores –junto a empresarios de cámpings, cruceros y otros alojamientos, incluidos los apartamentos– de un impuesto que pagamos los turistas en cada vez más lugares del mundo, incluidos Cataluña y Baleares. El president de la Generalitat y el secretario autonómico de Turismo han dicho por activa y por pasiva que sin consenso con el sector –léase la patronal hotelera Hosbec– no habrá tasa turística. Y no la habrá, no en esta legislatura.
Pero el mismo parlamento, Les Corts, que en su día instó al Consell a promover la tasa turística y ahora la ha rechazado –con los votos del PP y Ciudadanos y la abstención de los dos grupos que forman el Gobierno–, ha aprobado, sin embargo, una enmienda a los Presupuestos de 2018 que crean nuevos impuestos a la eliminación de residuos en vertederos y suben hasta un 730% los que había desde 2012. Multiplicar por ocho la cuota de un impuesto –para el depósito en vertederos de residuos no peligrosos cuando no sean susceptibles de valorización, es decir, no reciclables– requiere un debate parlamentario y una explicación que nuestros representantes políticos se han ahorrado vía enmienda.
Sin entrar en la pertinencia del nuevo gravamen y la nada moderada subida de los ya exisentes, procede señalar la diferencia de trato que han recibido unos y otros empresarios, los que manejan residuos y los hoteleros, por parte de nuestras autoridades.
Cuando mi compañero Dani Valero, el único que se ha preocupado por ellos, llamó a los empresarios afectados por el impuestazo –sobre todo de azulejeras, cementeras y las propias empresas de tratamiento de residuos– para preguntarles cómo les afectaba la medida, no necesitó indagar si los políticos les habían pedido opinión, no digamos ya consenso, para aprobarla. El que no le dijo ‘no sé de qué me hablas’ le intentó corregir, ‘sé que quieren hacer algo pero aún no está aprobado’.
El caso es que sí hubo conversaciones, hubo una propuesta de la Conselleria de Medio Ambiente a la CEV en verano y una respuesta de la patronal en forma de alegaciones que parecían haber frenado las intenciones de Compromís, porque la idea es de Compromís aunque la enmienda la acabe presentando Antonio Estañ por necesidades del guión botánico. Y esa fue la respuesta del tripartito, una enmienda de Podemos, a la manera de Carmen Montón con los farmacéuticos: abrimos el diálogo, apruebo por sorpresa lo que me da la gana y cuando quieras seguimos charlando. "A traición", en palabras de uno de los consultados.
Los empresarios que producen residuos son, en el fondo, unos marginados sociales. No los queremos en nuestro patio trasero –not in my back yard– y más de uno pensará que les está bien empleado, que aún pagan pocos impuestos con la contaminación que producen o tratan. Con ellos no ha habido consenso ni solidaridad. Nadie imagina a Julià Álvaro o a Ximo Puig diciendo que la Generalitat no pondrá nuevos impuestos al sector de los residuos si no hay consenso. Tampoco hemos visto a Isabel Bonig recorriendo la Comunitat Valenciana para hacer frente común –y hacerse la foto– con las patronales de las empresas que tratan los residuos industriales en solidaridad con ellos por el sablazo. El PP, eso sí, votó en contra de la enmienda.
A Toni Mayor, los hoteleros y sobre todo los turistas que iban a pagar la tasa le tendrían que poner una medalla porque el lobby ha funcionado, al contrario que el de la CEV o la patronal de empresas de residuos, se conoce que no tan organizada como Hosbec.
Cabe pedir en el futuro que la excepción se convierta en norma y que la próxima vez que nos vayan a subir el impuesto de Sucesiones y Donaciones o el IRPF, como hicieron el año pasado, nos pregunten primero si nos parece bien.
Este sábado falleció a los 91 años de edad Juan Lladró Dolz, uno de los grandes emprendedores valencianos –junto a sus hermanos José y Vicente– de la época en que a quien montaba una empresa lo llamaban empresario en lugar de emprendedor. La historia de Lladró contada por los tres fundadores –cada uno con su versión– es un ejemplo de emprendimiento a la valenciana, de exportadores por necesidad que empezaron viajando con el coche cargado de frágiles figuras por aquellas carreteras hasta Alemania y acabaron comprando un edificio en la Quinta Avenida de Nueva York.
Una historia que empezó a marchitarse con el cambio de siglo por una sucesión familiar nada ejemplar que tuvo un final cruel para los tres fundadores: la venta hace once meses del ya menguado imperio de la porcelana a un grupo inversor. Ese final y el tiempo transcurrido desde su salida de escena no deben empañar la carrera de un empresario cuya marca, Lladró, fue motivo de orgullo internacional para los valencianos durante varias décadas.