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SILLÓN OREJERO

El juicio que se le haría hoy a Dios si bajase a la Tierra

Hace diez años Marc-Antoine Mathieu imagió en un cómic cómo sería un regreso de Dios a la Tierra. Lo primero que tuvo que afrontar fue un montón de demandas de personas que no habían pedido existir, así como denuncias de gente que se sentía víctima de algo y la culpa, como no podría ser de otra forma, consideraban que era de él. El tebeo era una reflexión sobre los medios de comunicación todo poderosos y una sociedad infantilizada

29/01/2018 - 

VALÈNCIA. Lo llaman posverdad, populismo postdemocrático, repliegue identitario... Qué más da, es una forma de pánico. Miedo al tamaño del mundo, que ahora es más grande que antes y abruma su inmensidad. Es una situación que, a nadie le quepa duda, nos va a dar grandes disgustos y que no puede explicarse sin los medios de comunicación. Al menos, hace diez años, un cómic vino a diseccionar esta situación de alerta e histeria constante en la que vivimos informativamente. El recurso que empleó fue categórico: Planteó un segundo regreso de Dios a la Tierra.

Es curioso que en 1989, Goran Paskaljevic, presentara su película Tiempo de milagros, un libro de Borislav Pekić, sobre una segunda llegada de Cristo a la Tierra. Iba a ser una serie, pero no estaba la cosa muy boyante y acabó siendo un film. Concretamente, Dios regresaba a la Yugoslavia triunfante de la II Guerra Mundial gobernada por los comunistas. En un principio, las autoridades ponen todas sus energías en negar que los milagros que está realizando un hombre misterioso sean posibles. En una primera parte, se mostraba que los comunistas eran unos creyentes más tozudos que los curas. Luego, que el pueblo, la gente como colectivo, es salvaje y cree siempre, como masa, tener razón.

Hay quien se piensa que el conflicto de los Balcanes empezó un día, de buena mañana, en el verano de 1991. De repente, los pueblos que formaron Yugoslavia empezaron a perseguirse y matarse por los montes. Lo que pasó en realidad fue mucho más amplio. Hay que remontarse diez años atrás, en los que la crisis económica empezó a afectar gravemente al nivel de vida, los gobernantes comunistas a negar la realidad y intelectuales, poetas y profesores de universidad, a situar el origen de los problemas en el "otro". Esta película era una metáfora de los tiempos que se estaban viviendo en aquella época. Tan acertada, que, efectivamente, dos años después llegó el apocalipsis a la región.

Es curioso que veinte años después, esta vez en Francia, alguien plantease una historia partiendo de la misma premisa para hacer una crítica abrasiva a la sociedad contemporánea. Fue el cómic Dios en persona de Marc-Antoine Mathieu.

El boom moral en el que nos encontramos ahora mismo todavía no había alcanzado cotas tan altas, pero lo primero con lo que jugó el autor fue algo en esa línea. Cuando Dios vuelve a la Tierra, a lo primero que tiene que enfrentarse es a un montón de demandas de gente que no le había pedido existir y otras tantas de personas que se consideraban víctimas de algo por culpa, de quién iba a ser, de Dios.

En el macrojuicio que tiene que afrontar le defiende uno de los mejores bufetes de abogados del mundo y las indemnizaciones millonarias a las que podría tener que hacer frente se las cubren aseguradoras que consideran que tener como cliente a Dios es una excelente publicidad. Los abogados contratan también asesores de imagen para seducir al jurado. Uno de ellos le espeta a Dios: "¡no vale con existir, tiene que comunicar!"

Todo es debido a un problema muy contemporáneo: la frustración. Las masas, en un principio, reciben la llegada de Dios con cierto éxtasis. Imagíneselo usted. De repente, todo tiene sentido. Hay certezas claras sobre qué es lo que hay que hacer y qué no. En el cómic, desaparece la morosidad y la economía, que estaba estancada, echa a andar rápidamente. Sin embargo, pasada la emoción inicial, el subidón, al gente necesita mantener el entusiasmo y ese Dios que tienen ahí existe, pero no habla, y se aburren de él. Eso saca de quicio a sus asesores de imagen. En la prensa, se ven las estadísticas de que la popularidad del Señor está descendiendo.

Es meritorio que Mathieu quisiera dejar a la Iglesia al margen de su historia. Su aparición hubiese distorsionado la idea original absorbiendo toda la crítica posible. Eso es algo que no eludieron Pekic y Paskaljevic, que en un gag sobre los comunistas, cuando Dios resucitó un muerto y estos ya no pudieron demostrar que eran mentira los milagros, el único del pueblo que no se lo cree y empieza a investigar por su cuenta porque sospecha que hay gato encerrado, adivinen quién es: sí, el cura.

En el caso de Mathieu y Dios en persona la Iglesia son los propios medios de comunicación. Como distopía, plantea un mundo en el que se piensa como en un reportaje televisado. Las reacciones críticas del espectador tienen la profundidad de un folio y son instantáneas, tanto en su aparición como en su olvido.

Al final, hay unas frases del Señor bastante descriptivas de lo que somos. "Estáis de vuelta de todo (...) lo tenéis ya todo y siempre queréis cosas nuevas y más grandes". Al final de este inteligente ensayo filosófico, cuyo desenlace no revelaremos, dos ciudadanos, con sus camisetas de Dios, se alegran de que al menos en lo que ha durado la historia no se han aburrido.

El diagnóstico completo lo ofreció el autor en Bodoï: "Los hombres llenan el vacío espiritual a través de las redes, el consumo (...) Sentimos un miedo constante porque nuestro futuro parece estancado (...) desinformados sobre nuestro pasado, nos sentimos culpables al pensar en nuestra historia, los actos cometidos por nuestros mayores. Como resultado, nos sentimos mal en nuestro presente y, en lugar de buscar silencio y calma para pensar en silencio, nos perdemos en un flujo informativo continuo en tiempo real"

El álbum recibió el premio de la crítica ACBD. Tiene un blanco y negro excepcional, formato que nunca ha abandonado el autor en su extensa obra. En sceneario.com explicó una curiosa teoría sobre el color en el cómic, dijo respetarlo demasiado como para emplearlo en viñetas. Entendía que se coloreasen los cuadros, pero no los cómics. El blanco y negro crea una irrealidad en la que uno puede plantear lo que quiera y él prefiere que así sea. Algo que interiorizó leyendo a Hugo Pratt y que, sin duda, nos parece una forma de jugar a ser Dios en el único medio, el de la viñeta, en el que todo, absolutamente todo, es posible. 


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