T.* estuvo encerrado en un centro de menores durante un año. Hasta los 9 meses no tuvo ningún permiso para salir a la calle. Aún recuerda el ruido de los cerrojos. Dice que es algo que nunca se te olvida. Hoy trabaja en uno de esos centros con menores que están pasando por lo que él ya pasó.
T. tenía 16 años cuando cometió un delito que le llevaría a un centro de menores un tiempo. Robo con intimidación y violencia. Ese fue su delito. Si contamos la historia de T. podemos llevarnos la impresión que su caso es un caso de éxito. Y si que es cierto. Pero el éxito no viene del sistema social, que tenemos sino de su propia voluntad, del apoyo incondicional de su madre y del trabajo de algunos de los profesionales del centro de menores donde vivió durante un año. Profesionales que ahora son sus compañeros de trabajo y que le ayudaron a salir de la cueva donde se metió durante años.
Su caso es un perfil generalizado, el de ese niño con falta de atención, rebelde, desubicado y que no supo encontrar su lugar en un sistema encorsetado y diseñado para no destacar y ser de la media . Un sistema sin mucha opción ni oferta para quien no pertenece a la media.
Esta falta de recursos me lleva a pensar que vivimos en un sistema mediocre que convierte en problema a los menores que destacan sea por exceso o por defecto.
A T. se le diagnosticó el famoso TDAH ( Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad) en su niñez por ser un niño tremendamente activo y diferente a la generalidad de niños de su edad. Nadie vio en ese niño sus potenciales, solo sus carencias para adaptarse a lo fácil, a un sistema general y establecido. Ese niño empezó a detectar el rechazo en casa y luego en el colegio. Ese niño encontró su refugio fuera, en la calle donde empezaron sus problemas.
Me cuesta imaginar a este chico de mirada dulce bondadosa, feliz con los niños que cuida, con una sensibilidad tremenda y un corazón grandioso lidiar con esa personalidad que adoptó en sus años de adolescencia mal llevada. Una personalidad violenta, agresiva y enfadada con el mundo. Me cuesta. Hoy veo en él a una persona con otros valores.
Unos valores tremendamente positivos, una alegría por vivir desbordante , una personalidad arrolladora, una fuerza y unas ganas de comerse el mundo que alegran la vida a cualquiera que se cruce con él por su camino. Una persona tremendamente vital, generosa, alegre y con ganas de compartir. Una persona inquieta. Amante de los animales, de la montaña , de viajar y de su trabajo. Una persona cargada de ilusiones. Todavía no se cree que haya encontrado su vocación y que esté trabajando de lo que más le gusta. Trabajar con menores necesitados.
T. es brillante, tiene una cabeza perfectamente amueblada, su discurso tiene sentido, no desvaría en ningún momento, se siente afortunado de tener el trabajo que tiene y , aunque no tiene estudios universitarios, se ha formado por su cuenta en cursos varios pero, sobre todo cuenta en su curriculum vitae con la experiencia de su propia vida: haber sido un menor en un centro de menores. Por ello es de los mejores profesionales que cualquier centro de menores puede tener, sobre todo, porque hoy es un profesional que viene del mismo calabozo donde están los menores con los que trabaja. Un profesional que empatiza sin querer porque vivió en sus carnes y sintió lo que muchos menores sienten y padecen. T. entiende los momentos de asfixia, los ataques de ansiedad que le dan a uno cuando está encerrado, sabe lo que es no ver la luz del día durante días…
T. está en contra de la violencia y evita tener que “reducir” a un menor o esposarlo porque sabe lo que duelen las medidas de contención.
Esto hace que le respeten más, que sientan la empatía que necesitan y que se pueda poner en la piel de esos menores que muchas veces necesitan más amor y comprensión que otra cosa.
Y es que T. fue uno de esos niños que dejó de ir a la escuela, que era un indomable en casa, que hizo sufrir a su madre lo que solo ella sabe, que se convirtió en la oveja negra de su familia y que encontró su hogar en otra familia: sus amigos en la calle con sus propias leyes. Pero hoy día T. está más unido a su madre que nunca. Hoy día viajan juntos, se llaman el uno a otro para contarse sus problemas, hoy día dice T. que no podría vivir sin ella. Es su pilar.
Hoy es un chico que despierta amor, que sin tener estudios sabe mucho más de la vida y de los menores con problemas que cualquier estudioso y experto aunque defiende que para trabajar con menores con problemas se necesita formación.
Centros de menores: la realidad
A T. no le sorprende lo que hoy día salga a la luz mala prensa sobre algunos centros de menores. Asegura que es algo que se sabe, que la gente del sector conoce y que hacen la vista gorda. La menor abusada sexualmente, por ejemplo, es un asunto que ya se sabía desde el año pasado y que sólo ahora sale a la luz. Entiende que salen a la luz por otro tipo de intereses y no por el interés real de ayudar y de acabar con determinadas carencias y debilidades del sistema social en el que vivimos. Piensa que ahora por interese políticos, necesitan hacer ruido y han sacado a la luz este problema que lleva tiempo coleando.
La falta de ayudas, la escasez de medios, los salarios tremendamente bajos de los trabajadores sociales y los recortes para las personas discapacitadas son algunas de las realidades en que se debería trabajar de manera real y no sólo de cara a la galería.
T. tiene debilidad con los menores discapacitados. Esos menores que son repudiados en sus casas, algunos abandonados y otros mantenidos solo por la ayuda que reciben del gobierno. Esos menores que son victimas de un sistema y que son los eternos olvidados por las autoridades en las ayudas y apoyo económico que necesitan. Esos menores que reciben la atención cada vez más básica , esos menores que no cuentan.
Esos menores que cuando salen de los centros de menores tienen muy difícil la inserción en un sistema estructurado pues la gran mayoría vienen de familias desestructuradas con difícil solución. El caso de T. es una excepción , su voluntad de superación, su valentía , sus ganas de disfrutar y de vivir la vida que el quería, además de tener una familia medianamente estructurada, le han ayudado ha salir adelante.
Estas semanas estos menores han salido a la luz, ha sido noticia, pero una vez pasa el temporal y el interés mediático vuelven a pasar al silencio, al anonimato.
Porque está muy bien alzar la voz ante los medios de comunicación y denunciar lo que pasa en centros como Monteolivete y de Segorbe pero estaría mejor tomar medidas reales. Medidas que incrementen las partidas de los presupuestos públicos para ofrecer una asistencia digna en centros dignos y con suficiente personal profesional para no tener que utilizar la medicación o medidas agresivas por sistema y poder trabajar con otras terapias más naturales e integradoras. Medidas que busquen la integración real y verdadera en el sistema y no solo para cubrir el expediente.
La semana que viene… ¡más!
* T* prefiere preservar su intimidad