La directora Patricia Font y el guionista Albert Val adaptan la novela homónima de Francesc Escribano en una conmovedora película protagonizada por Enric Auquer
VALÈNCIA. A comienzos de 1936 un maestro prometió a sus alumnos que les llevaría a ver el mar. Ese maestro se llamaba Antoni Benaiges, era republicano y trató de enseñar a sus alumnos –los niños y niñas de la pequeña escuela rural de Bañuelos de Bureba (Burgos)- de una forma diferente a la que estaban acostumbrados, basada en los ideales republicanos, con un fuerte componente emancipador. Quería que los niños fueran eso, niños. Que descubrieran cosas que nunca habían visto, que conocieran mundo, que pudieran imaginarse una vida más allá del pueblo en el que vivían, que llegaran a ser todo cuanto querían, que fueran libres. Pero Benaiges no pudo cumplir su promesa. Fue detenido en julio de ese mismo año, torturado, obligado a envolverse en una bandera nacional para pasearse en una camioneta ante todo el pueblo y finalmente fusilado y arrojado a una fosa común. Sus familiares continúan buscando sus restos.
Esta es la historia de tantos y tantos maestros republicanos que fueron torturados, asesinados y represaliados con el golpe de Estado del 36 y durante la dictadura franquista. La historia de una generación que los fascistas quisieron borrar –lo siguen haciendo hoy en día, ya en democracia, con total impunidad-, cuyos supervivientes y familiares no han podido llorar en paz a muchos de sus muertos, y que ahora se vuelve a recuperar (hay otras ficciones, películas, libros, que la recuerdan) en El maestro que prometió el mar, la película dirigida por Patricia Font, con guion de Albert Val, basada en la novela homónima de Francesc Escribano, y que tras su presentación en la Seminci llega a los cines este viernes 10 de noviembre.
Protagonizada por un siempre inmenso Enric Auquer en el papel de Benaiges, la película cuenta la historia de ese maestro a través de la de Ariadna (interpretada por una creíble Laia Costa), la bisnieta de otro desaparecido en la Guerra Civil que, tras descubrir que su abuelo lleva tiempo buscando los restos de su padre, decide ayudarlo en su búsqueda para tratar de encontrarlo antes de que muera. Con ese objetivo viaja a Burgos, donde están exhumando una fosa en la que podría estar enterrado su bisabuelo y donde conocerá la historia del maestro Antoni Benaiges. A partir de este argumento, con sensibilidad, la película recupera la memoria de ese maestro y de esa generación que quiso cambiar el mundo a través de la educación y terminó dando su vida por ello.
Esa historia se narra de forma sencilla, sin artificios innecesarios ni afán de pretenciosidad, con dolor pero también con belleza, con sobriedad, delicadeza y emoción. Se trata de una película de estilo más clásico, convencional en sus formas, con cierta intención pedagógica, al servicio del relato y del discurso, y, en ese sentido, también cercana al documental (en el rodaje participó el arqueólogo forense Francisco Echeverría, quien intervino en las labores de exhumación de la fosa real de La Pedraja que se recrea en la película). De este modo, el film es lo que pretende ser. Una película que consigue llegar al público, emocionarnos, poner en valor una historia, y con ella, tantas otras que hay detrás, invisibles y silenciadas, reivindicar su importancia, la necesidad de contarlas y arrojar luz sobre tanta oscuridad, de, al menos, dignificar su memoria, lo único que no se puede eliminar del todo por mucha tierra que se eche encima.
El maestro que prometió el mar es una película conmovedora, tristísima y también hermosa. Una película sobre la búsqueda de libertad y su reverso, el fascismo, sobre el significado de los ideales, la importancia de la educación, el recuerdo y la memoria, un bello homenaje a una generación que se jugó la vida para que las cosas fueran diferentes y de la que dentro de poco ya no quedará nada, solo eso, su memoria.
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