Blackie Books, la editorial más hipster del panorama nacional, presenta en su catálogo una referencia sobre el subgénero musical más universal y denostado del último siglo: el heavy metal
VALÈNCIA.- ¿Qué lleva a una editorial como Blackie Books a añadir a su catálogo, popularmente ya reconocible por el diseño de sus fantásticas ediciones y por haber tenido el acierto de publicar a un James Rhodes —que además ha contagiado de sensibilidad a todo su catálogo—, un volumen consagrado a la historia del Heavy Metal? La verdad es que resulta difícil dar una respuesta, contando las librerías con un recurrente catálogo de volúmenes que periódicamente repasan con mayor o menor detalle la historia del género contracultural más longevo del último siglo.
Eso sí, un hecho diferencial separa este La historia del Heavy Metal del resto de sus competidores: este es el que, manifiestamente (otra cosa es la realidad, pues muchas obras no son más que refritos de otras anteriores) es el que menos en serio se toma a sí mismo. No podía ser menos siendo su autor, Andrew O'Neill, un joven monologuista británico que basa su rol en escena en ser precisamente un heavy de manual.
Y es precisamente eso lo que brinda el encanto principal a este volumen, que el autor califica como una versión extendida de su monólogo homónimo que, pese a sus dosis de humor y su enfoque totalmente subjetivo, no carece de un cierto afán enciclopédico. Porque cuando decimos que Andrew O'Neill es un heavy de manual no nos referimos al erróneo arquetipo heavy de persona sin estudios incapaz de mantener una conversación por estar medio tajado.
No, O'Neill es como suelen ser los heavys: una persona de clase trabajadora pero acomodada —como en la misma obra se aprecia, la mayor parte de músicos del metal, incluso del más extremo, proviene de este sector poblacional que es el que permite el acceso a la cultura y a la práctica artística—, que cuida con mimo su larga melena, y que —esto es lo fundamental— presenta un respeto reverencial hacia una cultura —la del heavy— sobre la que ha investigado y te puede estar taladrando cada vez que se tercie. Si has tenido un amigo heavy —o lo eres— lo sabes.
La diferencia de O'Neill respecto al resto, es que él ya se está ganando la vida con ello. Y que, cabe reconocerlo, tiene cuerda y conocimiento acumulado. Tanto para haberse marcado un libro de 300 páginas realmente ameno, especialmente por su sentido del humor, que hace más livianos e interesantes incluso los fragmentos sobre subgéneros del metal a los que, en la mayoría de los casos, el lector no dará más que unos segundos de escucha curiosa en Spotify.
El pro principal es ése, el entusiasmo de O'Neill, que te despierta la curiosidad y convierte la lectura en un remember de esas quedadas vespertinas de cervezas y cháchara musical y vital con amigos, que desaparecieron con la irrupción de la descendencia —si no las tuviste entonces, lo siento por ti estimado lector—. La contra, el excesivo protagonismo que, por la subjetividad del relato, O'Neill —que dentro de los seguidores de la metalurgia musical, es partidario de la parcelación y el purismo— brinda a unos subgéneros del heavy metal más extremos en detrimento del resto.
Esa defensa del extremismo como sinónimo de pureza, tan propio también de los heavies más ultraortodoxos (y plomizos), juega a la contra del autor a la hora de realizar una descripción global del heavy metal, para acabar haciendo del libro “su historia del (y en el) heavy metal” (algo que se hace especialmente notable al final del tomo, cuando se centra en sus gustos personales y su introducción en la cultura a través del fenómeno mediático del grunge, precisamente la penúltima gran estafa de la industria musical para desactivar y captar a potenciales seguidores de estilos alternativos y más incontrolados como el metal).
No obstante, cabe reconocerle, es también esa subjetividad, esa pasión propia del ingenioso colega del bar, lo que hace del libro una obra interesante incluso para profanos y viejos rockeros, a los que incluso podrá irritar el desprecio con el que despacha a algunas bandas. Sin embargo, como dice el propio O'Neill en un fragmento del libro: "así es como debe ser, amigos. Sería horrible hacerme viejo y no odiar la música que hacen los jóvenes". Muy rockomendable.